"España es un país de ideas entusiastas pero efímeras. Solo la gente más generosa y más ilusionada, como son mis amigos de la Peña El Palustre, logran mantener al cabo de un cuarto de siglo una actividad que requiere tanto trabajo y tan minuciosa organización", escribió en 1991 el entonces alcalde de Málaga, Pedro Aparicio, cuando se celebraba el cuarto de siglo del concurso de albañilería del barrio de El Palo.
El desaparecido regidor no llegó a ver en vida la celebración del medio siglo de vida del concurso por pocos años. Pero, cuando este domingo se celebra la 54ª edición del certamen junto a la playa tras un año de pausa por la pandemia, los que más saben del lugar siguen recordando la 8ª edición, la de 1974. Ese 29 de septiembre, la peña El Palustre decidió que los albañiles debían construir... un huevo.
"El momento más importante en el concurso fue el año del huevo, que se nos cayó a los concursantes y gracias a Demófilo [Peláez Santiago,difunto cofundador del certamen], que insistió que repitiera, volví a hacerlo y gané", explicaba en el libro Albañilería hecha arte (2003) el albañil torremolinense Manuel Zaragoza. No llegó al punto del paleño Miguel Román, que -durante la edición de 1968- se encontró en un bar cercano con el presidente del jurado de entonces, el arquitecto Andrés Escassi: "Don Andrés, he terminado demasiado pronto, pues se me ha caído".
Eso fue lo que ocurrió en el famoso año del huevo, pero a la totalidad de las cuadrillas. En esa edición, la figura que tenían que constuir para demostrar su destreza como profesionales desafiaba las leyes de la gravedad, y el jurado no podía certificar con una imagen -como hace año tras año- que el diseño podía realizarse.
"Al realizar días antes la prueba del ejercicio, que hacíamos para ver la posible ejecución del trabajo, el fotógrafo que debían realizar las fotos del mismo no compareció. Miren por dónde, todos los trabajos cayeron, y nosotros no contábamos con la fotografía que diera fe de que se podía construir", narra el cofundador del certamen, Manuel Peláez Santiago, en Albañilería hecha arte. Afortunadamente, algunas cuadrillas como la de Manuel Zaragoza volvieron a intentar la figura sobre los restos fallidos del intento anterior y terminaron consiguiéndolo.
Esa apuesta por la más alta exigencia, aunque suponga que caigan la mayoría de los participantes, es marca de la casa desde el primer concurso, que se celebró en septiembre de 1967 -tan solo dos meses después de la fundación de la peña El Palustre- en el propio sótano de la sede de la entidad -entonces todavía en construcción-.
"Esto es típico de El Palustre, poquitas piezas, pero seguro que con guasa", cuenta el presidente del jurado, el arquitecto Demófilo Peláez Postigo II, que le dijo en una ocasión el tricampeón del certamen Aleix Plana: "Sé que no se cae porque sé que lo habéis comprobado, pero cualquiera pensaría lo contrario", continuó.
La complicación es tal año tras año que en el año 2002, la 36ª edición del certamen, tuvo que declararse el puesto de campeón desierto. "Hubo cuadrillas que lo terminaron, pero no se atrevieron a quitarle los puntales, porque se les caía. Hubo un par de ellos que lo hicieron, pero se ayudaron con unos moldones de yeso muy grandes, y eso está prohibido", explica el cofundador del concurso, Manuel Peláez Santiago, a EL ESPAÑOL de Málaga.
"Se unificaron todos los premios en metálico, que sería 1.300.000 pesetas, y cada uno se llevó su parte. Respecto a los trofeos, cada uno cogía el que más le gustaba por orden de inscripción", recuerda Peláez Santiago.
Otro momento que le viene a la memoria a este pionero, que fue campeón de España de albañilería en Huesca en 1976 junto con Bartolomé Fernández de Haro, son los concursos que ganó en 1971 y 1980 el albañil Francisco Rodríguez Campoy, alias Paquito El campeón, y también El herculito por la olímpica fuerza de sus brazos.
Tras un grave problema de salud, su movilidad quedó muy reducida y no pudo volver a participar. En el año 1982, la cuadrilla clasificada en tercer lugar, formada por Rafael Caparrós y Antonio Méndez, decidió ceder su premio de 12.000 pesetas a este mismo Paquito, que "si no es por la desafortunada enfermedad, cualquiera sabe dónde hubiese llegado": "El aplauso más grande fue para ellos", explica Peláez Santiago en su libro Albañilería eterna.
Si el lector decide este domingo visitar la plaza del padre Ciganda para ver el concurso de albañilería, observe atentamente: es habitual que Paquito El campeón siga acercándose en su silla de ruedas, acompañado de las generaciones más jóvenes de su familia, para ver las figuras que los albañiles hacen cada año, entre las que reinó.