El pasado y el futuro se dan la mano en una antigua casa de postas con más de dos siglos de antigüedad en pleno corazón de la Costa del Sol, la popular venta La Butibamba, en la Cala de Mijas (Málaga), a la que hace unos meses se incorporaba Carmelita, un simpático robot camarero con cara de cristal y orejas de gato.
Esta fonda, que antaño fue parada habitual en la que realizaban el cambio de caballerías y la asignación de postillones los correos, viajeros y ganado que recorrían el litoral andaluz a su paso por la provincia malagueña, nunca ha sido un restaurante al uso, aseguran quienes conocen de cerca su historia.
Su fundación es anterior, incluso, a la del mismo pueblo, asegura su actual propietario, Francisco Javier Sepúlveda, orgulloso al recordar que ha pasado de generación en generación y que ha pertenecido siempre a la misma saga familiar.
Abrió sus puertas allá por el 1800 en un cruce de caminos cerca de la playa con la que comparte nombre; con el paso de los años fue poco a poco adaptándose y acomodando su actividad a las necesidades de una sociedad en constante evolución.
Albergó la primera estación de reparto de Correos del diseminado de la Cala de Mijas y también el primer estanco de la zona; hoy, bajo sus renovadas paredes, conviven con normalidad tradición e innovación, recalca Sepúlveda.
Difícilmente pudieron imaginar quienes la regentaron en sus primeros tiempos que un día a ella no se llegaría a caballo o en mulo, sino en un carro del que no tira nadie; y que a llevar las comandas no ayudaría un ágil jovenzuelo de carne y hueso, sino un mesero de hojalata al que la Inquisición española no habría dudado en calificar como artilugio diabólico.
Camarero de hojalata
Carmelita lo mismo le guiña un ojo a una sonrosada turista británica mientras le sirve el tradicional bocata de lomo en manteca de la casa, que le canta el "cumpleaños feliz" a un crío ojiplático que no sabe si apagar las velas o jugar con el robot que le ha traído la tarta.
"Si le tocas la cabeza te dice que tengas cuidado que se le cae el pelo; si le acaricias las orejas, que tiene cosquillas; y si la entretienes mucho, se enfada y te responde que se va a trabajar", detalla entre risas.
Los clientes la han acogido "con un cariño impresionante", comenta Sepúlveda, que ha cedido el testigo de La Butibamba a su hijo Francisco Jesús, grado en Administración y Dirección de Empresas por la Universidad de Málaga y gerente del negocio familiar, a quien atribuye el mérito de las innovaciones tecnológicas.
Más allá de lo curioso y divertido de ver cómo un robot te lleva la comida a la mesa al ritmo de La Macarena, resulta "muy eficaz en sala ya que tiene cuatro bandejas grandes y él solo puede llevar de un viaje la comanda completa para una mesa de ocho o diez personas", indica Francisco Jesús.
De esta manera "los platos llegan a su sitio a la vez y todos los comensales reciben la comida al mismo tiempo, en lugar de uno a uno, con lo que se mejora el servicio y el cliente está más satisfecho", añade.
No solo "agiliza el trabajo" del camarero, al que permite estar más pendiente de la parte humana y del trato con el comensal, sino que "le quita carreras de aquí para allá y le evita lesiones que se pueden producir al cargar platos pesados a diario", apostilla el gerente de La Butibamba e insiste en que es un ayudante, no un sustituto.
Convertido en una atracción más del restaurante, clientes como Sandra Rodríguez (que no habían visto antes un robot camarero) confiesa que se ha sentido muy sorprendida, aunque "feliz como una niña con su juguete nuevo", y promete volver con amigos para festejar su aniversario.