Parque del Oeste de Málaga, 12 de la mañana. Algunos niños corretean junto al estanque aprovechando los últimos días de vacaciones antes de la temida vuelta al cole. Los más mayores echan un partidillo de baloncesto en la cancha y otros juegan al fútbol. En uno de los laterales del parque hay unos ancianos jugando a la petanca y junto a las pistas disponibles para este deporte, a pleno sol, las barras de calistenia, un deporte cada vez más famoso en Málaga que no es más que hacer ejercicio con tu propio peso.
Un chico joven está practicando en una de ellas, mientras que un hombre canoso está realizando unos saltos junto a los TRX. Se agacha con fuerza y se impulsa hacia arriba con mucha intensidad. Tiene una agilidad y equilibrio que ya lo quisieran muchos jóvenes. Se llama Miguel y tiene 71 años. Acude al parque al menos tres veces a la semana, pero la frecuencia no es algo que le obsesione demasiado. "Si hay semanas que son dos y otras más, pues no pasa nada. No me preocupa", matiza, en conversación con EL ESPAÑOL de Málaga.
Miguel fue, hasta que se jubiló en 2014, ingeniero técnico. Se retiró dos años antes porque la crisis azotó a su sector de manera descomunal. Aunque su trabajo habitualmente era "de oficina", el deporte ha estado siempre presente en su vida. Empezó a hacer deporte con 23 años y ha corrido durante treinta. Una primera rotura de menisco le alertó de que debía bajar el ritmo, pero romperse el otro casi cuando le tocaba jubilarse ya le dejó claro que debía dejar de correr y centrar sus energías en otra actividad más liviana para sus piernas.
Y así lo hizo. Se apuntó al gimnasio y comenzó a hacer spinning. Tras tres años, se cansó. Así, también se dio cuenta que el ambiente de la zona de tonificación del gimnasio no le llamaba demasiado la atención. "Normalmente hay más prejuicios y competición entre las personas que van, por eso desde que descubrí el parque lo prefiero mil veces. Me tiré en el gimnasio creo que cinco años, pero no sentía que progresara", declara.
Conoció la calistenia en plena pandemia. A que no le convencía demasiado el gimnasio de por sí, había que sumar el miedo a contagiarse del Covid en su interior. Así que probó a acudir al parque de calistenia de Huelin, en el paseo marítimo Antonio Banderas. Los primeros días solo observaba cómo trabajaban sobre la barra los diferentes deportistas que acudían allí día tras día. Después, con la ayuda de su hijo Marcos, personal trainer, y mucha fuerza de voluntad, comenzó a iniciarse poco a poco en este peculiar deporte.
"Después me trasladé aquí, al Parque del Oeste. Como nunca suele haber gente, me provoca menos timidez. Estoy tranquilo y voy probando hasta dónde llego y cómo puedo ir mejorando, no acomplejarse es importantísimo", prosigue Miguel, que se encuentra "muy bien" tras tres años de entrenamientos al aire libre. "No volvería ni loco al gimnasio ahora mismo", dice con rotundidad, mientras demuestra que es capaz de hacer fondos y dominadas, así como otros ejercicios, con muy buena técnica.
Sentirse bien a los 71
Miguel hace hincapié en que lo "primordial" es que cuando te inicies en un deporte así, este no sea "el centro de tu vida". "Es como cuando cuidas tu coche para que te lleve a los sitios. Hay que verlo con esa actitud, estética, pero también ética", subraya.
Sobre el secreto de estar en su forma a los 71 años, más allá de la calistenia, Miguel reconoce que hay "un gran trabajo a la hora de la alimentación" que ayuda mucho. Cree que el deporte "debe ser algo que te genere interés, que te guste". "Hay quien no puede. Y no pasa nada. A mi mujer, por ejemplo, jamás le ha gustado. No puede ser un hobby, sino algo que te tomas en serio", sostiene, a la par que comienza a reír recordando cómo el médico hace unos años, al acudir a su consulta, le confesó no creer la edad que tenía. "Me dijo que porque lo ponía en su información, pero no daba crédito", cuenta riendo.
Miguel hace ayuno intermitente desde hace un año y medio aproximadamente. Desayuna algo "normalito", más concretamente, medio bocadillo. El plato estrella llega al mediodía, con un almuerzo con mucha proteína: filetes, huevos y siempre algún guiso, como "unas buenas lentejas". "Y por la noche, cero. Desde que lo hago así, duermo mucho mejor. También como mucha fruta, siempre importante, pero por la noche, nada, salvo alguna ocasión muy especial", dice.
También destaca que cuando nació su nieta, dejó de beber alcohol. "Cuando te relajas, más aún jubilado, estás en la playa y tienes la cerveza en la mano, estás en casa con el aperitivo... y cerveza en la mano. Cenas en casa, y cerveza también. Luego si sales, te tomas algo y el famoso chupito. No me apetecía. Así que como dejé de fumar, hice lo de dejar de beber. Lo mejor que he hecho", relata.
Él notó el hecho de dejar el alcohol cuando acudía a sus sesiones de spinning: "De hacer un charco en el suelo por deshidratación, pasé a no sudar tanto, gracias precisamente a eso, a no beber alcohol".
Cultivar la mente
Pero todo el cuidado físico ha de entremezclarse, según Miguel, con el de la mente. "Le doy mucha importancia a los valores. Me encanta la política, aunque esté tan mal. Leo muchísima literatura nueva --mi sueño hubiese sido estudiar algo relacionado con Humanidades-- y disfruto viendo cine. Y a mi edad lo que también es fundamental es salir y entrar mucho. Mi mujer y yo solemos ir mucho al Centro a dar paseos", detalla.
También dedica una parte de su tiempo a las redes sociales, donde sube todos los vídeos que va grabando de su progreso en el parque de calistenia. Algunos de sus amigos, al verlos, piensan que lo que hace "es imposible", sobre todo cuando sube vídeos bocabajo, pero otros, en cambio, ni se lo plantean. Lo ven como algo normal.
"Cada uno lleva su vida, no lo hago para cambiar la vida de ninguno de ellos. Cuando me preguntan cómo empecé a hacerlo, lo cuento, pero sin darle muchas vueltas ni traumatizar a nadie. A veces, es más sencillo llevar este tipo de vida porque tú te lo creas, no porque se lo crean los demás", asevera.
Igualmente, también reconoce que todo depende de cada caso. No quieren que lo vean como "un héroe", ni "superior" a nadie. "Hay veces que tienes, yo que sé, artritis, y eso te limita aunque tengas interés. Yo afortunadamente no tengo ninguna enfermedad ni he sufrido grandes lesiones, más allá de cuando me hice lo de los meniscos", confiesa.
Pero la que le da la vida es su nieta Candela. Su faceta de abuelo le aporta el chute de energía que pueda faltarle en determinados días de su vida. Es hija de su hijo Marcos, el entrenador personal, y también se está aficionando a sus ocho años al deporte. "Para mí, estar bien es poder dedicar cada parte de mi vida a diferentes cosas y sentirme lleno en todas. El deporte no debe ser una obsesión, sino una pieza más del puzzle. Ese mensaje es en el que hay que incidir: no tomarlo como una obsesión", zanja.