Los rasgos de Olga Redhelga muestran en cuanto la conoces sus orígenes moscovitas. Su piel es blanquecina, sus ojos de color turquesa y su pelo anaranjado. Sin embargo, basta con una charla con ella, café en mano, en una terraza del Centro de Málaga para descubrir que la Costa del Sol es la que hace latir su corazón. Es artista e ilustradora y tiene su propia marca de pañuelos de seda, Redsilk, en los que refleja la esencia del espeto malagueño o la grandeza de la Farola. Llegó hace quince años a España y se enamoró profundamente de un país que cada día le aporta inspiración para sus proyectos creativos.
Su hermana fue la primera en mudarse a España en 2001. En aquel entonces, Olga tan solo era una joven estudiante en Rusia. Siempre que podía, sobre todo en verano, se escapaba a España, un país que le apasionaba, sobre todo por su gente, por su clima… y por su gastronomía. Pero en un principio, en sus propias palabras, nunca se imaginó viviendo aquí.
Estudió Diseño Textil, una carrera universitaria que ella misma define como “un apartado donde las Bellas Artes están ligadas a la moda”. “Y como no podía ser de otra manera, mi trabajo de fin de carrera se centró en la moda flamenca. El traje de flamenca es un traje típico, pero no se queda estancado en sus formas o estructuras. Evoluciona, cambia mucho, se adapta a las tendencias”, declara Redhelga.
En 2008, se apuntó a un curso intensivo de español. Aunque había visitado nuestro país en varias ocasiones, no tenía apenas conocimientos de castellano. Pasó un verano inmersa entre libros y diccionarios en Málaga. Además, compaginaba sus clases con visitas a ferias como las de Ronda o Málaga para captar inspiración para su proyecto, que consistía en diseñar un producto relacionado con la moda flamenca. En concreto, creó unos estampados inspirados en la feria y yendo más allá de los lunares, abanicos y las flores. Llegó a nutrirse de elementos decorativos del recinto ferial tales como los farolillos.
Viendo que a sus profesores cada vez les gustaba más el resultado de su trabajo, las ganas de una vida en España brotaron cada vez más en su interior. Así, buscando en Internet, en 2010 localizó un curso en Galicia sobre la historia de la moda y la cultura. “No tenía nada que ver con Andalucía, pero el precio y los contenidos se adaptaban a lo que quería”, relata Olga, que vio nacer en el noroeste sus primeros ocho meses como residente en España contra todo pronóstico, pues siempre pensó que le llamaba el sur.
Movió cielo y tierra para lograr un trabajo que le permitiera quedarse en España, pero no fue tarea fácil. Le salían algunas ofertas como azafata de promociones, dice, “como a todas las estudiantes”. Esto le frustraba mucho, pues quería dedicarse al mundo textil. Bimba y Lola llegó a darle la opción de quedarse como becaria, ante su falta de experiencia, pero tampoco le convenció.
Entonces le llegó una oportunidad de nuevo en su país. Esta vez sí que era una oferta laboral de lo que siempre soñó. Allá que se fue con ganas de seguir luchando por su objetivo principal. “Y a los cinco meses, ocurrió el milagro. Me llamaron de Málaga, el lugar donde yo siempre había querido estar”, expresa con una sonrisa.
Eran de Mayoral. Como en Rusia había estado trabajando en el ámbito infantil, vieron sus trabajos y no dudaron en ficharla. “Evidentemente, le dije adiós a Rusia y a Galicia, pese a que me gustaron muchos sus montes verdes”, cuenta entre risas la artista.
Aquella oportunidad que le dieron fue clave para desembarcar en Málaga, pues le aportó estabilidad y la posibilidad de alquilar un piso. Sin embargo, no acabó como esperaba y acabo muy quemada. Tanto, que sentía que ella, que siempre había amado dibujar, estaba en una crisis creativa que le estaba haciendo dudar sobre si realmente quería seguir en el mundo del diseño.
Así se le abrió una ventana en el mundo del turismo en la Costa del Sol, el sector al que se dedica su hermana. “Hoy en día muy poca gente sabe ruso, entonces empecé a trabajar como guía traductora y así me terminé de enamorar de Andalucía, empecé a conocer cada rincón. En esta época fue cuando realmente me di cuenta de que era aquí donde debía quedarme”, asevera.
Fue después de su paso por Mayoral cuando, además, comenzó a salir con su actual marido, cordobés, con el que ha tenido dos hijos que, dice, “son los más españoles de la familia”. “A él lo conocí estudiando, pero en un momento de mi vida donde me sentía algo sola, me lo crucé en un supermercado. Recordaba que era una persona con muchos amigos, y le dije que a ver cuando me invitaba a una de sus fiestas. Me dio su teléfono y me dijo que fuera yo quien lo llamara a él. En su momento pensé… ¡Menudo saborío! Y mira hasta donde hemos llegado”, recuerda Olga, haciendo gala de sus avances en el andaluz más puro.
Mientras trabajaba como guía, se quedó embarazada y se dio cuenta de que el sector del turismo era solo para trabajadores jóvenes o sin necesidad de conciliar. “Es imposible pasando tantas horas fueras de casa, saliendo a las seis de la mañana y llegando a las nueve de la noche; así que decidí irme, aunque siempre quisieron que me quedara, me ofrecieron algunas excursiones cerca de Málaga”, lamenta.
La llegada de su primer bebé, casarse con su marido –en una boda de ensueño en una playa de Fuengirola– y, en realidad, ser feliz, hicieron a Olga reconciliarse con su vocación. Volvió a picarle el gusanillo de trabajar en el mundo del diseño. Así, le salieron ofertas en las andaluzas Harper & Neyer y Charanga. En la última, empresa de moda infantil, estuvo cinco años, hasta que llegó la pandemia.
Olga define el confinamiento como una época en la que todo el mundo se replanteó si verdaderamente estaba haciendo lo que le hacía feliz. “Mi pregunta fue si estaba teniendo la vida que quería realmente”, dice.
Le dio mil vueltas a la cabeza. Sabía que montar una empresa de moda requiere siempre de un esfuerzo económico y físico muy grande, por muy pequeña que fuera la marca. “Lo pensé mucho hasta tratar de dar con la tecla. Me di cuenta de que me encantaba el arte; vestir bien, con gusto y original; la ilustración; el dibujo; la acuarela… ¿Y como podía unir todo esto que tanto me apasiona? Haciendo pañuelos”, declara.
Y así empezó a dar sus primeros pasos en su negocio como artista freelance, que se oficializó hace justo un año –no es sencillo dar el paso a ser autónoma en España–. Sabía que no era sencillo pintar sobre una tela como la seda. Alguna vez lo había hecho antes, pero no tenía claro si la gente iba a estar dispuesta a pagar el esfuerzo que suponía. Así que se embarcó en el diseño digital. “Es la manera de vender un pelín más barato y poder multiplicar la producción de cada diseño”, explica.
Hace cada dibujo a mano, luego lo pasa a ordenador, lo limpia y crea un archivo para que la maquinaria pueda imprimirlo; es un proceso muy cuidado y mimado. Lo que al principio fueron pañuelos con estampados de pájaros, se han acabado convirtiendo, con el paso de los años, en unas auténticas obras de arte inspiradas en la tierra que la ha visto nacer y crecer como artista.
Tiene un pañuelo llamado Andalucía con el que, sostiene, “empezó todo”. Después vinieron, Málaga, Granada, Mijas y un sinfín de localidades que son especiales para ella por la belleza que derrochan. “He hecho uno para Puerto Banús que el propio Puerto Banús me compró la licencia y lo venden en su boutique”, apostilla.
Su inspiración siempre ha sido la naturaleza: los árboles, las flores, los frutos… Y Andalucía está repleta de todo ello. Cada año trata de añadir a su colección, al menos, dos diseños nuevos que vende online a través de su web, y en múltiples puntos de venta físicos como Temporánea Concept Shop, ubicada en calle Santos.
“Mi tienda física no la tengo porque ahora mismo no me lo puedo permitir, pero colaboro con varias empresas y tiendas pequeñas de la zona, como la de Esther [Temporánea], que se quedó enamorada de mis pañuelos y a la que agradezco que confíe en mí, porque es un producto caro [van de los 50 a los 121 euros en función del modelo] y a lo mejor, de primeras, podrían pensar que son difíciles de vender. Sin embargo, siempre hay un comprador para ellos que viene y que vuelve”, cuenta.
Además de en Málaga, sus pañuelos también se venden en Marbella y en Mijas. A través de Internet, sus pañuelos también llegan a un perfil más internacional como el italiano y el francés. Aunque hay un lugar muy curioso donde la marca de Olga acumula seguidores: Georgia. Y no es casualidad.
El marido de Olga es ingeniero programador y cuando ella decidió dar un vuelco a su vida, él también lo dio. Pasó de trabajar en un parque tecnológico a convertirse en autónomo para empresas extranjeras de puntos como Estados Unidos o Canadá. “Sin embargo, los impuestos son grandes en España y decidió hacerse nómada digital, que ahora está tan de moda, para ahorrar en este sentido”, detalla.
Decidieron que podía ser una muy buena opción cambiar de país, pues Olga, después de dejar Charanga no tenía ningún lazo laboral que la atara a Málaga. Se plantearon vivir en Estonia, Portugal o Georgia. “Fuimos a Georgia como turistas y nos quedamos enamorados. Vimos mucha naturaleza, algo muy rural, pero con un toque mediterráneo; es un país que quiere separarse de su pasado soviético y su dependencia de Rusia y me parece genial como rusa. Lo que está ocurriendo es una barbaridad. Tienen filosofía independiente y me gusta. Además, vimos que era un país muy seguro para los niños… Total, que nos fuimos un año a vivir allí”, cuenta.
La educación georgiana hizo que finalmente se hayan convertido en una familia “muy moderna”. “Nos encantó el país, pero no hay escuelas con un buen inglés, aprenden georgiano y, sinceramente, no les va a servir demasiado; además, el mayor, que llegó con siete años, nació en España y todos sus amigos son españoles, incluso su forma de ser lo es. Me di cuenta de que allí al final ni iba a saber inglés, ni español, ni georgiano, lo mejor para él era estar en España”, dice. Es por ello por lo que decidió volver a España para que sus hijos pudieran seguir yendo a clase con normalidad, mientras que su marido viviría allí seis meses al año.
Entonces, en las idas y las venidas, ha conocido a muchísima gente en Georgia y tiene varios puntos físicos donde vende sus pañuelos. Además, colabora con varios diseñadores de allí y cuenta con una línea inspirada más en este país. En concreto, está inspirada en Niko Pirosmani, un artista muy popular en Georgia, “un poco naíf” muy adaptable, según Olga, al diseño textil.
Ahora espera encontrar colaboraciones con diseñadores malagueños. Quiere dar “el toque” a sus prendas gracias a sus pañuelos, de los que está muy orgullosa. “Mi objetivo es llegar lejos con ellos, encontrar más sitios donde los venda, y propuestas y colaboraciones creativas, quiero demostrar a la gente que los pañuelos no son de marujas, sino que son algo muy moderno que igual te pones en el cuello, en la cabeza o incluso de top”, zanja.