“Aquí antes había una fábrica. Ese lago que ves era mucho más pequeño; del fondo extraían la arcilla que necesitaban para hacer ladrillos. Aquello lo desmantelaron e hicieron este gran parque”. Y mientras Enrique Romero (Málaga, 1963) explica el pasado del lugar, sus manos comienzan a moverse por el espacio. Como dirigiendo una orquesta invisible. Como tejiendo cada una de las costuras que hilan la historia de la Laguna de la Barrera, en la Colonia de Santa Inés.
Los olivos, álamos y chopos custodian el camino por el que un pequeño Quique comenzó a despuntar en el mundo de las motos, entonces con una bici tuneada por él mismo. Lo que no sabía en aquella infancia es que mucho tiempo después se coronaría como campeón de España de trial tres veces; que su mansedumbre y su timidez casi patológica le impedirían irse de Málaga; que acabaría estudiando Derecho y que su voz se convertiría en uno de los sonidos más inconfundibles de la televisión pública andaluza.
Su nombre va acompañado de tres apellidos: Romero, Fernández y Toros para todos, que lleva tatuado en el corazón como recuerdo imborrable de una angina de pecho que casi acaba con su vida antes de cumplir los 40.
Por la senda de la Laguna ya no van los hortelanos; ahora son los corredores y deportistas los que pisan la misma grava por la que un día circularon los neumáticos de su Torrot. Este parque no es una dehesa: aquí no hay animales bravos entre las encinas y los alcornoques. Tampoco se escuchan los trotes del caballo del mayoral.
Sin embargo, si uno cierra los ojos y atienda a las palabras del protagonista, puede trasladarse por unos minutos a Zahariche, al Toruño o algunas de las icónicas fincas por las que este periodista pasta cada semana para preparar sus reportajes.
“¿Y es posible pasear sin que te reconozcan?”, pregunta el periodista antes de comenzar la entrevista con EL ESPAÑOL de Málaga. No hace falta esperar a la respuesta; su sola presencia atrae a curiosos y fans que cada mañana de domingo se sientan delante del televisor para hacer que el programa sea líder de audiencia.
Pero ellos ven al Enrique Romero televisivo. El que gesticula delante de las cámaras, reta al maestro Ruiz Miguel durante las retransmisiones y explica cómo acrotalar al becerro Lucerito. Lo que no ven es a un tipo apasionado de su trabajo desde que comenzó en aquel lejano Costa del Sol, que quiere un Bosque Urbano en la ciudad, que ha sufrido por los fracasos, aunque ya no les tiene miedo, y al que todavía le queda una puerta grande por abrir: “Hay personas a las que no he conseguido hacer feliz”.
Así que el parque de la Laguna fue testigo de sus inicios en el mundo del trial.
Aquí venía yo con la Cota 49 en 1979, aunque he de confesar que empecé a practicar este deporte unos años antes. Entonces no había bicicleta de campo, así que transformé una Torrot quitándole los guardabarros y poniendo delante un chapón para que se pudiera ver el número. Eso era lo que veía en las revistas especializadas, donde salían los mejores, los campeones de España y del mundo.
(Antes de continuar con la explicación, el camarero de la cafetería Tu sitio llega y pregunta qué vamos a pedir. El menor de los Romero abandona por unos segundos su rol de hombre de la dehesa y se convierte en un lord inglés. “Pediré un té verde con canela, por favor”, dice con educación. Unos minutos después, sobre la mesa, habrá una Coca-cola y una taza blanca acompañando a la conversación, que se extenderá durante casi una hora).
Fue en ese momento cuando también aprendí cosas relacionadas con el motocrós. Lo cierto es que me aficioné mucho a la moto en el campo, aunque lo dejé durante 10 años, tras terminar mi etapa en el colegio de Los Olivos. Entendí que lo que tocaba era trabajar y estudiar, por lo que entre 1982 y 1991 estuve más apartado… Cuando volví, ya estaba en Canal Sur y desde entonces no lo he dejado; he ganado tres campeonatos de España de trial clásico.
¿Todos los días hay hueco para coger la moto?
Todos, todos… No. Pero intento al menos que sean dos o tres por semana. Vivir en el Puerto de la Torre me permite estar cerca de la montaña, por lo que lo tengo más fácil. Arranco y me marcho inmediatamente. Es la sensación de tranquilidad y soledad lo que me llena. Hay un paraíso allí arriba, con pinos y las vistas de toda Málaga a los pies, que me sirve para quitarme el estrés y mantenerme en forma.
Huir de la ciudad para volver al campo. El eterno dilema del hombre que lucha contra sus orígenes ancestrales.
Esa es la clave. La ciudad es un hábitat creado por el ser humano, pero lo que realmente requerimos es la naturaleza. Allí está la paz y el reencuentro con uno mismo.
Hablando del campo y del motor, me surge una duda. Si Toros para todos es el Fórmula 1 de la tauromaquia, ¿qué piloto es Enrique Romero?
Enrique Romero es un apasionado que le pone ilusión a todo lo que hace. Un piloto muy voluntarioso que es igual en la pista que en la vida. A todo lo que hago le pongo ilusión porque es el motor de las personas. Encontrar una motivación es fundamental; yo tengo la suerte inmensa de que me apasiona mi profesión, lo cual es una carambola absoluta que me permite estar ilusionado en el día a día.
Es de los que se levanta cada mañana alegre porque tiene que ir al trabajo.
Totalmente. Contento por el trabajo que tengo, aunque ha sido algo que me ha supuesto mucho esfuerzo. Empecé en medios de comunicación a los 18 años mientras estudiaba Derecho. Entonces estaba en el diario Costa del Sol. Tiempo después hice un máster en gestión audiovisual.
¿Por qué esa dualidad entre el periodismo y el derecho?
Porque en Málaga no había periodismo y yo no me quería ir de la ciudad. Mi problema… Mi problema es que no soy bravo, soy manso. Yo sería de esos toros que irían al matadero o me desecharían. Tenía claro que no quería irme de la ciudad por nada del mundo. Verá, yo en 1988 o 1989 era responsable de informativo de Antena 3 radio en la capital; cuando llegó la televisión me ofrecieron irme a Madrid, pero no quise aceptarlo por no marcharme de aquí.
¿Qué fue lo que le ha anclado a Málaga?
En el fondo, la cobardía de abandonar lo que conozco. Soy muy tímido. Extremadamente tímido. Es algo que recuerdo desde que era pequeño. Le pongo un ejemplo; me he criado en una familia taurina —mi padre novillero, mi abuelo empresario de caballos de picar, mi hermano matador de toros…—, por lo que llevo yendo a la plaza cada fin de semana desde siempre. En aquella época, años 70, Málaga daba festejos continuamente: Torremolinos durante el invierno, Fuengirola, Benalmádena, etc. Pues cada vez que llegaba a algún coso, siempre iba escondido detrás de mi hermano Juan Ramón, que es mayor que yo.
Esa forma de ser no se cura. Uno es tímido todos los días. Conseguir estar en un medio de comunicación como Antena 3 radio era algo absolutamente imposible por mi forma de ser. ¡Imagínese!
Contrasta con la imagen de alguien que se desenvuelve con soltura ante las cámaras de televisión. Quizá hay algo de espíritu torero en usted; de enfrentarse al reto.
Claro, porque soy manso, pero encastado.
De los que tienen faenan.
De los que empiezan a huir pero cuando no tienen más remedio que enfrentarse a la pelea, embisten más que nadie. Eso es lo que me pasa a mí. Cuando me pongo delante del micro o de la cámara me vengo arriba, pero eso es porque no me queda otro remedio. No voy a salir corriendo (bromea). Y también se debe a que me encanta la empatía; es algo que me ha salvado muchas veces. La película Las sandalias del pescador (Michael Anderson, 1968) me hizo darme cuenta de que me gusta ponerme en la piel de los demás. En sus zapatos, en su lugar…
Me parece que es fundamental para comunicar. Cada vez que miro a la cámara, veo a una cantidad enorme de amigos y personas que me saludan cada vez que voy a una plaza. Durante las retransmisiones les estoy hablando a ellos.
Habla de su timidez como si fuera algo casi patológico.
Así es.
Algo que…
Un lastre que llevaré toda la vida conmigo porque todo me da corte. Cada vez que me llaman para presentar algo me resulta terrorífico. Me da muchísimo miedo. Imagínese cuando di el pregón de la Semana Santa. Estuve dos meses sin dormir.
¿También era así en el colegio?
Era todo lo contrario al perfil típico de líder, cabeza de clase, delegado de curso… El más tímido y el más solitario del mundo, pese a que tenía muchos amigos. Me gustaba estar conmigo mismo, aunque he de confesar una cosa. Cada vez que me daba por hablar en clase, levantaba la mano y se escuchaba entre el murmullo “¡Cuidado, Enrique va a hablar!”. Entonces soltaba un speech y la gente no entendía nada. Algunos me aplaudían, pero no volvían a abrir la boca hasta un mes después.
No eran en matemáticas esas intervenciones.
Mis asignaturas favoritas eran historia del arte, donde saqué mejores notas, y filosofía. En realidad, cualquiera en la que pudiera hablar, aunque fuera algo que sucediera muy de vez en cuando.
Comunicación y riesgo. Quizá ese es el vértice en el que se unen los hermanos Romero. Juan Ramón, torero; Ana Mari, presidenta de plaza; usted, campeón de trial… No me atrevería a decir qué tiene más peligro.
La más valiente, en el mejor sentido de la palabra, es mi hermana porque es una persona coherente y justa. Eso, en la sociedad actual, es casi imposible. ¡Dificilísimo! Y encima lo es en contra de sus intereses. Yo la admiro mucho; su actitud me parece heroica. Me parece que con ella han cometido una injusticia tremenda porque no le han reconocido su labor en favor de la afición y de la tauromaquia en Málaga.
Hablemos de Toros para todos. 18 años de programación taurina en la televisión pública y con más audiencia en la historia de la tv dentro de su temática. Líderes cada domingo y cabeza de lista entre niños y jóvenes. ¿Se lo imaginó en algún momento?
Jamás. Desde mi timidez era imposible que pudiera hacer algo en público que tuviera el más mínimo eco. Ha sido un milagro precedido por momentos trágicos en mi vida porque Toros para todos es, en gran medida, fruto de un revés de salud muy grande. Tuve una angina de pecho con 39 años, lo que me hizo tener más valor y romper un poco ese caparazón que me cubría.
Me di cuenta de que la vida me estaba dando una segunda oportunidad para hacer algo que creyera conveniente. ¡Lo que es la vida! En Canal Sur hacía los informativos cuando pusimos en marcha las desconexiones de televisión. Por circunstancias, en 2001 me encargaron hacer los toros, pero aquello duró solo una temporada. Ese revés me costó la angina de pecho.
¿Qué pasó para que aquello no continuara?
2001 había sido un año muy especial. Había dado el pregón de la Semana Santa gracias al nombramiento de Clemente Solo de Zaldívar, a quien se lo reconoceré eternamente. Tras eso, hago el programa de toros, pero cambian de director y me plantean unas condiciones que a mí no me gustan y no las acepto. Yo estaba en Canal Sur gracias a la plaza que me saqué en las oposiciones de 1991 —eran curiosísimas. ¡Íbamos hasta con nuestra máquina de escribir!—, por lo que era fijo. La paradoja llega cuando me comunican mi nuevo destino: estudiar las audiencias, haciendo informes diarios sobre lo que funcionaba y no funcionaba. ¡Esa fue la clave!
Sabía cómo se comportaban las curvas de audiencia, qué interesa, qué no y por qué fracasaban los programas frente a los nuevos formatos que se imponían en aquel momento. A los dos años, me proponen hacer un programa de refritos llamado La Coctelera. Me pidieron que fuera muy breve, con contenidos que no durasen más de dos minutos; pero yo sabía que lo que la gente quería era lo contrario, un producto largo que atrapara como las redes de un pescador.
Claro, cuando yo planteo la escaleta, lo hago conforme a lo que he aprendido. Imagínese lo que dijeron los directores. ¡Me pasé dos horas convenciéndolos! Hasta que finalmente aceptaron. Aquello fue un éxito tremendo tras el que me ofrecieron hacer Acción motor.
¡Lo recuerdo!
Quise que fuera moderno, rápido, ágil de imágenes… Era el año 2004. Durante una noche de ese verano me puse a diseñar la escaleta de un programa que se llamaba Toros para todos. Tenía la pena de haber dejado pasar mi oportunidad unos años antes que me propuse plantear esa utopía, igual que el que escribe poesías a una mujer amada a la que sabe imposible alcanzar. Yo creía que nunca más iba a hacer toros en la televisión, por lo que ideé mi programa soñado. Los reportajes de campo, música épica de películas para la faena, implicarme en la vida de los animales… Y al día siguiente, esto es verídico que sucedió así, me llamó la directora y me dijo que querían que hiciera un programa taurino. “Ve preparándolo”, me comentó.
¿Y qué le dijo?
Que no hacía falta. La escaleta la había hecho el día anterior.
¿Tuvo algún presentimiento esa noche?
Seguramente, pero no me di cuenta.
Las formas embellecen el mensaje. ¿Por qué ese formato?
Tenía claro que iba a funcionar. Sin ninguna duda. Ahora, desde la perspectiva del tiempo, me doy cuenta de que también tuve suerte, complementando la timidez con la confianza absoluta de lo que conoces. Al final, la vida es trabajar. Eso me lo enseñó mi padre y lo tengo metido en los genes. Hoy en día todo es muy volátil y rápido; es el tiempo de la inmediatez y de opinar sin informarse, pero ese no es mi sistema.
Tenía que conocerlo desde dentro.
Exacto. Yo había toreado mucho en el campo, incluso vestido de torero a puerta cerrada. Pero me faltaba hacerlo en público para conocer las sensaciones del matador. Para mí eso es algo fundamental si quería hacer el programa. Así que me puse a torear festivales en público.
Es usted una especie de Hunter S. Thompson del periodismo taurino.
Es fundamental si quieres comunicar. A mí nadie me va a decir lo que siente un tío cuando está en el burladero esperando a que salga el animal porque yo lo sé. Llevo sabiendo torear desde que nací, igual que el hijo de un pianista que con cuatro años se desenvuelve perfectamente. Es más, cuando era un niño pequeño, en la puerta de mi casa de la Colonia de Santa Inés, me iba con el capote y la muleta y montaba una corrida yo solo, con su paseíllo, su saco de patatas liado como un capote de paseo… La gente se paraba y cuando había una docena de personas sacaba la gorra y me iba a Casa Rosario a comprar chucherías con lo que había ganado. He ganado dinero toreando de salón con cinco años. Y todavía de salón me pongo con el que quiera, ¿eh? (bromea).
Pero yo tenía que ir más allá, así que toree un festival de periodistas taurinos en La Algaba con Juan Ramón, José Luis Benlloch… Le formé un lío tremendo al novillo y le corté dos orejas. Recuerdo la crónica de José Enrique Moreno en el Diario de Sevilla: “Enrique Romero parecía un matador de toros retirado”. ¡Pero era la primera vez que lo hacía público! Me olvidé de todo y triunfé.
¿Vinieron más?
Sí, varios más. Recuerdo uno en Atarfe. Le brindé el novillo al maestro Ruiz Miguel. A mí el animal no me gustaba porque estaba como toreado. Se me venía directamente al cuerpo, así que esperaba unas palabras de ánimo. Cuál fue mi sorpresa que tras mi dedicatoria, me dijo: “Enrique, no me gusta nada el novillo”. (Ríe) Nunca me ha dado coba. Siempre me dice la verdad, con picardía.
Su programa puso en la escena uno de los sonidos inconfundibles: el tema calé Orobroy, de David Dorantes.
Esa música la escuché por primera vez en un programa de turismo que también hice.
Turismo, toros, motor…
¡Hasta sucesos! En el Costa del Sol los hacía Antonio Roche, que era versátil para todo, lo que pasa que cuando él no estaba y entraba alguna última hora, me lo quedaba yo, ya que salía muy tarde con las crónicas taurinas. Igual en Antena 3, aunque allí estaba Manuel Marlaska padre, que iba con la radio y una unidad móvil pintada de negro relatando los grandes sucesos de España. De aquellos que me tocó cubrir, el que más recuerdo fue el crimen de un hombre que mató a su mujer en Cártama. Todo estaba lleno de sangre. En fin, con esto he perdido el hilo…
El Orobroy.
Sí, el Orobroy. Haciendo Andalucía turismo me llegó un reportaje de la Alhambra con esa música. Me quedé flipado cuando escuché esa pedazo de composición. Cuando comencé a trabajar en Todos para todos, tuve claro que mi objetivo era dar a conocer el campo al público general; nosotros, los taurinos, pensamos que nuestras producciones son las más importantes, pero la realidad, aunque suene feo decirlo, es que ocupan un espacio muy residual en la parrilla porque nunca han tenido audiencia. Estaban hechos por especialistas para especialistas; incluso la obsesión de muchos era demostrar que sabían mucho, lo que les alejaba del gran público.
Yo quería romper con esa inercia de 50 años de televisión taurina, hacer justo lo contrario y mostrar que el presentador no sabe más que nadie. Claro, yo llevaba toda la vida en este mundo, pero quienes no me conocían pensaban que no tenía idea, aunque posiblemente supiera más que ellos. ¡Por eso toreo en el festival de La Algaba! Para demostrar que sé hacerlo 20 veces mejor que todos ellos.
Entonces sí que hay casta en Enrique Romero.
Casta hay, porque si no la hay, me quedaría en mi casa.
Y en ese proceso da forma a Toros para todos.
Exacto. Se diseña pensando en la fiesta, en enseñar las cosas, difundirla y acercarla a todo el mundo. No quería alejarla y encriptarla, por lo que el campo era fundamental. Yo soy el primer Frank de la Jungla de la televisión 10 años antes de que él llegara. La dehesa, el toro, los bichos por medios y los peligros que tiene la bravura. Todo eso lo expliqué, pero durante el proceso de confección del producto me di cuenta de una cosa: el aficionado, durante media hora, casi todo lo que ha visto ha sido rural. Sin embargo, también quiere ver faenas. Genial, pues vamos a rematar el programa con la mejor faena de la semana, que es el Orobroy, la música que escuché tiempo atrás en aquel reportaje de la Alhambra.
Todo está medido.
Los ritmos, la música, los contenidos, el equilibrio… Toros para todos es fruto de dos años de estudio de audiencias y otros dos de experiencia con programas.
Tan trabajados que se ha convertido en un fenómeno de masas. Icono pop de la cultura taurina. Es raro ir a una plaza y no encontrar a alguien con el tono de llamada, la gorra del programa, o incluso repitiendo los gags, como nuestro amigo Pablossío.
Somos el único programa de Canal Sur con merchandising. Eso surgió de una forma muy curiosa. Un día me puse un reloj rojo y hubo gente que empezó a pedírmelo. No sabía ni qué marca era, pero pensé que se trataba de una oportunidad para difundir el nombre, hacerlo más cercano y amigable. Hablé con la dirección, le pareció bien y sacamos una concesión publicitaria. Es fenomenal, porque igual que alguien va a un museo y lleva un pin o una libreta de Picasso o Monet, también puede llevar algo de Toros para todos, que al fin y al cabo también es una obra televisiva.
El último festejo que retransmitió logró más de 500.000 espectadores y un 17,5% de cuota de pantalla. Solo en Andalucía. Si el público sigue consumiendo información taurina, ¿por qué cree que estos contenidos no se extienden a las televisiones generalistas?
Creo que se debe a los intereses económicos y políticos. Cuando la política apuesta por algo en positivo o negativo, eso tiene una influencia social muy grande.
¿Se afligen los poderes?
Sí, exacto. Y ahora hay una corriente que apunta en contra de los toros, algo que hace mucho daño.
Como decía Chapu Apaolaza, ser taurino hoy en día es ser punki.
Es ser un personaje extraño, raro y hasta sospechoso.
¿Y merece la pena?
(Se detiene un segundo) Claro. ¿Sabe por qué? Porque defiendes a un animal y defiendes la historia de España, que es importantísima. Sin ella, a ver en qué nos vamos a convertir. Es parte de nuestra cultura, de nuestra riqueza pictórica, escultórica, cinematográfica, literaria… España orbita en torno al toro. Ir contra eso es fundamentarse en la ignorancia, pero ya le digo, la razón principal es la defensa de un animal, lo cual es incuestionable. Que a nadie le quepa duda: si no fuera por la tauromaquia, el toro hubiera desaparecido hace siglos, con la muerte de la última vaca uro. No hubiéramos conocido al toro bravo, que es el animal más poderoso del planeta.
La última crónica de una victoria suya en trial comienza así: “Enrique Romero vuelve a subirse a lo más alto del podio”. Lo mismo podría usarse para hablar de audiencias, pero ¿ha pensado en el fracaso?
Sí, y he sufrido por ello.
¿Le tiene miedo?
No, no. Ya no. Antes sí tenía miedo. Yo he fracasado también, no todo lo que he hecho ha sido un éxito. Ha habido derrotas importantes en mi vida y en todos los sentidos.
¿Por qué?
Porque a veces te puede más la ilusión que la mente y el éxito está en aunar las dos. He intentado aprender de esos fracasos. Lo primero que leí en mi adolescencia fue el decálogo de Rudyard Kipling, que decía que tienes que caminar con tu mismo paso y tu luz entre reyes y mendigos para afrontar con la misma actitud éxitos y fracasos. Eso es fundamental y me esfuerzo para aceptar igual ambas partes.
Entre el éxito y el fracaso están los puntos intermedios. Los que generan debate. Algunos de los que se viven con más fuerza en Málaga tienen que ver con la composición de la ciudad. ¿Qué opina de proyectos como la Torre del Puerto?
Tema complicado. Hay días en los que pienso que sería maravilloso para Málaga y otros en los que considero que sería una pena.
No lo tiene claro.
En absoluto. Cuando te vas haciendo mayor, eres más clásico e inmovilista. Te da pena que cambie tu entorno, pero también soy consciente de que el mundo está en continua evolución y ponerle puertas al campo no tiene mucho sentido. Para mí, es una lucha interna entre la nostalgia por la ciudad que he vivido y el peso de la realidad del progreso.
¿Le gusta la Málaga de ahora?
Ha mejorado muchísimo. Con sus virtudes y sus defectos. Hay una cosa que es cierta: se puede morir de éxito. Es una frase que me sentaba muy mal, pero cada vez me la creo más.
¿Cuál es el remedio?
Intentar poner medidas naturales y no artificiales. Que no sean drásticas porque entonces puede haber una involución muy dura y coger el camino del éxito es dificilísimo porque hay que saber mantenerlo razonablemente.
¿El mayor reto?
Hacer la ciudad lo más confortable posible, donde se pueda vivir con tranquilidad y en lugares en los que se pueda conectar con la naturaleza. Siempre he echado de menos un gran parque en Málaga.
¿Haría el bosque urbano en los terrenos de Repsol?
Seguramente, sí. Hay veces en las que es necesario frenar un poco y hacer cosas que perduren toda la vida para bien del confort ciudadano. Admiro lo que se ha hecho en Málaga, me parece una gestión sobresaliente, ha transformado la ciudad, pero hay veces en las que los paréntesis son importantes.
¿Qué puerta grande le queda por abrir a Enrique Romero?
(Piensa durante un buen rato) Mi puerta grande es hacer feliz a las personas.
Pero esa ya la ha logrado, ¿no?
Me queda gente. Quiero que mi presencia sirva para hacer feliz a toda la gente con la que tengo relación, y hay personas con las que no lo he conseguido. Eso me duele. Esa es mi puerta grande que no he podido abrir.
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