Camisa fucsia, pantalón gris. Pelo canoso, tez morena. Paso en firme, mirada a los lados y saludo cálido. Casi tanto como las horas finales de un viernes de agosto. Así llega Pedro Moreno Brenes (1964) al encuentro con EL ESPAÑOL de Málaga.
En esta primera entrega de la serie Política a la orilla del mar, el profesor, político, funcionario, y un largo etcétera, hace memoria de aquellos años en los que el Partido Comunista no se vislumbraba en el horizonte, de la Transición, los problemas internos de la izquierda y su paso por el Ayuntamiento malagueño: "Nos conocían poco, y los que nos conocían, pensaban que éramos sectarios", recuerda. En cuatro años, pasaron de 15.000 a 25.000 votos.
La conversación inicial (arquetípica, informal, planteada para ir tomando el pulso a la entrevista) acaba convirtiéndose en una reflexión sobre la naturaleza de la política. En el discurso del servidor malagueño se aprecia una convivencia espontánea del pensamiento moderno. El pragmatismo, los principios, las prioridades... "No se trata de luchar por lo que te conviene a ti, sino por los que no están como tú", subraya.
El entusiasmo con el que defiende otra forma de hacer las cosas recuerda a aquella frase que otrora pronunció el también malagueño Cánovas del Castillo: "La política es el arte de aplicar en cada época aquella parte del ideal que las circunstancias hacen posible". Pero antes de que los recuerdos acaparen el protagonismo, Moreno Brenes define la base de su manera de entender esta disciplina:
-Se suele hablar de la clase política, pero yo no estoy de acuerdo con eso. Hay gente que hace de la política una profesión. Basta ver el currículum de algunos representantes para darse cuenta de que no han hecho otra cosa en su vida.
No me refiero a militar en un partido, que es algo muy distinto, sino a ocupar cargos internos o electos. La política la he entendido como un compromiso. Tú tienes tu trabajo y durante un tiempo lo compatibilizas. Ese fue mi caso, porque no dejé la Universidad cuando estuve de concejal en el Ayuntamiento, donde por cierto no cobré un duro. Ese compromiso ha de ser temporal, pero algunos se van a morir con las botas puestas.
Eso no quiere decir que se pueda hacer política fuera de un cargo público, ¿no?
Cuando se habla de una persona comprometida políticamente, siempre se identifica con el puesto. Es un error. Un militante o simpatizante no tiene por qué ocupar una plaza pública. Yo he sido durante 40 años militante del Partido Comunista (ahora no) y fui concejal seis años. No hay una equivalencia entre cargo público y compromiso político. Otros, sin embargo, han recibido el carné cuando han conseguido el trabajo y lo han dejado cuando se han ido.
Incluso está la opción de vincularse moralmente con una causa sin tener que formar parte de una formación.
Yo no soy sectario, por lo que no creo que ninguna causa política tenga el monopolio de la decencia y de la verdad. Tengo mi opción; entré en el Partido Comunista porque fue el que fundamentalmente luchó por la democracia en España. Entendía que vivíamos en una sociedad injusta y, en mi opinión, el programa de ese partido era el que más se acercaba a lo que buscaba. Mucha gente empezó en movimientos cristianos, o en Cáritas, y acabó en el Partido Comunista. Es una trayectoria mucho más común de lo que parece. La militancia política va más allá de ser concejal, ministro o presidente.
¿En qué momento es consciente de su compromiso político con la causa de la lucha de clases?
Empiezo a verlo cuando Franco condena a muerte a cinco personas que son ejecutadas en septiembre de 1975. Yo tenía 11 años y vi que estábamos en un sistema que no admitía otra definición que dictadura, con una dictador al frente que había ejercido una represión sistemática contra aquel que planteara una alternativa.
Hubo mucha gente que se opuso; pero, dentro de ese bloque, el Partido Comunista tuvo un protagonismo más tajante y sacrificado. Ningún historiador serio lo puede negar. Fueron miles los que acabaron en las cárceles o en los paredones. Tenía conciencia de que estábamos en una sociedad injusta, mejorable y que tenía que llegar la democracia, así que el Partido Comunista era mi sitio.
Entré en 1977, con trece años, meses antes de que se legalizara. La formación era clandestina en la calle, pero mi decisión también lo fue, sobre todo en mi casa, donde no podía decirlo por razones obvias.
Se dice que uno se hace más conservador con la edad, pero yo, en lo esencial, sigo pensando lo mismo. Posiblemente porque nunca fui muy radical. Dentro de la izquierda, había una extrema izquierda más contundente y creo que más equivocada. Pero el Partido Comunista ha sido una formación responsable, que luchó por la reconciliación nacional y la Constitución.
La corriente eurocomunista.
Exacto. Lo que se llamó en 1976 y 1977 eurocomunismo, con el que siempre me sentí, y me siento, muy identificado. Estoy en una órbita a la izquierda del PSOE, que ha tenido posturas más conservadoras. En la actualidad no tengo militancia política, sobre todo por discrepancias con el entreguismo que ha habido con Podemos y porque mi cargo como letrado del TS (2017) me lo impide. Queda mucho por hacer en materia de justicia y la militancia política se puede hacer a través de un partido, Cáritas, luchando por el medioambiente, por una causa cultural o incluso a través del periodismo.
¿Recuerda lo que estaba haciendo el Sábado Santo de 1977, cuando se legalizó el Partido Comunista?
Sí, perfectamente. Fue la primera vez que sentí que podía contarlo en casa, aunque todavía no estaba consolidada la democracia. Tenía 13 años y me alegré muchísimo, participando de esa felicidad de los camaradas. Para una formación que había sufrido tantísimo, ¡imagínese lo que suponía! Era el principio de la legalidad.
¿Dónde se encontraba cuando se conoció la noticia?
En mi casa, pero dio la casualidad de que la caravana de militantes pasaba por delante de mi portal. Yo formaba parte del partido, pero no me llamaban para las reuniones por razones obvias. Pongámonos en que llega a producirse una detención y aparece un chaval de 13 años. No era el plan. Lo vi por la prensa y por las caravanas que pasaron por la calle Trinidad, donde vivía.
¿En su casa se respiraba ese ambiente de izquierdas?
Mi padre se quedó huérfano con 11 años, porque a su padre lo fusilaron. En mi casa, el antifranquismo estaba claro, pero él fue una persona muy prudente. Visto lo que tuvo que sufrir, tenía la preocupación de que a alguno de sus hijos le pasara lo mismo. Eso no quita que no estuviera comprometido con la democracia e identificado con sus valores, solo que no quería pasar por lo mismo.
¿Cómo le comunica a su padre que es militante del Partido Comunista?
Más tarde. Más tarde porque todavía había mucho miedo en la sociedad. Hay que pensar que Franco se había muerto hacía menos de dos años. Se había fusilado a personas poco antes del 20N. En enero de 1977 habían asesinado a cinco abogados laboralistas en Atocha. La Transición no es esa imagen bonita que nos han vendido de algo hecho por Suárez y el rey. La Transición la hizo el pueblo, con mucho sacrificio, sangre y víctimas antes de la Constitución. El 23 de febrero tenía presente que todo se podía venir abajo. El PCE se había legalizado cuatro años antes y en 1981 estaban dando un golpe de estado. No era tan idílico como se nos presenta.
Le planteo la pregunta en clave dicotómica y desde un punto de vista simplista: ¿es necesario un revisionismo de la Transición o el propio paso de la dictadura a la democracia tiene valor por sí solo?
Yo le doy todo el valor. La expresión Régimen del 78, que promulgan desde Podemos, demuestra ignorancia o poca madurez. Primero, porque hacer equivalente una Constitución democrática a un concepto de régimen (con las connotaciones que ello tiene en España) pone de manifiesto poco rigor histórico. No han sufrido esos tiempos y si los hacen equivalentes, es que no saben de qué están hablando.
La Transición hay que reivindicarla como un periodo de mucha generosidad y entrega, en la que el Partido Comunista tuvo un protagonismo esencial, que no tiene nada que ver con una traición a la izquierda, como dicen en Podemos. A mí me gustaría haberlos visto en esas circunstancias, con un ejército a punto de dar un golpe de estado y unas fuerzas de seguridad, en su inmensa mayoría, heredadas desde Franco.
Ahora, eso es muy distinto a ser acrítico respecto a la Transición. Aquello fue lo que fue y, a grandes rasgos, creo que salió bien. Hay que destacar esa generosidad por parte de muchos, sobre todo de los que más sufrieron. Pero decir que la hicieron el rey con Suárez implica igual de ignorancia que hablar de Régimen del 78. Hay que recordar que al rey lo pone Franco, y que llegado el momento, con más o menos sinceridad, da pasos dirigidos a una Transición.
Tenemos que tener en cuenta que Arias Navarro, un franquista redomado, llega hasta 1976. Y Suárez, a quien hay que reconocerle un papel enorme, fue ministro del Movimiento. Martín Villa era ministro del Interior y del sindicato vertical. Eso estaba ahí y no era tan fácil como decir chas, aquí está la democracia. Pero se consiguió.
¿Ser crítico con la Transición significa desnaturalizarla y erradicarla? No, significa que hubo cosas que pasaron y gente que tuvo un papel muy oscuro, pero en última instancia, entre todos, desde el rey hasta el pueblo, llegamos a la democracia. ¡Ahora! ¿Quién luchó contra Franco? Ni el rey, ni Suárez. Todos los historiadores reconocen, con independencia de su ideología, la importancia del Partido Comunista.
¿En qué momento comienza a adentrarse en la parte académica y la literatura científica del comunismo?
Como casi todos, leyendo El Capital sin enterarme de nada al principio, como es natural. Luego llegan Los manuscritos de filosofía y economía, El joven Karl Marx, Los prolegómenos, que son preámbulo de El capital, la biografía de Marx, 1848… Con 14 le vas cogiendo el punto y al final adquieres una metodología con el marxismo. Se puede ser marxista metodológicamente sin ser marxista ideológico. Cualquier persona, con un mínimo de cultura, le atribuye a Marx un papel esencial en la historia del pensamiento y el análisis del materialismo histórico respecto a estructuras e infraestructuras… Nadie puede dudarlo.
Está en la historia del pensamiento. Junto a eso, tiene un papel emancipador, del que han bebido los partidos socialistas y comunistas. ¿Por qué hay esa diferencia, esa división entre unos y otros? La revolución rusa de 1917 fue clave, aunque creo que está superado. Lo que pasa es que, en mi modesta opinión, los partidos comunistas ocupan el papel de la socialdemocracia que abandonó el Partido Socialista. Si analizas el programa del PCE del 77 y posteriores, ves que es socialdemócrata. Los partidos comunistas subsisten porque es necesaria una visión de mayor compromiso del poder público en defensa de los más débiles. Si no fuera así, esa división histórica no tendría sentido.
A la izquierda se le achaca, históricamente, vivir en un constante proceso de subdivisión. Desde la Primera Internacional con los anarquistas de Bakunin. A veces da la sensación de que se cumple el dicho: de dos personas salen tres partidos de izquierdas. ¿Es un mal endémico?
Poca gente ha logrado sintetizarlo mejor que los Monty Python en La vida de Brian. En concreto, cuando discuten sobre el Frente Judaico Popular o el Frente Popular de Judea. Quizá la pregunta es distinta. ¿Es inevitable? Yo creo que no, pero hay que diferenciar entre lo sensato y lo cómico, como ocurre con la película, que es perfectamente revisable.
Dicho esto, la izquierda se ha caracterizado por ser crítica y por no aceptar las cosas por fuentes de autoridad. Sí, también ha habido culto a la personalidad, basta con repasar la historia y la brutalidad del estalinismo. Pero en general, la izquierda ha bebido de pensadores e intelectuales muy diversos. Yo reivindico eso, pero sin llegar a la inoperancia.
Al final tienes que priorizar. Pongo un ejemplo: se suele decir que el pueblo español ha ratificado la monarquía porque votó a favor de la Constitución. Correcto, se votó la Constitución, donde estaba recogido que España es una monarquía. Pero podemos decir también que lo hicieron porque hubo gente que prefirió consolidar la democracia a abrir el debate monarquía-república. Yo lo tendría clarísimo: nos quedamos con el Borbón, pero con democracia. Quizá ahora sí se podría plantear ese debate, aunque no sé si la sociedad está suficientemente madura para reformar la Constitución.
A lo mejor a otros les gustaría afinar para que el medioambiente no sufriera nada. Pero tienes que anteponer lo menos malo. Algunos entienden que esa posición es renunciar, pero creo que cualquiera sabe la diferencia entre eso y rechazar tus principios. La derecha prioriza en clave pragmática. Ellos han logrado centrar el voto en el PP, porque lo de VOX creo que es algo coyuntural. En la izquierda va a ser difícil porque creo que el PSOE no está en la socialdemocracia.
¿En el socioliberalismo?
Sí. Aceptando los juegos del mercado aunque con una visión más social. Lo cual es respetable. No estoy diciendo que sean mejores o peores, sino que no coincido. ¿Debe haber una alternativa política a la izquierda del PSOE? Yo creo que sí. ¿Y con acuerdos? Ahí está el Gobierno. Hay cosas que no me gustan, pero me llama la atención la parte de Podemos, que si se vieran hace unos años, se criticarían. O lo que han hecho los socialistas con el Sáhara. ¡Ni la derecha se hubiera atrevido! Hay cosas que son manifiestamente discutibles.
Vayamos al Ayuntamiento de Málaga. En 2007 se presenta para ser el alcalde de la ciudad. ¿Cómo se gestó su candidatura?
La gente piensa en una intrahistoria muy compleja, pero en ese momento se planteó una alternativa porque la situación era mejorable. Tenía un perfil político y técnico para poder afrontarlo; me lo propusieron y dije que sí. Internamente hubo conflicto porque los concejales del momento no estaban muy contentos.
Las encuestas nos dejaban fuera, pero conseguimos salvar los muebles con dos ediles. El problema estaba en que el otro concejal, Antonio Serrano, era de la candidatura perdedora y estuvo en confrontación directa. Pero no me limitó; lo destituí de todas las comisiones y las asumí yo. Estaba solo, y eso que Málaga es una ciudad muy compleja. El día que se presentaban las cuentas, me sentaba a las 8 de la mañana y me levantaba a las 8 de la tarde. Si había 90 a 100 temas en un pleno, tenía que llevarlos todos, y sin dejar mis clases en la Universidad. Renuncié al sueldo de concejal, pero no a ser profesor titular.
Había días en los que en el descanso de los plenos iba a dar clase y luego volvía. ¿Qué pasó? Que al final del mandato me dio un yuyu. Le llaman el síndrome vasovagal. El cuerpo dijo hasta aquí. El mundo de la política municipal es muy intenso, pero además yo trabajaba gratis y no podía repartir la carga.
¿De qué manera aplicó su forma de entender la política a la vida municipal?
Yo entré en un momento en el que IU estaba en situación de desconocimiento general. A la semana siguiente de tomar posesión, hubo un acto de los Patronos y aparecí allí. “No estamos acostumbrados a que vengan de IU”, me dijeron, así que les contesté que se fueran acostumbrando. No era algo que hacía porque fuera católico, que lo soy; hubiera ido siendo ateo o de otra confesión.
Recuerdo un sábado, en una parroquia evangelista de El Ejido, cantando Gloria, gloria, aleluya. O un viernes, en una celebración de musulmanes. Si una comunidad, en su momento más especial, te invita a un acto, es una cuestión de educación y respeto.
Yo partía de un déficit: nos conocían poco y los que nos conocían pensaban que era sectario. Así que pasé de eso a que la Agrupación de Cofradías viniera a la caseta del PCE. Presenté mi programa político y vinieron los hermanos mayores. ¿Qué provocó? Que cuatro años después pasáramos de 15.000 a 25.000 votos. Algún mérito tuve que tener, pero la cosa es que había más gente que nos conocía. Política a la orilla del mar Incluso gente que no era de izquierdas, porque como solo me votaran los míos, no me salían las cuentas (bromea). Todo ello sin renunciar a mis principios, porque tengo que recordar que he llevado mociones en favor del pueblo palestino, por la república…
¿Cuándo decidió que tenía que marcharse?
Como ya anuncié, si no lograba ser alcalde, daría un paso al lado. Hubo una Transición muy razonable con Zorrilla, porque no podía irme cuando la gente era a mí a quien conocía.
¿Alguna vez se vio como el Anguita malagueño?
Espero que Anguita sea patrimonio de la sociedad en general, pero no he sido de idolatrar a nadie. Tengo mis cariños, pero entran en el ámbito privado. En el aspecto político, admiro a las personas honradas y honestas, sean de donde sean, como es el caso de Anguita. Pero como no caigo en el culto de la personalidad, lo que quise demostrar es que era demócrata antes que comunista. Yo pongo el límite en ser demócrata.
Es innegable el halago recibido por parte de gente que nunca le votaría.
Y mira que lo he intentado.
¿Hay que preocuparse cuando viene del adversario?
No, hay que preocuparse si el halago va en directa proporción a tus renuncias. Lo importante y deseable es que la gente tenga buena valoración de uno sin renunciar a tus principios, los cuales los tengo muy claros. Y eso lo sabe quien conozca mi trayectoria.
Tengo mi vida resuelta desde los 25 años, cuando saqué mis oposiciones. Podría decir: que otro lleve a cabo la tarea de luchar por un mundo mejor. Sin embargo, no se trata de luchar por lo que te conviene a ti, sino por los que no están como tú. Si algún día, las ideas más avanzadas de la izquierda triunfaran, mi condición no cambiaría. Eso no es monopolio de la izquierda, pero ideológicamente sí que ha estado en esa tradición.
¿Por qué quería que me votara gente que no pensaba como yo? Para demostrar que podía gestionar una ciudad que iba a estar limpia, organizada y no se iba a gastar un euro público.
¿Cuánto se parece la Málaga actual a la que un día imaginó?
La gente va a decir que critico al alcalde porque yo he querido serlo y me da coraje no haberlo conseguido. Pues sí, pero tengo una buena relación personal con él. Eso no quiere decir que yo no lo hubiera hecho mejor. Creo que hay mucho mito sobre cómo está Málaga. Hay muchas cosas manifiestamente mejorables: hay pobreza; urbanísticamente nos hemos dado cuenta de que toca un ciclo de menos carga edificatoria y más conservación, rehabilitación y respeto medioambiental. Y luego ha habido unos fiascos enormes en los que se ha dilapidado dinero público. También en la construcción, como las torres Repsol. No voy a hacer el decálogo, pero, como ciudadano, creo que la gestión es criticable.
Cuando he sido secretario del Ayuntamiento había gente que pensaba que me iba a dedicar a parar el consistorio, pero nada más lejos de la realidad. Sé separar mis ideas de mi profesión, y si algo es ilegal, el alcalde ya puede ser del PCE, se lo voy a decir. Y cuando algo no lo es, me da igual de donde sea. Y si tengo que estrujarme las neuronas para encontrar una solución conforme a derecho para que se cumpla lo que quiere la corporación, lo hago.
¿Es cierto el mito de la soledad del político?
No, porque no creo que sea innata. Si me dices la soledad del poder, que no lo he tenido, supongo que algo se sufrirá. Pero vitalmente soy muy familiar; de hecho, es lo que peor llevo estando en Madrid. Lo que sí creo que existe es el síndrome del teléfono: pasar de tener una actividad muy intensa, a perder ese nivel cuando dejas el cargo.
Eso no quiere decir que la gente sea hipócrita, sino que te llamaban por la responsabilidad que estabas desempeñando. Aunque habrá algunos que te sigan teniendo aprecio, hay que tomarlo por deportividad. Los que me querían por quien era, me han seguido llamando. Pero no critico a quienes lo hacían por mi cargo. El problema viene cuando solo tienes la política.