“Domingo de Ramos, a quien no estrena se le caen las manos”, y ahí está Carmela, mi madre, cose que te cose para terminar los vestidos que estrenarán sus niñas. Días antes habremos pasado por Pepillo o Sublime para comprar los zapatos. ¡Cuántos recuerdos se agolpan en mi memoria!
Semana Santa es familia, una familia materna que sembró en mí la semilla cofrade; es el reencuentro con tíos y primos en las sillas de la Alameda, con los que intercambiaba sitio antes de las incomodísimas vallas que nos han puesto delante de la primera fila con el nuevo recorrido oficial.
Semana Santa es mi primera túnica nazarena, buscando la mirada de mi padre que sin dejarse ver me acompañó todo el recorrido. Es mi abuela que nunca quiso sentarse en las sillas, pero lo hizo ese Jueves Santo en que su nieta se ponía la mantilla por primera vez. Semana Santa es ajustarle el cíngulo a mi hijo cada Lunes Santo y desearnos “buena salida” en calle Hinestrosa para acompañar a nuestros Titulares.
Semana Santa es ese olor a tortilla de patatas que impregna la casa al preparar los bocadillos, los itinerarios arrugados sobre la mesa, túnicas colgadas en los quicios de las puertas, cansancio, dolor de espalda y pies pero felicidad, mucha felicidad. Semana Santa es aroma, música.
Soy profesora de E.L.E., y como tal enseño español a un buen número de extranjeros que quieren aprender no solo nuestra lengua, sino también su cultura. Por eso, cada Cuaresma, intento mostrarles el rostro de nuestra Semana Santa. Siempre les digo lo mismo; esta es la semana de los sentidos, el olfato -azahar e incienso- ; el gusto -hay que comer torrijas y tortillitas de bacalao-; el oído -dejarse llevar por los acordes de las agrupaciones musicales, el sonido de las campanas de tronos y de los campanilleros.
También del tacto -los animo a pedir cera y tocar las túnicas de los nazarenos-; y por último la vista, que se deslumbren con esos maravillosos altares barrocos que recorren nuestras calles, se queden perplejos ante los mantos bordados de nuestras dolorosas y miren con atención los exornos florales.
Semana Santa es el territorio de la memoria donde se funden la niña, la joven y la madre y donde acudo cada primavera a la llamada del rito y de mis ancestros para rememorar las estelas que han dejado en mi vida y renovar las ansias de lo venidero.