18 de diciembre de 2009. Faltaban unos días para Navidad. Las calles estaban repletas de gente en la Costa del Sol y los bares, como es habitual en esas fechas, a rebosar. Eran tiempos de reencuentros, cenas de empresa y reuniones con familiares y amigos, como la de Sergio Hijano con su grupo. Como un malagueño más, se reunió en un local de Torre del Mar con sus colegas para tomar unas copas y brindar por la vida. Sin embargo, no se imaginaba que el destino, o más bien una pésima decisión, cambiarían la suya por completo unas horas más tarde tras coger su motocicleta de gran cilindrada tras haber ingerido alcohol.
Residente en Vélez-Málaga, al finalizar la velada, decidió emprender el camino de vuelta a casa. Subió hacia el pueblo, desde la costa, a bordo de su moto. Sobre las diez y media de la noche, y en plena recta, en el número 91 de la avenida Juan Carlos I, el vehículo patinó, lo que provocó que Sergio saliera volando y acabara estampándose contra una farola.
Eso es lo que han contado, porque catorce años más tarde Sergio no recuerda nada de lo que pasó en aquella carretera por culpa del alcohol. Se rompió huesos que desconocía que tenía. Las dos tibias, los dos peronés, las dos rodillas, los dos fémures. Se fracturó la pelvis, los brazos… Muchas de ellas eran fracturas abiertas. Tenía la tibia y el fémur por fuera de la pierna. Y lo más grave, aunque todo lo anterior haya sonado dolorosísimo: sufrió una grave lesión medular que le ha dejado parapléjico de por vida.
Un guardia civil de tráfico, amigo de la infancia, fue el que le mantuvo con vida hasta la llegada del 061, quien lo trasladó al Hospital de la Axarquía, donde pasó tres días muy duros. Por haber cogido aquel día la moto bebido, su familia se pasó las Navidades en la puerta de la unidad de cuidados intensivos de un hospital sin saber si acabaría muriendo, como parecía que podía ocurrir. Sergio tenía en aquel momento 32 años, estaba casado y tenía dos hijas pequeñas, una de dos años y otra de seis. Trabajaba como quiosquero y era muy deportista. Tenía una vida como la de otro cualquiera que demuestra que lo que le pasó podía haberle pasado a cualquiera.
Después de un mes en la UCI, vinieron dos meses y medio en el Hospital Regional y nueve meses en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, donde le enseñaron a construir la vida de un nuevo Sergio desde cero.
“Allí me enseñaron a vestirme, ducharme, manejar la silla. La lesión medular no tiene cura, pero te enseñan a volver a ser todo lo autónomo que puedas desde la paraplejia”, cuenta. El día que entró a su habitación, llegó acompañado de su familia, dos camisetas del Málaga y del Unicaja y fotos de sus hijas, a las que no fue capaz de ver hasta que logró sentarse en la silla, cinco meses después de su ingreso. Su mujer, en cambio, dejó su trabajo para estar a su lado y se convirtió en su mayor apoyo en el proceso, al igual que cuando su familia viajaba a Toledo para darle ánimos.
En aquella cama, Sergio vivió días y noches de lágrimas tratando de afrontar el miedo a lo que venía y, sobre todo, tratando de paliar aquel sentimiento de culpabilidad que no se le iba de la cabeza. “Ya no lo siento tanto así porque me ayudó mucho la reacción de mi familia. La familia es brutal, fundamental en algo así. A mí, mi familia jamás me reprochó de que yo cogiese el vehículo bajo los efectos del alcohol. Cuando mis hijas me vieron cinco meses después y me abrazaron, no vieron silla, solo vieron a su padre y vinieron corriendo para abrazarme. Ahí cambié el chip, quería que la silla fuera un complemento que formase parte de nuestra vida y ya”, recuerda con emoción.
Sergio lo dice con rotundidad: “Aunque suene surrealista ahora soy más feliz que antes, aunque esté en una silla de ruedas”. Desde que tuvo el accidente, ha aprendido a valorar "las cosas insignificantes de la vida": un atardecer, un beso de sus hijas o una caricia. Nos atiende al otro lado del teléfono sentado en la orilla de la playa de Torre del Mar pasando un domingo feliz con la familia en la playa, algo a lo que le da más importancia ahora. “Antes me preocupaba mucho si se me rompía el coche, el ordenador… Ya valoro otras cosas más importantes”, expresa.
Ayudar con un testimonio
Algo que le dijeron en el hospital y que le ha marcado para siempre es que "la silla hay que llevarla en el culo y no en la cabeza". Darle vueltas a lo que pasó no le haría volver a caminar. Es por ello por lo que se ha armado de valor y ha decidido ayudar a los demás de la mano de la Asociación por la prevención de accidentes de tráfico y ONG de atención a víctimas de accidentes (AESLEME), que lleva luchando por una movilidad sin víctimas a nivel nacional desde 1990.
Con su tremenda historia personal visita ahora centros como autoescuelas, prisiones y colegios. A través de su testimonio, Sergio quiere concienciar a la población de lo que no hay que hacer al volante. De hecho, como delegado provincial de AESLEME, todos aquellos que pierden sus puntos del carné en Málaga y quieren recuperarlos, deben recibir una charla suya. “Nada más que este año, habrán pasado por mí ocho mil alumnos. Y puedo asegurar que la mayoría son receptivos cuando me escuchan, algo que sorprende”, declara.
Especialmente cuando colabora con la DGT. Su última acción ha sido durante la Feria de Málaga. Junto a la Policía Local de la capital, ha formado parte de controles de alcoholemia. Dieran o no positivo, Sergio se acercaba a cada vehículo para darles información y contarles el motivo por el que no puede caminar. Aunque sea difícil de digerir, una media de 50 personas pierden la vida en las carreteras malagueñas al año a causa del alcohol y solo está en la mano de la ciudadanía que estos números disminuyan hasta llegar a cero.
El último control que hizo en la Feria de Málaga se ha grabado para una campaña en redes sociales que se ha viralizado en cuestión de horas. En él, se ve cómo un hombre que da positivo (0,25 mg/L de aire espirado, siendo este el máximo legal) agradece a Sergio su información, pero Sergio asegura que otra chica que no sale llegó a los 0,7 mg/L aquella noche, superando el límite penal. "Creo que esta labor es muy importante porque muchas veces necesitamos que nos den esa torta en la cara y que nos digan la realidad, la realidad de lo que es una lesión medular como la mía y lo que implica. En mi caso, a mí me provocó una discapacidad del 87%. Yo llevo una vida con alegría, pero también con mil limitaciones, no tanto mías como de la sociedad, sobre todo en materia de accesibilidad", manifiesta.
Sergio hace hincapié en que muchas veces, “cuando se cometen infracciones, fáciles de cometer por todos, se piensa en uno mismo y no en las personas que sufren ese posible siniestro a tu alrededor”. “Nadie piensa en el bombero que saca de un coche a un bebé fallecido, por muy entrenado que esté, ni tampoco un sanitario ni un policía. Ellos son parte del siniestro al igual que la familia. Una madre no está preparada para que le digan que su hijo estará en silla de ruedas de por vida, ni una hija para que le digan que su padre tuvo aquel accidente por beber alcohol. Nadie piensa en ellos y son parte del accidente, de tu accidente”, zanja.