La pandemia dio al traste con la primera gran gira de La Trinidad, el grupo más prometedor de la escena malagueña. Sixto Martín, Jorge Zúñiga y Carlos Guerrero no se dieron por vencidos: en octubre del año pasado publicaron su primer disco. Los edificios se derrumban concentra las inquietudes, los fracasos y las vivencias de estos jóvenes. Un grito de guerra decadente y poderoso; una descarga de power pop.
La banda bebe de la primera ola del punk; del power pop de los 80; y de grupos como Siniestro Total, Parálisis Permanente, Los Ilegales, The Replacements, Biznaga y Futuro Terror. Poesía y cine quinqui también alimentan su imaginario. Luego, con razón, escupen perlas como ésta: "Queridísimos esbirros: sangre y dinero huelen a lo mismo [...] no hay lugar para una pureza igual, huyamos pronto, nos aguarda el capital".
El conjunto firmó hace dos veranos con Sonido Muchacho, el sello de los codiciados Carolina Durante y de los malagueños Airbag. Tras varios EPs y un primer trabajo revisado por Paco Loco, productor andaluz por excelencia, grabarán un álbum de corta duración con Carlos Díaz en su estudio de la Vega granadina. Por la casa de campo han desfilado Los Planetas, Amparo Sánchez, Dellafuente y Mejillones Tigre.
La Trinidad suma ya un cuarto miembro con el reciente ingreso de su productor Carlos Salado. En algunos conciertos además probarán con el formato quinteto. La banda malagueña, gran promesa del pop nacional, actuará este domingo junto a Sidonie en el Castillo de Gibralfaro dentro del Brisa Festival. Su cantante, Sixto Martín, atiende por teléfono a EL ESPAÑOL de Málaga días antes del directo.
La pandemia paralizó toda actividad, incluida la cultural. ¿Cómo os ha afectado como banda? ¿Y cómo personas?
Siendo francos, no nos ha sentado bien a nivel personal ni a nivel creativo. La pandemia se ha llevado por delante nuestra primera gran gira, nuestro primer disco y esa ilusión primigenia. Se ha traducido en una frustración muy grande. Antes de sacar el primer trabajo ya había una gira de 25 directos cerrada. Si no hubiese estallado la pandemia hubiéramos acabado el año pasado con 40 conciertos a la espalda.
¿Cuánto daño ha hecho esto a bandas pequeñas y medianas, que nada tienen que ver con fenómenos como Vetusta Morla?
Esto afecta a todos, pero no por igual evidentemente. Vetusta Morla come de esto; es trabajo. En nuestra caso se lleva por delante la oportunidad, ese momento en el que estábamos en el punto de mira para pegar el disparo e intentar clavarlo. Era un buen momento como banda de directo. De repente esa buena oportunidad la pierdes. Alguien te sopla y fallas el tiro.
Hablaba antes de frustración. ¿A nivel vital como joven también siente lo mismo?
Sí. Estamos cobrando una mierda, no tenemos dinero para irnos de casa de nuestros padres y trabajamos en condiciones precarias. Son cuestiones que están sufriendo las generaciones actuales también. Esas generaciones mayores también se lo están comiendo. Veo como mis padres están sufriendo esa precariedad. De otra manera porque por suerte tiene la vida más asentada. Esa frustración forma parte del clima.
Hablando de condiciones materiales, dedican una canción a la clase media. ¿La clase media existió alguna vez?
No soy politólogo para hablar de ello, la verdad. Pero no es lo mismo la persona que trabaja en una mina a una profesora o un propietario de una gran empresa. Hay vemos diferencias a muchos niveles. Si en la actualidad existen clases medias son residuales. A la vista está. Sí que observo una serie de estilos de vida que parece que son los que marcan la diferencia. Igual el carpintero de tu barrio cobra más que un periodista, que ejerce una profesión liberal que en la actualidad está muy jodida. Se venden estilos de vida. Que trabajes en un coworking, tengas un patinete eléctrico y vayas a los bares de moda no te hace menos clase trabajadora.
¿Y en la música, existió?
Hay una clase alta y otra clase que no es trabajadora, sino directamente lumpen proletariado (ríe). El problema es que esto nunca se ha hablado en el sector musical. Hablar de las condiciones pésimas de los músicos en España es un tabú. Hay gente que te explota y cobras muy mal. La música no se considera una industria en este país. Los festivales son otra cosa, además de un parque de atracciones. La música se ha convertido en una afición cara. Por eso la música española ha estado históricamente llena de tantos pijos. Hablo de mi escena. Algo tan caro como plantarte en A Coruña desde Málaga, llevar una furgoneta con cinco personas, tener instrumentos que valen un dineral y alquilar un local ensayo no está al alcance de la mano de muchos. Las políticas en España han sido las del boom y el pelotazo. La industria del festival se asemeja a la del ladrillo, una burbuja. La profesión del músico en España está totalmente precarizada, con condiciones materiales inmundas.
¿Los festivales han ayudado a contribuir al deterioro de la industria de la música?
Los macrofestivales sí. Cuando hablamos de festivales no se puede generalizar. No es lo mismo el Primavera Sound, un dinosaurio que fagocita la escena de Barcelona, que hablar de un festival pequeñito que se haga con mucho cariño y vaya creciendo poco a poco. El modelo del Ojeando es más sostenible. Se trata de un festival sin 150 escenarios donde participan bastantes bandas de la provincia. La culpa en sí mismo del festival, sino de una serie de modelos económicos. Por eso asocio los festivales a la burbuja del ladrillo. Está ligado a una serie de políticas sociales, de turismo y de arquitectura y urbanismo social. No apuestan por una sala de conciertos en el centro, pero sí por macrofestivales.
¿Cuánto les influye que no haya ninguna sala de conciertos estable en el centro?
Nos influye como miembros activos y pasivos de la música. Provoca que no podamos hacer conciertos en nuestra ciudad y nos impide ver directos de otras bandas (tanto locales como de fuera). Eso, al fin y al cabo, es como si cortas carreteras. Al final quitas a Málaga del mapa y la aíslas. Ahí tienes lo que tienes: una escena musical completamente deficitaria desde hace años con la que no ha sido nada permisiva. En Málaga, las bandas locales sólo han servido para ser teloneras. En festivales grandes y pequeñas, y eventos asociados al Ayuntamiento. Y al ser el último mono se justifica que cobremos menos.
La gente ya no acude a bares para descubrir música. Ahora lo hacemos a través de festivales y Spotify, muchas veces movido por un algoritmo. ¿Qué opina?
El algoritmo lo que promociona son los singles. Ayer precisamente vi una estadística de Spotify donde aparecía la vida que tiene un disco en la plataforma digital. Observé que el primer día o las primeras semanas que sale está todo el mundo escuchándolo y de repente baja por completo. Se promociona el single, la comida rápida. La industria musical es una industria completamente fast food. Ahora escucho una canción y me olvido la semana que viene. Aunque creo que esto ha pasado toda la vida. Antes escuchabas un hit en la radio y ya está, y lo perdías para siempre si no comprabas el casete o el vinilo. Quizá tenía una vida real. Ahora se conforman escenas que van en muchas direcciones. Estamos aprendiendo a lidiar de ello. Antes hablaban de la muerte de la música por la piratería. Al final se han encontrado modelos como los de Spotify; y otro tipo de plataformas de streaming. Ahora la gente está pagando más dinero por música que hace 15 años.
En una canción hacéis alusión al hotel demolido de Mundial. ¿Málaga se ha convertido en una ciudad sin alma o identidad?
Málaga es por desgracia un parque de atracciones turístico. La ciudad no se ha convertido por sí sola en eso a causa de los malagueños, sino que hay detrás un Ayuntamiento con un alcalde y unos concejales que han obrado con unas políticas determinadas. Se ha instalado un modelo con muy poca imaginación y muy poco horizonte político. Que este modelo de dinero no significa que sea bueno. Cuando llegaron a cerrar todas las salas de conciertos del centro aquel verano (entre la Velvet y el Onda Pasadena), había gente diciendo que no había demanda. Ese es el problema. Cuando empiezas a ver la música, el arte y la vida real como si fuese un Burger King que debe ser rentable. El modelo tampoco ha permitido que la industria de la música sea rentable. En otros países lo es. No se trata de pedir dinero público para subsistir. Si tú creas una ciudad en la que desde 1997 no das una licencia de conciertos y el centro de Málaga se lo reparten entre cuatro propietarios, hay un problema de gestión de la ciudad. Falta gente con buenas ideas.