Aún quedan algunos restos de carteles de la Vuelta a España subiendo al Puerto de Peñas Blancas. Un síntoma más de que, pese al doloroso paisaje, Sierra Bermeja ha vuelto a la vida 365 días después de las llamas. Conforme uno sube con su vehículo la sierra, se da cuenta de cómo los brotes de pinos verdes sobresalen entre la oscuridad de todos los árboles carbonizados. Parece que la naturaleza avanza, que la vida sigue.
El entorno es desolador en cuanto uno se adentra en la sierra hacia Genalguacil, uno de los municipios más afectados por el incendio en cuanto a valor ecológico. En cada curva hasta llegar al municipio, se respira tristeza con piñas y pequeñas ramas achicharradas rodeando el asfalto, del color de la ceniza.
Hace un año, durante la noche del 8 de septiembre de 2021 se declaraba toda una pesadilla que acabó arrasando con más de 8.400 hectáreas pertenecientes a siete pueblos malagueños: Estepona (4.117 ha); Casares, Jubrique, Genalguacil (1.000 ha cada uno); Júzcar (471), Faraján (285) y Benahavís (0,48). 2.000 de ellas pertenecen a terrenos privados, según la Junta de Andalucía. Todos sus habitantes vivieron en sus propias carnes cómo el fuego se hacía poco a poco con Sierra Bermeja, la joya medioambiental que los vio crecer.
Desde aquel primer foco que parecía insignificante a primera hora de la mañana, al que le sucedió otro posteriormente, se hizo el caos. Para el mediodía el fuego se vio totalmente descontrolado durante seis días eternos para los vecinos. 2.670 personas tuvieron que salir de sus casas con la angustia y el dolor en el pecho por no saber qué iban a encontrarse a la vuelta.
El incendio, que fue finalmente catalogado como un fuego de sexta generación, originó incluso una meteorología propia con la formación de pirocúmulos que hacían que el fuego ‘saltara’ generando nuevos focos, dejando poco margen a los bomberos, que tenían que luchar, además, con la complicadísima orografía y la densa masa forestal, sinónimo de la ausencia de trabajos durante el invierno, según denuncian los afectados.
Intachable fue para todos los vecinos la intervención de los más de 6.000 efectivos durante 46 días, teniendo que despedir en el segundo a uno de los suyos, el bombero almeriense del INFOCA Carlos Martínez Haro, que pronto tendrá una estatua dentro del paraje como recuerdo. En el fuego actuó también la UME, los bomberos del Consorcio Provincial de Málaga y otros puntos de España y la BRIF del Ministerio para la Transición Ecológica.
Genalguacil, 365 días después
Cuando se cumple el primer aniversario del incendio, la vida en estos pequeños pueblos del Valle del Genal sigue su transcurso. Francisco, de 65 años, toma el fresco a la sombra en su pueblo, Genalguacil, mientras mira con atención toda la mancha que se ve en el paisaje de la sierra desde allí. Suspira cuando recuerda cómo la vio arder ya en el año 1994.
"Aquella vez también fue algo muy fuerte. Muy grande", lamenta, recordando que antes de Sierra Bermeja también vinieron otros de menor magnitud. "Alcornoques, pinares... aquí y detrás, en Jubrique, todo quemado; es una lástima", prosigue. Lo ocurrido el año pasado fue para él "muy doloroso". Tuvo que salir de casa, "pitando", con lo puesto. Solo pudo llevarse las medicinas que toma a diario. Lo trasladaron a Ronda, donde lo trataron muy bien y no le faltó "de nada", "ni cama, ni comida, ni agua".
En calle Tope localizamos a Carmen junto a su hijo volviendo a casa. Carmen lleva siete años en el pueblo y reconoce que la del incendio ha sido la experiencia más descorazonadora que ha vivido nunca desde que está allí viviendo. “Desde que nos fuimos a las diez de la mañana, cuando nos desalojaron, estuvimos con el miedo metido en el cuerpo. No sabéis la alegría que me dio al volver cuando vimos que el pueblo estaba bien, que no le había pasado nada, todo estaba tal cual”, explica con una sonrisa.
Tampoco descartaban que llegara el fuego al centro del municipio María y Antonia, de 87 y 82 años respectivamente. Lamentan que ya no podrán volver a ver la sierra tal y como estaba en vida. “Quizá los niños sí”, añaden. Sobre la experiencia con el incendio, Antonia se emociona al recordar el chaparrón que cayó al cuarto día del incendio, sobre las seis de la mañana. “Aquello fue un milagro. Le dije a mi hijo: ‘¡Paco, Paco, que está lloviendo a jarrillos, esto es un milagro!’”, cuenta la anciana. Junto a su amiga María, creen que el agua que cayó fue fundamental para la buena evolución del incendio. “Si no, no son capaces de controlarlo rápido”, dicen.
La farmacéutica del pueblo fue una de las primeras en tener que volver a Genalguacil por orden del Colegio de Farmacéuticos. Salió el viernes 10, por la mañana, sin pensar que finalmente no podría volver hasta el martes. En un principio no creía que fuese para tanto, pero todo se acabó descontrolando. A su vuelta, todo estaba “lleno de ceniza”, como ya ocurriría con el volcán de La Palma también el año pasado.
Junto al resto de los vecinos entrevistados y su clienta María, que llega en un momento de la conversación, opina que los trabajos en la sierra durante el invierno deberían ser obligatorios y fundamentales. “Hay que prevenir, precisamente, cuando el fuego no se ve. El trabajo durante el invierno es clave. Nos ponen en riesgo y no se dan cuenta”, dice la farmacéutica. María define la sierra en el pasado como “un recreo” y un valor añadido para el pueblo que han permitido que desaparezca en la actualidad. “Antes los hombres trabajaban mucho en la sierra”, recuerda.
Sobre esto, las ancianas María y Antonia tienen muchos recuerdos. El marido y el hijo de Antonia trabajaron durante años allí. “Pero ya no se hace. Hacían unas especies de líneas que separaban las zonas de la sierra. Ahora como está el retén no lo hacen y así pasa lo que pasa, que todo prende más rápido”, cuentan.
De hecho, EL ESPAÑOL de Málaga pudo ver con sus propios ojos cómo uno de los cortafuegos estaba repleto de pasto y más vegetación, algo que el alcalde de Genalguacil define como “pólvora” en caso de incendio. Lamenta que las instituciones sigan olvidándose de los pueblos de interior y solo miren hacia la Costa del Sol.
Carmen cree que sobra broza en el monte, también porque antes permitían que los animales accedieran. “Al final si se ponen a proteger zonas hacen que también los animales no puedan pasar a comerse el pasto. Aunque parezca que no, ese aprovechamiento también hubiese permitido que la sierra no prendiese como lo hizo”.
Así, algunos vecinos como la propia Carmen opinan que creen que hay intereses políticos y económicos por delante que premian a determinadas localidades frente a otras por “la cantidad de votos”. “De aquí a Estepona hay muchos sitios para hacer urbanizaciones. De hecho, Estepona se vio muy perjudicada. Yo creo que hay intereses por medio, entre una cosa y otra. Si no cuidas lo natural, más barato te sale y todo arde más rápido”, expresa. Otros, como María, la clienta de la farmacia, no quieren pensar que sea así y lamenta que se trate de una serie de personas “con mucha maldad” que solo quisieran hacer daño a los pueblos de interior. “Lo fuerte de todo esto es que aún no se sepa quién fue el que lo hizo”, espeta.
"Nos salvamos gracias a un vecino"
Desde la otra ladera de la sierra, en Jubrique, hablamos con otro vecino que vio cómo el fuego se quedó a apenas unos metros de su casa, que está ubicada en la linde del arroyo que separa la zona privada de Sierra Bermeja de la pública.
Francisco, al que todos conocen como Chico, vio el fuego muy cerca de casa en los dos incendios que sufrió la zona durante el año pasado, en julio, cuando se vieron afectadas 450 ha en Jubrique, y en septiembre, que para ellos fue muy estresante.
Cada día veían cómo el fuego se acercaba cada vez más a casa. "Nos hemos salvado porque mi vecino es cabrero. Tiene 300 cabras, por lo que tiene comido el matorral. El bosque en mi zona se ha salvado gracias a la actividad ganadera extensiva, eso es así. Creemos que unas 200 ha se salvaron, por eso es tan importante este tipo de trabajos", cuenta.
Chico lamenta que la actividad tradicional humana ya no tiene relevo generacional, "con lo importante que es para nosotros". "Es que hay que tener en cuenta que la zona pública no tiene casi actividad económica. Hace 60 o 70 años se vivía en eso. Hoy no hay aprovechamiento y por eso ocurren estas desgracias", reflexiona.
El fuego se apagaba por la noche y se avivaba por la mañana. Según el relato de Chico, hasta que no estuvo muy cerca de su zona, la privada, no acudieron las autoridades a evacuarlos. Se marcharon por acatar las ordenes, pero reconocen que si por ellos hubiese sido, al tener medios y una alberca, se hubieran quedado defendiendo su propiedad al menos. "Nos evacuaron a Jubrique, pero como también desalojaron el pueblo nos tuvimos que ir con unos amigos a Benalauría, una buena atalaya para ver la evolución del fuego", recuerda.
La actividad
Chico hace hincapié en que si se acumula tanta naturaleza en los bosques, el fuego, "que también es natural", hará su trabajo haciendo que se vean afectadas ciudades, fincas, pueblos e incluso personas. "El fuego está llegando a las ciudades. Lo hemos visto en Marbella esta semana o hace unas cuantas en Estepona, cuando el fuego alcanzó una nave", explica.
Cree que la única solución para que la historia no se siga repitiendo de manera cíclica es que se apruebe el aprovechamiento de la sierra. "Hay mucho material vegetal a través del cual se pueden hacer muchas cosas. ¿No hablan ahora tanto de la biomasa? Aprovechar la sierra no significa cargárnosla. Es nuestro pulmón verde", declara, añadiendo una petición a la Administración: "Espero que al menos, cuiden las lindes de la Administración con las propiedades privadas: están abandonadas".