Las hipolitinas vuelven a refrescarse en el imaginario colectivo. Una historia de posguerra, con curas, mujeres, leyenda sobre iluminados y el Centro Histórico de Málaga como testigo. No eran monjas, pero sí mujeres consagradas -a su modo- a una vida religiosa. La vida de servir al cura que les dio nombre.
Si hay una definición conocida de las hipolitinas es la que dio Camilo José Cela: "Eran un grupo de beatas malagueñas que ejercieron de coimas de su director espiritual". Esas coimas (concubinas) tenían como figura de referencia a don Hipólito Lucena, un sacerdote católico nacido en Málaga en 1907 y que quedó huérfano pronto. Cuentan los historiadores que a los 10 años ingresó en el seminario.
Se conoce que Hipólito tuvo, al menos, otro hermano sacerdote. Según relata el profesor Antonio Nadal en su artículo de investigación Comité de Salud Pública, el 22 de julio de 1936, pocos días después del inicio de la Guerra Civil, el sargento José García "presenta a cuarenta y ocho religiosos" en la comisaría. Entre ellos se encuentran un joven Hipólito, de con 28 años, y José Lucena Morales, natural de Coín, como Hipólito, y que por entonces tenía 24 años.
José corre la peor de las suertes y es fusilado en un pelotón republicano. Sin embargo, Hipólito ya demostró entonces que era un hombre despierto. Huyó de aquella comisaría y se escondió discretamente hasta que todo pasó. Finalizada la contienda, Lucena empieza a aparecer como uno de los principales evangelizadores.
En 1935 llega a Málaga como obispo Balbino Santos, que se encuentra con un panorama desolador. San Manuel González, su predecesor, abandonó Málaga en 1931 por la persecución contra la Iglesia Católica en la provincia. Más de 170 consagrados habían sido martirizados y el clima, a su llegada a Málaga, no era mejor. De hecho, Santos tuvo que huir hasta 1937 a Tánger. Santos fue un obispo al uso de la época: puritano, de saludo franquista y especialmente moralista, siguiendo la línea de la dictadura. Fue obispo hasta 1946, cuando se trasladó a Granada y fue nombrado arzobispo.
La posguerra sirvió a la Diócesis de Málaga para recomponerse tras el violento enfrentamiento. Es ahí donde Hipólito Lucena toma un papel relevante junto a Santos. Lucena es nombrado en 1940 párroco de la Iglesia de Santiago, desde ahí empieza a acumular cargos llegando, en 1949, a ser nombrado arcipreste de Málaga por el entonces obispo Ángel Herrera Oria.
Lucena es un hombre reconocido y respetado en aquella Málaga de miseria y hambre. Se preocupa, por ejemplo, por dar de nuevo lustre a la Semana Santa. El líder de las hipolitinas aparece en diferentes investigaciones históricas en este sentido. El 28 de marzo de 1947 bendice en la desaparecida capilla de San Jose al Cristo de la Agonía. El 18 de marzo de 1948, en el mismo escenario, asistió al obispo Herrera Oria en la bendición de la imagen que sustituyó a la anterior.
También se le atribuye una gran cercanía a la Cofradía del Rescate. Esta hermandad fijó su sede en la Iglesia de Santiago, donde Lucena era párroco, pero físicamente se decidió por ocupar una capilla abandonada -que sólo se ocupaba en Semana Santa- en la calle Agua esquina con la calle Victoria. En 1951, con el plácet de Lucena, se instalan en dicha capilla las imágenes de la hermandad.
Las hipolitinas
Conocida la historia y la ascendencia de Hipólito Lucena en una ciudad en reconstrucción tras la guerra quizá sea más fácil entender cómo llegó a convertirse en el líder de una secta femenina. A raíz de la dirección espiritual de Lucena, que fue responsable de un patronato diocesano de protección a la mujer, muchas jóvenes devotas fueron acercándose a los grupos de reflexión cristiana.
Lucena fue un hombre con carisma, lo que le llevó a ser requerido como director y creador de diferentes grupos de acción religiosa. Entre estos grupos, el citado de seguidoras de Hipólito, conocidas en su momento como hipolitinas o santiaguinas.
La Iglesia de Santiago es una de las más antiguas de Málaga, situada junto a la puerta de Granada, fue utilizada como catedral temporalmente. Allí es donde se reunían para formarse espiritualmente Hipólito y sus jóvenes. Sin embargo, no fue esta iglesia el escenario de aquello por lo que se hicieron famosos uno y otras.
Tras la Guerra Civil, en la Plaza de la Merced se mantenía débilmente en pie un símbolo de la contienda: la Iglesia de la Merced. Un templo monumental que fue destruido por dos veces. La primera por culpa del enfrentamiento; la segunda por culpa del urbanismo y las necesidades económicas -en 1963 se vendió y demolió para construir una casa de vecinos-.
Las hipolitinas eran mujeres bien, de buenas familias y de la feligresía de Santiago, en pleno centro. Sus reuniones comenzaron de forma, efectivamente, espiritual, pero derivaron en ritos sexuales. ¿Dónde se desarrollaban esas ceremonias? Efectivamente, en la Iglesia de la Merced.
El templo destruido era la sede que utilizaban Hipólito y sus coimas (como las llamó Cela) para realizar ceremonias en las que, con el pretexto de un matrimonio místico, el sacerdote y las mujeres copulaban sobre el lugar que fue altar mayor de la Merced. Aunque estas prácticas eran sobradamente conocidas por el entorno del sacerdote y buena parte de la sociedad local, era un secreto a voces. Nadie sabía nada, pero todo el mundo conocía perfectamente lo que ocurría.
Hay quien, con el tiempo, ha querido dotar de cierto barniz legendario a las prácticas sexuales de Lucena. Se habla en escritos sin base científica de ritos iluminados, como si definitivamente el grupo de hipolitinas fuera una secta con fines trascendentales. Sin embargo, en un artículo de La Opinión de Málaga publicado en 2013, Rafael Aldehuela afirma: "Hipólito siempre fue un buen cura, pero no por ello dejó jamás de sentirse hombre y como tal, víctima de sus pasiones". Sencillamente.
A finales de los años 50, con algún que otro hijo no reconocido y abandonado, las hipolitinas saltan definitivamente a la luz. Las prácticas eran conocidas, pero nadie las había dado como denunciables. Sin embargo, es entonces cuando Hipólito Lucena es investigado. Se le juzga en secreto en el Vaticano, nada de lo que ocurre allí trasciende. Sólo que poco después Hipólito desaparece de la ciudad. Es trasladado a un monasterio en el extranjero, alejado de cargos de responsabilidad y de contacto con mujeres.
Hipólito Lucena murió donde nació, en Coín (Málaga) en 1981. En aquellos 20 años se fueron diluyendo los mitos y realidades de un cura que había marcado a toda una generación de mujeres que, llamadas por la espiritualidad, acabaron siendo presa de los deseos sexuales de un sacerdote.
Ahora las hipolitinas vuelven a reverdecer su historia. Esa orden religiosa ha sido protagonista de un episodio de la Enciclopedia del Erotismo de Camilo José Cela -quien también hizo famosa la historia del cipote de Archidona-, pero ahora es el escritor malagueño Antonio Soler quien las introduce en la trama de Sacramento, su última novela.