Aunque ChatGPT pronostique que el fin de Málaga llegará en 2045, lo cierto es que sigue habiendo una oportunidad para que las ciudades sigan siendo una realidad en el siglo XXI. Pero esa posibilidad requiere la puesta en marcha de un programa ambicioso con el que combatir el cambio climático, el gran reto de nuestro tiempo.
Esta ha sido la cuestión que se ha puesto sobre la mesa en el curso Planificación Territorial frente al Cambio Climático. Medidas de Adaptación, organizado por la Fundación General de la UMA, con el profesor de Botánica y fisiología vegetal Enrique Salvo Tierra a la cabeza, y en el que han intervenido una decena de expertos.
En conversación con EL ESPAÑOL de Málaga, Salvo explica que las iniciativas expuestas en estas jornadas van a poder llevarse a la práctica en el futurista distrito Zeta, por lo que la expresión I+D+i se va ver implementada en todos los aspectos. ¿Pero cuáles son las bases para su ejecución?
El análisis planteado por este académico se sostiene en los recursos esenciales para el desarrollo de la vida, pero enfocado a la proactividad. El pilar fundamental es el agua, en especial si se tiene en cuenta el estado de sequía excepcional en el que se encuentra la provincia de Málaga. La lectura de este primer punto no invita al optimismo, sobre todo si se tiene en cuenta que los ciclos hídricos se dirigen hacia etapas menos lluviosas.
Algo diferente es el apartado dedicado a la energía. En este caso, hace falta una transformación que redireccione los esfuerzos vigentes, dejando de lado los combustibles fósiles para reducir la emisión de gases. Pero no solo sirve con una ZBE, sino que hay que tener una actitud “proactiva” para desarrollar políticas con las energías verdes como centro.
El clima en sí mismo se presenta como tercera pata de trabajo, enfatizando su plan de actuación en los entornos del interior: “En su momento hablamos de las islas de calor urbana; Málaga es un ejemplo de ello, con un archipiélago presente en la zona oeste. Ahí tenemos que lograr esa resiliencia al clima que nos caracteriza”, argumenta.
Aunque la temperatura sea siempre un objeto a valorar entre los ranking de “ciudades en las que vivir”, lo cierto es que requiere de firmeza para poder construir una planificación urbanística interna conforme a la realidad.
El último aspecto al que se refiere tiene que ver con la propia ubicación geográfica de Málaga: “Vivimos en el límite costero, por lo que la subida del nivel del mar, preocupa. Máxime con una ocupación cada vez mayor del litoral”, añade.
Los estudios recientes publicados por el profesor Salvo Tierra sostienen que en el interior, pese a aumentar los ecosistemas naturales debido a las estructuras de protección, se han perdido agrosistemas en favor de las composiciones urbanas. La consecuencia de este hecho es evidente: “Los agrosistemas generan corredores ecológicos para especies con las que necesitamos convivir, como insectos polinizadores”, subraya.
De esta forma, la alternativa pasa, entre otros asuntos, por la implantación de sistemas de drenaje de agua, recogida de lluvias o arbolado urbano, una cuestión necesaria para atenuar el impacto del cambio climático: “Son auténticos refugios”, puntualiza, añadiendo su satisfacción por el binomio conseguido entre ambientólogos y arquitectos durante el curso.
Susana García Bujalance ha sido otra de las expertas que han intervenido en la jornada, perteneciente además a este segundo gremio. Su lectura del problema parte de una premisa: “Somos tantos que ya no nos podemos adaptar, por lo que tenemos que transformar la realidad con un modelo que nos permita convivir”, expone.
Es aquí donde entran en juego consideraciones en torno a las ciudades de proximidad: “El problema en mi opinión, es que nos hemos quedado obsoletos. Si la economía industrial fue la economía disruptiva global durante el siglo XIX y XX, creo que ya vamos tarde en adoptar una economía propia de nuestro tiempo, que es la economía circular”, afirmaba recientemente en un artículo en este periódico.
La pregunta entonces es obligada: ¿cómo se consigue? “Estamos de acuerdo en que hay un problema, y que es difícil de resolver”, adelanta. Pese a no haber una respuesta única, sí que pone encima de la mesa el famoso plan de las ciudades de 15 minutos, en que todos los servicios se encuentren cerca: “Este hecho ayuda a cambiar el modelo económico, pero tiene que ser un compromiso global”.
El razonamiento es sencillo: si un ciudadano dispone cerca de su casa de un negocio en el que vendan el producto que va a satisfacer su necesidad, muy probablemente va a optar por comprarlo en una tienda local antes que en Amazon. “Circulación. Reutilización. Si eso se promueve, se genera una ciudadanía también de proximidad”, añade.
El problema no es tanto que haya prestaciones cerca, sino que tiene que ser transversal, permitiendo buenas conexiones entre estos núcleos poblacionales: “El problema de Málaga es dar el salto al modelo metropolitano. Es ahí donde no funciona. Quizá internamente en estos municipios, sí. Pero para ir de la capital a Alhaurín o Rincón de la Victoria, tienes que coger el coche, por lo que el sistema se acaba rompiendo”, concluye.