En un rincón de La Trinidad se encuentra el Comedor de Santo Domingo, que es "mucho más que un comedor", según su actual director, Pablo Mapelli, que será relevado por Damián Lampérez a partir de mañana, 1 de septiembre. Pablo se quedará en la junta directiva, de igual forma, lo que aporta tranquilidad a Damián.
En sus pasillos se respira alegría y solidaridad. Todos están para sumar en ese edificio de dos plantas que comparten con Calor y café, un centro de acogida nocturna donde duermen algunas de las personas sin techo que acuden también al comedor a almorzar. El resto de comidas las hacen en el propio centro de acogida.
Acudimos al comedor a las doce del mediodía para echar una mano. Allí nos encontramos con algunos de los empleados con los que cuenta el centro, como Francisco, el cocinero; Luisa, una mujer “multitarea” con más de quince años de experiencia en el comedor; o Carmelo, un joven que ha sido contratado para verano y que está “disfrutando mucho de la experiencia, aunque sea breve”.
A Francisco, pese a que lleva solo algo más de una semana en el comedor cubriendo unas vacaciones, no le pesa acudir a trabajar. "Me da mucha satisfacción ver comer al personal, hacerlos sentir como en casa", cuenta el trabajador, que ya tiene experiencia en estos comedores. Lo podemos notar en el control de las medidas que tiene de una enorme olla donde prepara la cazuela de fideos y patatas.
Mientras él se encarga del plato caliente, encontramos a Luisa trabajando en la ensalada con un auricular inalámbrico puesto en una oreja. Cuando le preguntamos si tiene música puesta mientras trabaja, ríe. "Me pongo música para relajarme a veces, aunque también lo tengo por si mi hijo me llama. Me relajo más aquí que en casa, con niños de por medio. Me encanta el ambiente aquí, y eso que me encargo de muchas cosas. No me lamento al levantarme cada mañana cuando voy a trabajar porque es algo que me apasiona", dice, mientras Carmelo, el más joven del equipo, no deja de chincharla.
Luisa recuerda con emoción y orgullo la peor época de la Covid. "Tuvimos que sacar más personas necesitadas adelante, con menos personal. De los 13 que somos normalmente, éramos 8, siendo además la mayoría sustitutos. Pusimos a colaborar hasta al guardia", recuerda con cariño.
Todos ellos se suman a los más de setenta voluntarios que ayudan a diario en cada una de las labores. “Estos están organizados por grupos que a su vez tienen tareas diferentes”, expresa Lampérez.
El primer voluntario suele llegar antes de las nueve de la mañana. “Algunos antes, algunos un poco más tarde”, matizan los directores. Al organizarlos por turnos, los primeros que llegan se encargan de hacer los bocadillos que se reparten al mediodía para la cena. Sobre las nueve de la mañana llegan los que se encargan de cocinar para preparar el menú del día. A las 12, llega el turno de los que preparan el almuerzo -desde colocar los cubiertos, a poner a punto el comedor y servir el almuerzo-. Los últimos se encargan de limpiar -friegan bandejas, ponen lavavajillas y dejan el comedor lo mejor posible de cara al día siguiente.
También cuentan con voluntarios especializados, como profesores de español para extranjeros que dan clases del idioma los martes y los jueves, o una monitora de yoga que da los lunes clases de relajación para personas con ansiedad o estrés por su situación vital. “La psicóloga también es voluntaria. No les obligamos a ir a su consulta, pero sí a la trabajadora social. Es primordial para estar aquí con nosotros”, cuenta Mapelli.
Pablo se pone serio en un momento de la conversación y asegura que en España hay una cultura muy arraigada, procedente de los países mediterráneos, que es la de “la penita” y la “condescendencia”. “No nos gusta dar todo masticado. Queremos hacer de las personas que vienen a este comedor personas autónomas con responsabilidades. El que no acude a su cita con la trabajadora social un día, no puede venir a comer al mediodía. Eso es igual que cuando tú no compras en el supermercado y llegas a casa y tienes la nevera vacía. Es cosa tuya”, añade Damián.
Y desde EL ESPAÑOL de Málaga damos fe de ello. Uno de los usuarios se saltó su cita y pudimos presentar cómo la realidad le da de bruces en la cara cuando cometen esos errores o despistes. "No están obligados a nada. No estamos aquí para decirle a nadie lo que tiene que hacer o el camino que tiene que emprender si no quieren", confiesa Pablo con honestidad.
Damián aclara que el objetivo es claro: "Trabajamos para que la vida de cada persona mejore, les guiamos para lograr que salgan de la dependencia cuanto antes". Durante el verano trabajan de media con unas 100 personas. "Depende del momento, varía bastante", sostienen.
En verano sus datos de usuarios bajan porque muchos de ellos consiguen trabajos temporales en el sector servicios: chiringuitos, hoteles, restaurantes... "Cuando septiembre llega vemos el subidón, sobre todo con las familias y la vuelta al cole", expresa Pablo.
Las familias, hace más de quince años, acudían al completo a comer al comedor. Ahora no lo hacen por un motivo sencillo: "Queremos que todo se normalice lo máximo posible. Es nuestra filosofía. Queremos que coman en sus casas -todos las tienen, mejores o peores-". De hecho, tienen detalles importantes como ceder la comida a las familias en carros de la compra, para que los pequeños de la casa crean que los alimentos -de todos los tipos, ofrecen una dieta muy variada y adaptada a necesidades como la celiaquía- vienen del supermercado.
En lo burocrático también echan una mano a los que lo necesitan, especialmente los extranjeros. "Jamás ponemos límites en el itinerario de cada persona. Hemos ayudado a alguien a buscar trabajo, una casa o incluso a volver a su país de origen junto a su familia ayudándoles a organizar el viaje o coger los vuelos", declara Damián.
"Hay dos grandes grupos de migrantes, los refugiados, que huyen de una situación peligrosa por ellos, ya sea por tema político, condición sexual... Ellos no pueden volver a su país. Otras, sencillamente, llegan buscando un porvenir laboral o social, pero no siempre les sonríe la suerte. Llega un momento en el que se ven en la calle, con la salud empeorando... y les animamos a volver a casa si tienen las circunstancias adecuadas y les ayudamos con visados, billetes de avión, gestiones con consulado...", explica Mapelli, que derrocha experiencia tras casi cuatro años como director y décadas de voluntario.
Manos a la obra
A las doce del mediodía, nos atamos el delantal y nos ponemos mano a mano con el equipo de empleados del comedor. Ese día habían fallado algunos voluntarios y cualquier ayuda siempre es recibida por el equipo con los brazos abiertos.
Tras barrer las migas de pan que dejaron los usuarios en sillas, mesas y suelo tras el desayuno, tocaba preparar las bandejas metálicas en las que íbamos a servir el menú. Junto a Marta, la otra voluntaria que vivía su primer día en el comedor, colocamos decenas de cubiertos, vasos y trozos de sandía como postre en estas bandejas para que cuando llegaran los primeros usuarios solo hubiese que servir la comida.
El menú del día tenía como primer plato cazuela de fideos y patatas o porra antequerana -suelen dar la opción de elegir si quieren el plato que se prepara en el día o lo que sobra el día anterior, en este caso la porra-. Así, el segundo estaba compuesto de pescado frito y ensalada.
A partir de prácticamente la una comenzaron a llegar los primeros usuarios. Como Pablo nos había contado en una conversación previa, este comedor te parte cualquier estereotipo. Cualquier idea que tengas en mente de lo que es un comedor se borra de tu cabeza en el momento que te cruzas con el primer usuario, que nos tuvo que preguntar si le servíamos la comida ya porque no creíamos que fuese uno más.
Marta se encarga de repartir el pescado y la cazuela y el equipo de EL ESPAÑOL de Málaga reparte la ensalada y la porra antequerana a quien así lo solicitara. "Está siendo una experiencia muy especial, me encantaría hacerlo todos los días", nos cuenta. No podemos evitar mirar a los ojos y escuchar las voces de cada una de las personas que pasan por la cola, intentando adivinar qué es de su vida y qué hacen allí.
Una inmensa variedad de perfiles pasa durante aproximadamente una hora por allí. Todos cogen sus bandejas y eligen su comida, cual comedor escolar de película americana, y se sientan en un salón donde el silencio es el protagonista. Este detalle pone la piel de gallina. Muchos de ellos se ven allí a diario, pero no comparten charla. Se sientan, se ponen a comer, recogen los cubiertos y esperan a que uno de los empleados les den el bocadillo de la noche -con cerdo o no-. Cuando lo consiguen, dan las gracias a voluntarios y trabajadores y se marchan hacia nadie sabe dónde.
Es difícil de digerir cómo chavales que no llegan a los veinticinco años pasen por allí. La mayoría parecen musulmanes. Tampoco llegas a comprender cómo ese hombre con pintas de padre de familia está en la mesa del fondo, algo cabizbajo, tratando de terminar su plato para marcharse rápido. Decenas de historias se leen en los ojos de algunos durante lo que dura un almuerzo cada día en ese comedor.
Al terminar la comida, Marta y el equipo de EL ESPAÑOL de Málaga recogemos todo el comedor, tiramos la basura y barremos la parte baja, donde se encuentra otro comedor, algo más pequeño, para las personas que, por ejemplo, no pueden subir a la planta de arriba por problemas de salud. Carmelo y Luisa les bajan las bandejas y controlan la medicación que deben tomar a diario.
Todo funciona como una cadena. Mientras Francisco cocina, Carmelo prepara el postre, Marta limpia el comedor, nosotros preparamos los cubiertos y Luisa coordina todo. Así, las trabajadoras sociales atienden a los usuarios y los directores realizan gestiones desde sus despachos. Todos estos nombres propios, y muchos más, tienen que celebrar el día de hoy, porque ellos son el sinónimo de la solidaridad. Feliz día a todos.