La situación del Partido Popular de Málaga a principios de los 90 no era sencilla. La jerarquía interna mantenía una estructura "muy cerrada", controlada por "los mismos" que se peleaban cada vez que había elecciones para aparecer en los puestos de salida. Federico Souvirón (1954) recuerda la complejidad orgánica de aquellos años: "Te miraban como si fueras a robar una fotocopiadora", explica.
Fruto de aquella inestabilidad, recibió el encargo de liderar la gestora que llevaría al partido a un proceso de regeneración. Más de 30 años después de su designación, recuerda el día en el que recibió una llamada desde Génova. Dos días después, estaba en Madrid reunido con Mariano Rajoy. Así fue como el entonces vicesecretario general 'puso orden' en un PP de Málaga en pie de guerra.
Uno no se convierte en presidente de un partido de la noche a la mañana. ¿Qué pasó antes de llegar a ser el líder del PP de Málaga?
Creo que depende mucho de las circunstancias de la vida. La formación te predispone de alguna manera. En mi caso, tuve asignaturas de sociología, filosofía… A eso hay que sumar que estaba estudiando en la facultad de Derecho de Granada cuando muere Franco, por lo que el ambiente estaba muy politizado, y uno participaba en esa vida. Yo vivía en el colegio mayor Loyola, que lo considero uno de mis centros de formación. Allí no ibas a dormir, sino que organizaban actividades diversas, con estímulos constantes (seminarios de flamenco, de teatro, de deporte acuático…). Por allí pasaban todos los líderes políticos del momento.
La vida cultural era muy intensa. Teníamos el cine club y podíamos ver cualquier película, incluso algunas que no echaban en las salas convencionales. Recuerdo que pusieron en una ocasión El acorazado Potemkin (1925), con la policía en la puerta. Todo eso te cambia.
Además, hay que tener en cuenta una cosa: los Jesuitas siempre han tenido una mente muy abierta y en todo momento me animaron a llevar una vida muy activa. Ese germen está ahí. Cuando empiezo a trabajar en mi despacho, lo cual implicaba muchísimo tiempo de dedicación, comienzo a preocuparme por la situación política. He de reconocer que siempre me he identificado con el pensamiento liberal; había votado a la UCD y, en una ocasión al fallido Partido Reformista, antes de respaldar al PP.
Ahí empieza su vinculación con el partido
En esa historia, hay un momento en el que la gente de PP empieza a llamarme. No porque fuera la leche, sino porque era un abogado joven, en unas condiciones y en una formación en la que interesaba que hubiera caras nuevas para que se les dejara de identificar con circunstancias del pasado. Esa es la verdad. En 1990 me piden ir en las listas autonómicas en una posición sin salida. Me había afiliado poco antes y creía que era un imperativo moral aceptar el encargo.
Poco después, me piden que vaya a Ronda a organizar la campaña de las municipales, por lo que me planifico en el despacho y, tras unas semanas cumpliendo con esa labor, vuelvo al trabajo. Este hecho fue decisivo posteriormente, aunque en el momento no lo sabía.
Un año después, en 1991, viene un día mi secretaria y me pasa una llamada del PP de Madrid, procedente de calle Génova. Descuelgo el teléfono y se ponen a hablar conmigo dos personas como si me conocieran de toda la vida. Me cuentan que Mariano Rajoy, por aquel entonces secretario de organización (y responsable de la situación de las provincias), quiere hablar conmigo.
Esta conversación se produjo un lunes; el miércoles ya estaba en Madrid, no sin antes haber comprobado que aquello iba en serio y que no se trataba de una broma. Tras pasar parte del día en la capital, llegué a la sede, me identifiqué y me dijeron que pasara. “Sí, pero ¿adónde?", le respondí. No tenía ni idea de cómo era aquello. Tras guiarme, me reuní con Mariano Rajoy.
¿Se conocían de antes?
No. Sabía que había sido vicepresidente de Galicia y que salía alguna vez en el programa La Clave, del que era muy seguidor. Gran parte de mi formación política se debe a los medios de comunicación; en el colegio mayor había una hemeroteca enorme, con los periódicos de todas las tendencias. Había revistas fantásticas como Cuadernos para el diálogo, Destino, El Triunfo, que era de izquierdas; Cambio 16….
El caso es que yo lo había visto alguna vez, pero nada más. Y me recibe en su máximo esplendor, la caricatura perfecta: alto, enorme, con la barba, el puro… Tras mantener algunas palabras sobre el viaje, me pregunta: “¿Y qué pasa en el Partido Popular de Málaga?”. Por aquel entonces, yo no formaba parte del día a día, pero sí veía que aquello estaba controlado por los mismos, muy cerrado, peleándose entre los cuatro o cinco que los dirigían para ir en las listas cuando había elecciones… Si ibas por allí, te miraban como si fueras a robar la fotocopiadora.
Rajoy me dijo que coincidía con mi visión y me pidió una solución. Le comenté que todo pasaba por abrir puertas y ventanas y que entrara gente nueva; si los que ya estaban querían seguir, adelante, pero que se parecieran a la gente de la calle. También le expliqué que en Málaga había gente fantástica para organizar la situación, por lo que me pide que vuelva en dos semanas y le lleve una lista con seis nombres para encauzar aquello. ¡Qué caro me va a salir ir y volver a Madrid tantas veces!, pensé nada más irme.
Pero lo hizo.
Sí. Se la llevé, lo leyó y me dijo: “Esta es la gestora de Málaga y tú eres el presidente”. No daba crédito. Yo estaba colaborando, pero no tenía experiencia. Pensé que me iban a matar porque había muchas guerras internas. Sin embargo, él me respondió que tenía todo el apoyo de la dirección nacional y que si no lo hacía, tendría la culpa de que aquello siguiera igual.
¿Esa frase le pesó a la hora de tomar una decisión?
A mí me pesó. Recuerdo que, tras decirle que sí, llamó al presidente regional, Gabino Puche, y le contó lo que había pasado. Yo creo que le preguntaría que quién soy, porque escuché a Rajoy decirle que me apoyaban y que estaba todo controlado.
Para no irme con la sensación de ser un pringado, le pregunté por qué me habían propuesto a mí. La explicación fue muy desmitificadora: “Por aquí viene mucha gente de Málaga dándose abrazos, pero cuando les pregunto por separado, se ponen verdes. Llevo tiempo introduciendo en estas conversaciones algunos nombres, entre ellos el tuyo. Y de ti, nadie me ha dicho que seas el peor ni el mejor, por lo que estás en el punto de equilibrio y te ha tocado”. Así se resolvió el tema. ¿Cómo salía mi nombre en aquellos encuentros? Porque en esas elecciones de Ronda vino un tipo de La Coruña, procedente de la dirección regional, que escuchó hablar de mí.
De esta forma, llegué a la gestora. Desde diciembre de 1991 hasta marzo de 1993 estuve intentando normalizar las cosas. Comenzamos a pisar la calle, poniendo una sede en Carretera de Cádiz, Churriana, Puerto de la Torre… Sitios en los que no habíamos aparecido nunca, con una respuesta estupenda. La gente decía que eran territorios de otros partidos, pero cuando pasabas por estos distritos, muchos nos decían: “Ya era hora, ¿dónde estabais?”. Ahí aprendí que en política tienes que hacer las cosas lo mejor que puedas pero sin que se note demasiado, porque entonces empiezan los problemas.
En 1991, ETA había matado a casi medio centenar de personas. La década de los 80 había sido durísima. ¿No pesa también ese miedo?
No, había que estar allí donde me había llevado mi formación y mi inquietud. Era el momento y la ocasión. Pero el asesinato de José María Martín Carpena sí que cambia las cosas. José María era un tipo estupendo; más que un político, era un servidor público. Lo mataron porque era el más fácil; iba a todos lados: peñas, asociaciones de vecinos, comercios… Alguien entregado. Cuando a una persona tan buena y entrañable lo asesinan de esa manera, porque le tocó, cambia todo. Veníamos manejando algunos protocolos de seguridad. Mirábamos debajo de los coches, si alguien se cruzaba mucho, teniendo cuidado por la calle…
Siempre recordaré la feria de ese año (2000). Nos pusieron seguridad y yo le decía a mi mujer que nos fuéramos a casa porque era incomodísimo, con alguien trabajando al lado de ti.
También coincidió que muy cerca de mi casa habían intentado matar a Pepe Asenjo, del PSOE, poniéndole una bomba en su coche. Cuando lo ves cerca, eres consciente del asunto. Hay algo que te dice que no te va a pasar nada, pero por otro lado tienes días en los que se te viene a la cabeza la imagen.
Afortunadamente eso forma parte del pasado, aunque cuando ves que al asesino de José María, entre otros muchos, los están acercando al País Vasco, con la idea clara de que esas competencias pasen al gobierno autonómico regentado por los que decían que otros movían el árbol para que ellos recogieran las nueces… Parece que todo ese esfuerzo no ha servido para nada. La política no puede ser tan acomodaticia, sino que tienen que defender sin quebranto los principios de la moral.