Margarita tiene 91 años y lleva menos de seis meses en la residencia de ancianos San Juan de Dios de Antequera. Vivía sola, pero los achaques de la edad y no querer ser una carga para su familia, la llevaron a tomar la decisión de dejar su hogar para ingresar en el centro. En tan solo unos días, asegura, le cambió la vida. “Yo no me esperaba que aquí iban a trabajar verdaderos ángeles”, dice con una sonrisa la mujer a EL ESPAÑOL de Málaga.
Tanto le ha cambiado, que de vestir de colores oscuros habitualmente, ahora, con ayuda de uno de los trabajadores de la residencia, José, educador social, ha realizado su primer pedido en el gigante chino Shein como una adolescente más. En su primer paquete ha recibido varios conjuntos de colores que ya ha arreglado para que le vayan ideales. “Me quedan muy monos, quién me iba a decir a mí que con 91 años iba a estar pidiendo como las modernas ropa por Internet y me iba a ver tan guapa”, dice la anciana.
Con su ejemplo se puede intuir cómo en esta residencia se trabaja a destajo para acabar con la soledad no deseada de los mayores. La residencia tiene a abuelos internos en calidad de residente, pero también cuenta con un número de ancianos que solo se hospedan en el centro por el día, para entretenerse y estas acompañados, y otros que simplemente acuden a recibir rehabilitación. Así, durante los periodos vacacionales, cuando algunas familias no pueden viajar con ancianos, sobre todos los más dependientes, también se quedan con ellos.
Esta residencia, activa desde 2015, cuando otra institución religiosa tuvo que dejarla después de 150 años formando parte de la sociedad antequerana, se ha hecho su hueco poco a poco entre la ciudadanía por el interés que muestran en "la acogida y la atención al mayor". Así lo asegura el fraile de la residencia, Luis Valero.
"El centro no pasa de inadvertido. Está integrado en instituciones públicas, pero también privadas. La gente valora lo que hacemos y tenemos una lista de espera que supera las 60 personas. Aquí no se aparca a ningún anciano, al revés, nosotros queremos dejar claro que dejar a un mayor en una residencia no significa que tenga que dejar de seguir viviendo. Los que son antequeranos y pueden, siguen haciendo su vida en el pueblo", declara Valero.
Para el fraile, parte del éxito de la residencia es su capital humano. Está conformada por casi 60 personas, la mayoría de perfil joven. Han logrado que la motivación de los más noveles se una también a la experiencia y el buenhacer de los veteranos. Avanzar juntos les permite idear todo tipo de proyectos que esperan ir levantando en el marco de un programa donde pretenden luchar contra la soledad no deseada.
"Queremos tener pronto disponibles apartamentos donde hermanos o matrimonios vivan juntos, en régimen de vivir ellos solos, como harían en un piso, pero con los servicios que te puede dar una residencia. Es algo interesantísimo que les da mucha autonomía", relata, a la par que incide en que en España el 13,5% de personas sufren esa soledad deseada, un número que cada vez crece más en una que también cada vez está más envejecida.
Para José, ser trabajador social en esta residencia es algo muy especial, porque cada día con los abuelos y abuelas es una aventura. Él se encarga de gestionar el ocio y el tiempo libre de estos, pero mima lo que hace al máximo detalle para que las actividades que realicen sean a demanda de los usuarios y siempre teniendo en cuenta su vida personal.
Una de las actividades que levanta pasiones entre los usuarios es la excursión a Rincón de la Victoria para ver el mar. El objetivo de ella es que los ancianos se enriquezcan de todos los beneficios de este. La orden de los hermanos de San Juan de Dios cuentan con una casa en la zona de Torre de Benagalbón que resulta ideal para realizar esta actividad.
“La ponen a disposición de los centros que tienen en Málaga, el que está dedicado a personas con discapacidad, al de las personas sin hogar y al nuestro, de las personas mayores. Siempre nos la dejan en martes y tratamos de organizarnos para llevar al mayor número de residentes posible”, explica José.
Durante el verano, realizan varias salidas en dos períodos diferentes que se dividen en antes y después de agosto. Es decir, en junio y julio y en septiembre y en octubre en función del tiempo. “Primero hacemos una criba donde añadimos a las personas mayores que se apuntan voluntariamente y luego llamamos a las familias de los residentes más dependientes para que las familias decidan si quieren que los llevemos. Normalmente, siempre llevamos a alguien con gran deterioro cognitivo para que disfruten de la experiencia y sea algo especial y significativo para ellos”, declara.
Una de las usuarias de la residencia que padece alzhéimer, según José, en ocasiones no recuerda lo que hace de un día para otro, pero siempre que vuelve a esta casa sí que se acuerda de que estuvo allí antes. La experiencia les llena tanto que les marca. “Para esta mujer es muy significativo ir a la playa”, dice el trabajador social.
La experiencia les beneficia, primordialmente, a nivel social. La residencia cuenta con unas 90 plazas y los ancianos siempre se relacionan con las mismas personas. Salir de su entorno habitual y crear lazos “socioafectivos” con otras personas es algo que les llena de beneficios, según este profesional.
“A lo mejor ni se meten en el agua, pero solo viendo el mar, se transforman, se relajan de una manera alucinante; tenemos a personas dependientes a las que le cambia por completo la cara”, confiesa.
Las salidas
Normalmente, estas salidas comienzan despertándose pronto. Cuando todos están listos y con su indumentaria perfecta para salir a la playa, se suben en la furgoneta que los traslada hasta la costa, con ayuda de los trabajadores y de voluntarios. “Nuestros voluntarios tienen un corazón enorme, la mayoría son personas jubiladas que buscan en su tiempo libre ayudar a los demás, muy buenos todos”, comenta el trabajador.
José y todo el equipo de San Juan de Dios tienen en cuenta hasta la música que llevan en el trayecto, normalmente, bandas sonoras de películas o canciones de la época de los abuelos que ellos mismos piden. Todo ello es trabajo para ayudarles a refrescar la memoria.
Una vez allí, comen el menú que se llevan desde la residencia y se acomodan, aunque hay días “de fiesta” donde incluso se toman su tinto de verano, su cerveza y sus espetos en el chiringuito. Cada uno lo que quiere. Después hay quienes prefieren descansar y echarse la siesta, mientras otros se van a darse un baño, aunque también acceden a recorrer el paseo marítimo los más andarines. “Los que no pueden, por supuesto que también salen, pero les colocamos una silla en el paseo para que disfruten de las vistas. La casa está en primera línea de playa”, comenta.
También hay tiempo para la evangelización. Cuando van, suelen hablar de la historia de San Juan de Dios y el fundador de la casa, algo que les encanta a los mayores, que atienden como si estuvieran de nuevo en el colegio. “No se aburren, ya te lo digo yo. Siempre hacen algo. Hay veces que nos ponemos a hacer pulseras o recuerdos. Hay veces que nos vamos a buscar piedras, les ponemos sus nombres, las fechas de cuando han estado…”, dice.
Y para acabar la jornada, meriendan y recogen todo para volver a Antequera. “Tenemos a una usuaria sordomuda que nació y se crio en el ámbito rural y nunca había estado en la playa. De verdad, fue precioso ver cómo gesticulaba, cómo alucinaba al ver el mar. No entendía el motivo por el que el agua iba y venía. Es un regalo”, cuenta emocionado.
En primera persona
En el caso de Magdalena, la gran fan de los outfits de Shein, llevaba seis o siete años, no recuerda bien, sin pisar la playa hasta que la llevó el equipo de San Juan de Dios. Ella no se mete ya en el agua, dice que a sus 91 años le da miedo el vaivén de la marea, pero que antes sí lo hacia con frecuencia. Reconoce que disfruta mucho de las salidas por la compañía. "Tenemos unos compañeros maravillosos, nos queremos y hemos formado una nueva familia", cuenta la mujer, que, pese a su edad, está muy espabilada y activa, dispuesta a acudir a todos los planes que la entidad organiza.
Su compañero Pepe también tiene 91 años y es natural de Alhaurín El Grande, aunque ha pasado cincuenta años residiendo en Málaga, por lo que ha pisado mucho la playa. "Yo cada vez que voy me lo paso muy bien, es diferente a cuando iba antes. Aprendemos mucho todos con todos y eso es bonito. Pero vamos, que yo siempre estoy a la orden de lo que me digan para no descarriarme como las ovejas", confiesa entre risas.
Pepe es de los pocos en la residencia que tiene una habitación doble, pues está interno con su mujer, Estrella. "Tiene 91 años y sigue conduciendo, es un máquina", dice Magdalena con una sonrisa en mitad de la conversación. Pepe ha sido camionero durante 35 años y no tiene miedo a conducir a su edad. De hecho, la residencia le permite tener su coche en el parking para que pueda dar paseos junto a su esposa siempre que quiere. "Mejor que en un cinco estrellas estoy, la verdad, mi habitación es casi un apartamento, con su saloncito y todo", dice el hombre.
Clemente, de 82 años, llevaba casi dos décadas sin pisar la Costa del Sol hasta que la residencia le acercó al mar. Sin embargo, no fue sencillo que se decidiera a ir, al inicio rechazaba siempre la invitación porque le daba miedo el proceso de montar y bajarse de la furgoneta por sus problemas de movilidad. "Esta parte de la salida requiere de autonomía y muchos no se sienten seguros aunque les insistamos en que les vamos a ayudar, pero al final nuestro Clemente se animó tanto que ya se apunta a un bombardeo", pronuncia con gracia José, provocando la risa de Clemente.
"Te ha gustado el rollo", le dice el trabajador social al hombre, que incluso ha disfrutado con sus amigos en la Feria de Antequera. "Es que la casa es maravillosa, siempre que comemos arrocito o sardinas, a mí me encanta", dice tímidamente Clemente.
Sensaciones similares tiene Victoria, de 89 años. El afán de humanizar cada actividad que tiene la residencia San Juan de Dios también le ha ayudado especialmente. Llegó a la residencia después de haber estado en otra con antidepresivos. Sentía que no encajaba con el ambiente que había. "No habían pasado dos días cuando me pregunté si era necesario que ella siguiera tomando la medicación. La mujer se reía, hablaba con todos. Cambió radicalmente y estamos muy contentos y orgullosos de su cambio", cuenta el trabajador mirando a Victoria.
Según la anciana, en la anterior residencia no le ponían "la misa ni en la televisión", tampoco el rosario, algo que ella, creyente, echaba en falta. En esta residencia tienen hasta su capilla y se adaptan a las necesidades de cada uno de ellos. "Estoy mejor que en casa, esta ya es mi casa", zanja.