Sebastián Sánchez Alba Rosado

Una sociedad hiperconectada, saturada de redes sociales y asentada en la facilidad extrema que aportan las nuevas tecnologías, pero que, en buena medida, carece de la empatía suficiente para ponerse en el lugar del otro. Esta ausencia emocional es especialmente dañina cuando ese otro es una persona mayor, aquejada por el paso de los años y con las necesidades lógicas de quien padece enfermedades o el desgaste del tiempo.

En estos casos, ¿es posible sentir lo que siente una persona de 80 años? ¿Es imaginable que una joven de 23 años sepa, aunque sea de manera simulada, lo que supone tener que convivir las 24 horas del día con el movimiento extremo de las manos como consecuencia del párkinson? Y un hombre de 45, ¿puede nublar la vista al punto de saber lo que padece una anciana que tiene cataratas o problemas de audición?

Un pionero proyecto impulsado por la Junta de Andalucía, con la colaboración de la Universidad de Málaga y la ayuda de fondos europeos, permite aproximarse a esta realidad. Gracias a la colaboración de la delegada de Inclusión Social,Juventud, Familias e Igualdad, Ruth Sarabia, y de su equipo técnico, Jesús Ruiz y Elena Martínez, ambos trabajadores sociales; dos redactores de EL ESPAÑOL de Málaga han podido sentir en primera persona las debilidades que supone alcanzar una edad avanzada.

Y la experiencia es del todo extraordinaria. Una vez te vistes con el bautizado traje de la empatía, todo cambia. Ya tengas 45 años o 23. La sensación es como si te hubiesen colocado uno de esos antiguos trajes de buzo, con escafandra incluida. Todo resulta pesado, el simple gesto de caminar unos metros requiere un esfuerzo tremendo. 

Esa es al menos la impresión en primera persona después de colocarse un chaleco de varios kilos, un collarín apretando el cuello, dos muñequeras pesadas, unos guantes que dificultan el movimiento de los dedos, unas gafas que impiden una visión nítida y unos cascos que recortan de manera significativa el ruido exterior. Cualquier sonido es casi inapreciable.

Todas las piezas que conforman el traje. A.R

Sebastián, de 45 años y Alba, de 23, pese a la aparente diferencia de edad, al adentrarnos en esta peculiar armadura nos igualamos en, al menos, los ochenta años de edad. Ambos, además, llegamos a la misma conclusión tras unos minutos con él puesto: "¿Cómo puede vivir alguien así todos los días?".

A esa reflexión es a la que los creadores del dispositivo querían que llegaran todos los conejillos de India que lo probaban, especialmente los jóvenes como Alba. Pese a su evidente juventud, el traje de la empatía le hace entender algo mejor los padecimientos propios de quien llega a la edad anciana.

Simulador de enfermedades

El dispositivo generado por la Junta es aún más amplio. Porque más allá de esa especie de disfraz diseñado con el sano objetivo de que cualquiera sienta lo que es ser mayor, incluye otras herramientas que permiten simular, por ejemplo, qué implica tener una enfermedad como el párkinson o padecer cataratas.

Para acercarnos a la primera de las dolencias, nos colocamos un par de guantes conectados a un dispositivo que genera una descarga y que simula un temblor en las manos que va en aumento. La potencia más débil se corresponde, precisa Sarabia, con el principio de la enfermedad. Sin ser extremadamente molesta, te permite hacerte una idea de lo que implica ese tic las 24 horas del día.

Pedimos que nos suban poco a poco la intensidad a través de los guantes en el experimento. Cuando llega al nivel dos, el temblor es más evidente, especialmente en la mano derecha. Tras varias peticiones más, el nivel de descarga alcanza el 5 de un total de 8.

En ese punto es imposible frenar el tembleque de la extremidad, complicando mantener un vaso de agua en las manos o abrocharse un botón de la camisa. La propia Sarabia confiesa que cuando se los puso por primera vez se le cayó el agua al suelo al no soportar los temblores.

Diferentes simuladores de enfermedades. A.R

Otra de las pruebas realizadas tiene que ver con la visión. Varias gafas permiten comprobar la percepción de alguien que padece cataratas u otras afectaciones. Lo que parece un juego, a simple vista, confirma la enorme dificultad de alguien que día tras día tiene que afrontar un mundo completamente nublado (efecto de las cataratas) o con numerosas manchas negras por el efecto de la diabetes.

"Hay también unos zapatos especiales que no tienen puntera y que hace que sientas lo que es ir echado hacia adelante cuando caminas, que es lo que le pasa a muchos mayores", añade la delegada, quien apostilla: "La idea es que una persona joven pueda sentirse durante un rato en el cuerpo de un mayor".

En la piel del mayor

Lo que hemos experimentado los dos redactores de EL ESPAÑOL ya lo han sentido en las últimas semanas y meses alumnos de la Universidad de Málaga y profesionales relacionados con la atención a mayores, medicina, dependencia… La finalidad, como transmite la delegada, es que "sean capaces de ponerse en el lugar del otro".

"Muchas veces la gente se queja de lo que tarda un mayor en levantarse, o de que se haya derramado el agua cuando va a beber, sin ser consciente de la dificultad que esos gestos pueden tener para ellos", explica. Y es justamente eso lo que ayuda a entender el traje de la empatía.

Sarabia señala que las pruebas que se han hecho hasta la fecha han dejado resultados muy positivos. "Lo que nos dicen es que por mucho que han trabajado con mayores, que han hecho prácticas en la carrera, realmente no se habían puesto en el papel hasta que lo han probado", destaca, añadiendo: "Nunca pensaban que era tan así".

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