“¿Y dónde decís que queréis hacer las fotos?”, pregunta José Carlos Garín nada más llegar a San Julián. La idea del despacho presidencial se descarta de inmediato (demasiado formal, argumenta), por lo que durante unos minutos, el nuevo presidente de la Agrupación de Cofradías, el fotógrafo y el periodista deambulan por este antiguo hospicio buscando el encuadre perfecto.
Aunque formalmente lleva solo dos semanas en el cargo, conoce la casa común de la Semana Santa como la suya propia. Sus años de delegado y de vicepresidente junto a Pablo Atencia le han dado la soltura suficiente para saber qué llave abre cada puerta y dónde están los interruptores de todos los salones.
“Esta esquina es bonita, con el cartel de este año. También podemos hacer una aquí, junto al busto de Antonio Baena (fundador de la institución de 1921)”, apunta. Su preocupación durante la mañana de este miércoles es que la luz entre en rincones que a veces están ocultos a los ojos del gran público.
José Carlos Garín es un tipo serio. Uno no espera tampoco llegar a la Agrupación y pretender que la ruta por las instalaciones se convierta en una suerte de remake cofrade de Mi casa es la tuya. Aún así, se muestra amable y atento, intentando que las sillas estén en su lugar y los cuadros bien puestos.
Los que le conocen recalcan esa faceta suya, de hombre grave y reflexivo, pero con un humor inglés muy sutil que deja entrever en algún momento de la conversación. Para muestra, un ejemplo: cuando sale a la palestra el nombre de Harrison Ford, Garín corta en seco la pregunta y dice: "¿A qué Agrupación pertenece ese hombre?".
Yo también soy uno de esos malagueños que se mueven por el Centro y en muchísimos momentos se ha hecho incómodo
Pero este médico de 66 años es, además, alguien con una capacidad de análisis fina y precisa. Cuesta encontrar contradicciones en su discurso o concesiones simples; cuando quiere enfatizar su respuesta, afirma o niega dos veces, remarcando una postura que, en ocasiones, se sostiene gracias a las experiencias vividas durante su etapa como médico en Carranque o como oncólogo infantil.
Fue allí, en las habitaciones de los hospitales donde el tiempo parece estancarse, donde aprendió que es muy difícil ser pesimista en entornos rodeados de amor. Incluso cuando el peligro de derrumbe es tan evidente que la vida ya no parece una opción. Garín tiene clara dos cosas: que la gente ha sido su principal fuente de aprendizaje y que en esta vida todos hemos venido a amar y a ser amado.
Quizá esa filosofía esté influenciada por su vida personal (“pertenezco a una familia de que no nadaba en abundancia; siempre supe que el mundo tenía muchísimos matices y muchísimas caras”) y espiritual (“nos reuníamos con los Misioneros de la Consolata; éramos muy progresistas teniendo en cuenta lo que estaba viviendo”).
El lector sabrá ya las cuestiones orgánicas que atañen a la Agrupación; por eso, aunque en esta entrevista también se habla de cofradías, la conversación avanza hacia otros derroteros: el peso de la libertad, la influencia del marxismo durante una etapa universitaria convulsa, los movimientos contrarios a la Semana Santa durante los años 70 y 80, los grandes retos de una ciudad y la vocación de servicio mostrada a través de la medicina y el voluntariado. Esta es la otra mirada de José Carlos Garín.
La Semana Santa de 2023 fue algo compleja en términos organizativos. Problemas con los aforamientos de ciertas calles, reivindicaciones de los hosteleros que querían seguir manteniendo las terrazas... Algunas voces han apuntado a una pérdida de influencia de las cofradías dentro de este contexto. Esto me lleva a la primera duda: ¿es realmente libre el presidente de la Agrupación de Cofradías?
Entiendo que ninguna institución es absolutamente libre cuando necesita estar incluida dentro de la sociedad. Nosotros podemos decidir que queremos hacer algo, pero para eso necesitamos que la sociedad en la que estamos incluidos nos tolere, lo acepte y que nuestras acciones no interrumpan las normas de desarrollo. Lo que sí puedo decir es que (la Agrupación) es libre como cualquier otra institución que tiene que consensuar las cosas.
¿Y tiene presiones políticas o institucionales por parte del Ayuntamiento el presidente de la Agrupación de Cofradías?
En lo que a mí respecta, ninguna. Y en lo que he conocido durante mi etapa como vicepresidente, tampoco. Evidentemente, el Ayuntamiento defiende sus intereses, que en este caso son los de los malagueños y los cofrades. Siempre hemos tenido consenso en ese sentido, pero no usaría la palabra presiones.
De todas formas, eso no quiere decir que la posición del presidente sea agradable de cara a la sociedad. Hay que recordar que hace no demasiado tiempo llegaron a producirse escraches contra el entonces máximo responsable, Pablo Atencia. ¿Cree que se ha degradado esta figura?
Yo entiendo que no, que la posición del presidente sí tiene que ser agradable para la sociedad. Otra cosa es que lo sea en mayor o menor medida. Aun así, hay una cosa que sabemos de sobra, y es que hacen más ruido algunos que la inmensa mayoría que aunque no esté de acuerdo, sabe guardar un respetuoso silencio. Pero de ahí a decir que se degrada la imagen del presidente… Hay tantas cosas hoy en día que son denostadas… Creo que la institución sigue teniendo una muy buena implantación en la sociedad. Durante la etapa pasada se han focalizado las críticas en el presidente, pero al final, él lo que hace es representar la voluntad de las cofradías. No podemos olvidar que, por encima de todo, es persona.
Usted ha visto de primera mano lo complicados que han sido algunos momentos durante el mandato anterior. Críticas en redes, insultos, scratches… Conociendo todo esto, ¿qué es lo que hace contrapeso a estas cuestiones y que le han llevado a dar el paso a presentarse?
Yo no me quiero etiquetar de inteligente, pero si uno lo es medianamente, se va a ir quedando con todo lo bueno, que siempre es bastante más que lo malo. Eso le ha pasado también a Pablo Atencia. Él ha recibido muchas críticas, pero también muchísimas felicitaciones, muchísimo apoyo, muchísimas solidaridades. ¿Hace más ruido lo malo? Sí, eso es evidente, siempre ha sido así y me temo que seguirá siendo. Pero eso no quiere decir que no haya alusiones muy positivas, y espero que sea así durante mi presidencia, en la que también habrá momentos malos, seguro. ¿Qué me lleva a dar el paso? Pues el convencimiento absoluto de que he recibido mucho en general de la sociedad, en concreto del mundo cofrade, y que tengo la obligación de, si puedo, y creo que estoy en disposición de poder, devolvérselo.
¿Se puede tener amigos, de los de verdad, en el seno de la Agrupación de Cofradías? Al final, tiene que tener manga ancha, tomar decisiones que pueden beneficiar a unas y perjudicar a otras y decidir sobre cuestiones que no tienen unanimidad. Visto así, no parece un puesto muy reconocido.
Yo sí lo veo muy reconocido, sinceramente. Y agradecido. Si no lo fuera, no me metería. Esto también tiene su rédito personal, no lo voy a negar, aunque no a nivel de curriculum vitae porque ya lo tengo hecho. A mí me satisface ser presidente de la Agrupación de Cofradías porque soy cofrade y siempre he admirado esta institución. Con respecto a lo de los amigos, Pablo ha terminado y enemigos personales no ha hecho ninguno. Otra cosa es que discutamos y que tengamos que defender los intereses de la mayoría, con el conflicto que puede suponer para alguna minoría; pero no afecta a nivel personal.
Ya ha reiterado en varias ocasiones que no lleva los proyectos definidos en un programa electoral porque el peso lo tienen las cofradías, pero me gustaría saber cuáles son las principales iniciativas que quiere implementar en el futuro más cercano.
Ahora mismo me encuentro en una fase de reuniones diarias, pero hay un proyecto que nos ilusiona y está relacionado con el Resucitado. Queremos retomar la iniciativa que empezamos el año pasado en la que se proyectó la salida de la procesión desde el interior de la Catedral. Aquello se quedó parado porque se abordó tarde y no hubo tiempo a limar los problemas que había, pero la Agrupación va a tratar de solucionar todo lo que impidió que se pudiera acometer. Esto no quiere decir que al final se llegue, pero vamos a empezar a trabajar en ello desde ya y llevar una propuesta formal al cabildo.
Recientemente leí en una entrevista a Harrison Ford citar a…
¿De qué agrupación era Harrison Ford? (ríe).
De Iowa, de Iowa.
Sí, magnífico (vuelve a reír).
Citaba a un teólogo protestante llamado Paul Tillich, que decía lo siguiente: “Si tienes un problema con la palabra Dios, coge aquello que sea más importante y más lleno de significado en tu vida y ponle el nombre de Dios”. Teniendo en cuenta este silogismo, ¿no hay cofrades que convierten a la Semana Santa en un dios en sí mismo? ¿En un fin y no en un medio?
Este hombre dice que es teólogo y yo lo acepto, pero evidentemente lo que está diciendo es tomar el nombre de Dios en vano. Es decir, utilizo el nombre de Dios para aquello que a mí me interesa. Los cofrades, evidentemente, hacemos las cosas en nombre de Dios; nos reunimos en nombre de Dios; nos organizamos en nombre de Dios. Estamos bajo el paraguas de la Iglesias y salimos a la calle a anunciar nuestra fe.
Al final, estamos hablando de un colectivo muy numeroso, por lo que es normal que no todo el mundo profundice y tenga esas referencias como algo principal. Hay muchas formas de abordar esto, pero aquel que está comprometido en su hermandad y que forma parte de la junta de gobierno de una corporación tiene que tener estas cosas muy claras.
Quizá es algo innato de la religiosidad popular. Me explico, si al final tienes una devoción cuya base es la herencia de generación en generación, el riesgo de que haya una libre interpretación de la fe está ahí.
No es fácil encontrar a alguien que te diga “creo en mi Cristo o en mi Virgen, pero no creo en Dios”. La imagen vehiculiza un tipo de fe sobre la que ninguno tenemos derecho a medir, valorar, y ponderar, porque eso se nos queda muy fuera de lo que debemos hacer. Lo que cada uno tiene que hacer es interrogarse a sí mismo y preguntarse cómo ve esto y cómo lo vive, pero no criticar cómo lo hacen los demás.
Hace algún tiempo, una amiga no cofrade me dijo que no entendía las cosas que pasaban en el mundo de las hermandades. Ella me argumentaba que era incomprensible que dentro de un grupo que promueve supuestamente valores de amor y fraternidad ocurran cosas como la del Rescate, con una intervención tras peleas internas, o disputas constantes por cuestiones estéticas o de tradición como en la Esperanza. ¿Qué respuesta le daría?
Bueno, es que yo a veces tampoco las entiendo. Lo único que puedo decir es que el perfil humano a veces supera el espacio en el que se encuentra y no tenemos la capacidad de medir hasta dónde y por dónde estamos realmente moviéndonos. Al final, somos personas y todas nuestras grandezas y miseria salen a la luz. Siempre digo que en el mundo cofrade las cosas se hacen de corazón. Todas. Las buenas y las malas; la generosidad enorme y las pasiones un poco desmedidas que nos llevan a los personalismos extremos, que son los que generan estos problemas.
Pero el hecho de que se haga con pasión no quita que también haya maldad; una intención de dolo.
Seguramente, pero la verdad es que son excepcionales. Al final una cosa es la consecuencia de la acción, y otra que la intención primigenia de esa acción sea hacer daño. No lo sé, no le podría decir porque yo no estoy dentro de quien prepara o gestiona estas decisiones. Es cierto que los resultados malos existen, pero que el origen de esa acción sea buscar el mal… No lo tengo tan claro.
¿Es corregible esta realidad?
Por supuesto. Todos somos capaces de reconducirnos, lo que pasa es que hace falte que en un momento, alguien se siente, hable y que nuestra capacidad de reacción nos permita cambiar.
Como médico, ¿qué diagnóstico hace de las relaciones humanas que se gestionan en el seno de una cofradía?
Mire, yo he estado visitando muchas cofradías durante estos meses; entre ellas, algunas como Zamarrilla o las Penas, que han venido de procesos previos un poco dramáticos. Después de conocer su realidad, puedo decir que yo he percibido un ambiente magnífico. No estoy en el día a día de todas y siempre habrá gente que cuente cosas positivas o negativas, algo que en ocasiones puede distorsionar un poco, pero la atmósfera general es buena.
Creo que hay gente que siente que han perdido cierto protagonismo y se han quedado en los laterales del camino; no aceptan que su etapa en primera línea ha pasado. Necesitan entender que también hay que dar pasos atrás y empujar para colaborar con su cofradía. Este hecho puede a veces perjudicar las relaciones internas.
Usted estudió Medicina en la Universidad de Málaga entre 1974-1980. Es decir, vivió en el epicentro de la acción social el fin del franquismo y el nacimiento de la democracia. ¿Fue revolucionario en su juventud? ¿O punki?
No, punki nunca porque no he tenido pelo para eso (bromea). Pero hombre, sí, evidentemente... Tenga en cuenta que Franco falleció en noviembre de 1975; yo estaba en segundo de carrera y la universidad era un hervidero a nivel social y político. Estaban las Ligas Comunistas Revolucionarias, el Movimiento Comunista, la Joven Guardia Roja… Todas estas corrientes proliferaban por allí.
Mi concepto del ser humano pasa por entender que Dios nos ha puesto en este mundo para amar y ser amados.
¿Participó en alguno de ellos?
En ninguno de esos he participado, pero sí que tenía… Yo estaba vinculada al mundo creyente y teníamos una comunidad cristiana que nos reuníamos con los Misioneros de la Consolata. Evidentemente, éramos muy progresistas teniendo en cuenta lo que estaba viviendo.
¿Curas obreros?
No, no eran curas obreros. Más bien, misioneros, ya que esa era su vocación y lo que transmitían iba en esa línea. Veníamos de una etapa en la que estaba presente la figura de Hélder Câmara, los movimientos nacidos en Sudamérica, la Teología de la Liberación… Lo vivimos en una forma de ser más reivindicativa, más críticos. Yo ya era cofrade y recuerdo que la gente de la Liga Comunista sacaba tronos, y nadie entraba en contradicción por ello.
Podemos decir que su etapa universitaria se organizaba en torno a la ciencia, las cofradías y los movimientos más progresistas. ¿La gente entendía esos vínculos?
Fui delegado de curso en Medicina y después delegado de la facultad, y nunca me sentí señalado. Al revés, me siento como una persona en la que han confiado en un momento determinado para representar sus intereses.
¿Supuso un choque cultural el momento de entrar en la Universidad?
Yo ya me había movido un poquito porque habíamos trabajado en alguna zona socialmente deprimida. Es decir, teníamos cierto entrenamiento y sabíamos que el mundo no era todo rosa. Más allá de que yo tampoco pertenezco a una familia económicamente potente; mi padre era empleado de banca y mi madre, ama de casa, ya que aunque había hecho magisterio, jamás ejerció.
Nuestra posición era la típica de la clase media de los 70, no nadaba en abundancia, por lo que siempre conocí que el mundo tenía muchísimos matices y muchísimas caras. Nosotros nos integramos con nuestra fe en comunidades y trabajábamos en algunos lugares en los que colaborábamos. Esa experiencia, sin duda, te hace ver un poco más la sociedad.
¿Podemos hablar de conciencia de clase? ¿De una cierta metodología marxista?
No, no. Lo mío nunca fue eso. Yo no llegué a ese tipo de convencimiento a nivel intelectual ni filosofeé sobre ello; mis lecturas no tenían nada que ver eso. Más bien, fui práctico. Pude ir a un colegio como los Maristas porque mi padre se empeñó en ello, haciendo un esfuerzo económico importante en mi educación. Esa clase media ha sido en la que me he criado y la que me ha llevado a moverme y conocer otras realidades. Igual que los niños no aprenden de lo que les dicen o lo que leen, sino de lo que ven, yo puedo decir que fui aprendiendo de lo que veía.
En el plano cofrade, la sociedad se adentraba en una etapa complicada. La teología de la Liberación presente, los movimientos más conservadores contrarios al Concilio Vaticano II o manifestaciones en contra del patrimonio de las hermandades, como las pronunciadas durante el pregón del Obispo o aquellas críticas a la coronación de la Esperanza con una presea de oro.
Empezaron a aparecer nuevas cofradías; la Iglesia en general no estaba en mucha consonancia con todo este movimiento. Sin embargo, es algo que ha ido cambiando, ya que las hermandades hemos contribuido a ello y el clero también ha puesto de su parte. Pese a que no había mucha sintonía entre ambos, es cierto que había actitudes y disposición dentro de las parroquias que eran muy criticables; es decir, teníamos mucha culpa de eso. Al menos en términos generales.
¿Dónde se veían reflejadas esas actitudes?
Antes tenían una actividad muy limitada que se ceñía a cosas muy concretas y durante un periodo reducido. Hoy es imposible que una cofradía no esté abierta los doce meses del año, con unos horarios y una actividad sociocaritativa, social, de apertura… que no había antes.
¿Eran puro procesionismo? ¿Sin trasfondo?
No, no. Esa palabra la dice usted, no yo, ya que yo no estaba dentro y jamás podría hacer ese tipo de juicios ya que ni era dirigente ni estaba implicado. Yo era hombre de trono, me encantaba la Semana Santa, pero no tenía ese compromiso, que empieza con la hermandad de la Salud.
El papel del presidente de la Agrupación se entiende en un contexto más amplio, más de ciudad. Por eso, me gustaría conocer su opinión sobre algunos de los retos y proyectos que tiene Málaga en su horizonte. ¿Qué le parece la torre del Puerto?
Sinceramente, no tengo una opinión muy clara sobre eso. No me llama la atención, ni en positivo ni en negativo. Comprendo todas las críticas que hay sobre el impacto visual y la imagen del skyline, aunque para unos sería destrozar y para otros completar. Creo que hay cosas mucho más duras, como la Catedral parcialmente tapada por el Málaga Palacio.
Ahora que lo dice, ¿terminaría la segunda torre de la Basílica de la Encarnación?
Sí, sí, claro. Las cosas se conciben de una manera y se deben completar.
Estuve siete años en oncología infantil y allí pasé muchas horas con menores y familias que estaban viviendo situaciones muy complicadas; pese a ello, es difícil ser pesimista en un entorno rodeado de amor.
¿Es consciente del debate que existe sobre el modelo turístico en Málaga?
Entiendo que esa cuestión esté sobre la mesa. Yo también soy uno de esos malagueños que se mueven por el Centro y en muchísimos momentos se ha hecho incómodo. Pero también hay que decir que han aparecido nuevas zonas de expansión que nos dan para matar ese gusanillo. Dicho esto, creo que sigue siendo muy atractivo para el ciudadano local, al que le gusta pasear por la calle, ir al bar de toda la vida y sentarse en la misma terraza. Esa ciudad tiene que convivir con una realidad que es evidente, y es que estamos hablando del turismo, uno de los principales focos de ingresos.
No es que haya un modelo predeterminado, sino que ha de estar continuamente controlándose para evitar distorsiones; no creo que exista un formato negativo en sí mismo, pero sí que hay que ser vigilantes con los problemas que todos detectamos. Hay que poner celo en ello.
¿Le preocupa el problema que existe en Málaga con respecto a la vivienda?
Claro, evidentemente. Durante mi etapa como médico en el barrio de Carranque entré en contacto con muchísimas situaciones complicadas: familias hacinadas en pisos y casas antiguas… Algo que no solo afecta a los jóvenes, sino a personas adultas. La cuestión de la vivienda es importantísima. Con mi hijo lo he vivido y gracias a Dios se ha conseguido independizar. La ventaja que tiene trabajar de médico es que a poco que seas receptivo, empatizas mucho con la vida de la gente.
Aunque sus pacientes no hablen mucho...
Pero sus padres y los abuelos sí (sonríe). Mis pacientes, que son los niños, son magníficos, pero evidentemente venían a la consulta acompañados y uno nunca puede separar la vida de ese menor del entorno en el que vive. Carranque ha sido un barrio muy céntrico, de familias magníficas que sufrieron muchísimo en su tiempo los problemas de plagas, de sanidad y de otro ámbito más relacionado con lo social. La propia estructura del lugar presenta similitudes con un pueblo: con su plaza central, su iglesia… Cuando hablabas con las familias, te dabas cuenta del problema que existía al respecto.
¿Esas realidades tan complejas, a veces duras, no pueden generar cierto pesimismo o tristeza en el médico, que tiene que lidiar con ellas constantemente?
Los niños son por definición seres sanos. Sin embargo, a veces se viven situaciones difíciles. Estuve siete años en oncología infantil y allí pasé muchas horas con menores y familias que estaban viviendo situaciones muy complicadas; pese a ello, es difícil ser pesimista en un entorno rodeado de amor.
A lo largo de mi vida, he aprendido mucho de la gente; también de los libros, pero sobre todo de la gente. En esa etapa hubo cosas que no he vuelto a recibir y que fueron determinantes en mi forma de entender la vida. Especialmente el concepto de que hemos venido a esta vida a amar y ser amados. Quien no es capaz de dar o de recibir ese amor, le va a ir mal en la vida.
Cuando uno es médico y se encuentra de pronto que su paciente, con cinco o seis años, muere de cáncer, ¿no tiene episodios en los que duda de la fe? ¿No se pregunta por qué?
No, no. Las enfermedades están en el mundo como otras tantas cosas. Es como si nos ponemos a analizar ahora la existencia de guerras. Dios ha dado la libertad y nos ha creado como seres humanos con una vida finita. La dureza de afrontar una situación como esa se puede enfocar de muchas formas, pero el amor de los padres a los hijos y de los hijos a los padres está por encima de todo. Para mí, cuestionarme la fe en estas situaciones no tiene sentido porque forma parte de la naturaleza humana; estamos sometidos a existir como seres vivos, y eso tiene grandezas y miserias.
¿Ese es el fin mismo de la libertad? ¿Amar y ser amado?
Yo no vinculo la libertad con eso. Mi concepto del ser humano pasa por entender que Dios nos ha puesto en este mundo para amar y ser amados. El que no ama, o no se siente amado, lo va a pasar mal. Hay gente que no tiene la capacidad de querer y otros que tienen la desgracia de no sentirse queridos. Es ahí donde tenemos que poner el foco. Creo que esta esencia nos la ha dado Dios, pero también conozco a muchas personas no creyentes que tienen la misma filosofía de vida. Amar y ser amados.