Málaga

Manuel Alcántara (Málaga, 1928-2019) ocupa por derecho propio un lugar privilegiado en la cima del articulismo literario español junto a Francisco Umbral. Su condición de hondo poeta, su curiosa mirada y su fina ironía impregnan sus columnas, muchas de ellas universales a pesar del paso del tiempo, publicadas en cabeceras como Arriba, Ya, Época y los periódicos del grupo Correo (actual Vocento). Uno lo puede comprobar leyendo la selección de artículos recogida en los libros Fondo perdido y Vuelta de hoja.

El malagueño fue primero escritor y después vino todo lo demás. El célebre Alfonso Canales lo define como "un raro poeta sin prehistoria" con una obra madura desde los inicios, recoge Francisco Ruiz Noguera en la introducción de la recomendable antología Mar de fondo. Recitó por primera vez en público con 23 años, en las lecturas Versos a media noche del Café Varela de Madrid. El maestro nos dejó obras magistrales como Manera de Silencio y Plaza Mayor, accésit del Nacional de Literatura.

El autor está considerado uno de los grandes cronistas de la edad de oro del boxeo español. Los periodistas Teodoro León Gross y Agustín Rivera reunieron sus mejores asaltos narrados en un mavaravilloso volumen publicado por Libros del KO. Alcántara rodó por toda Europa para contar los grandes combates e incluso estuvo en el Madison Square Garden. Este deporte fue siempre su predilecto junto al fútbol.

El periodista vivió toda su vida pegado a una Olivetti, en la que escribió hasta sus últimos días. Amaba el dry martini tanto como comer fuera de casa y su religión eran sus amigos. EL ESPAÑOL de Málaga recuerda al niño de la guerra, nacido un 10 de enero de 1928 en calle del Agua del barrio de La Victoria, cuando se cumplan 94 años de su nacimiento. Para ello, hablamos con familiares y amigos. 

Lola Alcántara

Su hija, Lola Alcántara, cree que la ciudad se ha portada muy bien con él: "Tenemos superávit. A mi padre le han hecho hasta retratos espantosos. Uno con los ojos azules para que saliera más guapo. Tiene una plaza, un instituto, una estatua, una calle". La biblioteca pública con su nombre frente al mar, en Rincón de la Victoria, fue lo que más ilusión le hizo. El escritor la inauguró años antes de morir. "Me dijo que ahí se juntaban las dos cosas que más le gustaban: el mar y los libros", cuenta.

Lola Alcántara junto a su padre cuando la UMA le nombró doctor honoris causa. L. A.

La profesora de la Universidad de Málaga desvela que a su padre "le importaba más la poesía que el periodismo". "Estaba un poco descontento porque había que pertenecer a alguna corriente para que hicieran caso. A él no lo metieron ni en la de la poesía social, ni en ninguna de las que se llevaban en los años 50. Estaba fuera", señala. A la hora de escribir versos, le contó a su hija, "uno no se puede poner de tres a cinco de la tarde como con las columnas; eso te viene o no te viene".

Según la pedagoga, "lo que más le interesaba era morir antes que los periódicos". "Hasta el último momento escribió con una Olivetti a la que se le caían según que letras y había que teclear dos veces. Tenía un amigo estupendo, Juande, que iba a arreglarle la máquina todos los días. El último fax del Diario Sur lo tenían reservado para mi padre porque el artículo lo mandaba por ahí", relata. En el frigorífico además de tener para hacer Dry Martini había cintas de la máquina. "Había que pedirlas y conservarlas en ahí para que no se secaran", recuerda.

Si tuvieron grandes broncas la culpa la tuvo los toros. Lola es antitaurina acérrima y Manuel todo lo contario. Incluso fue jurado en los prestigiosos Capota de Paseo. "Teníamos unos follones con eso... Al final conseguí ganar yo, pero ya era muy tarde. Hice que no fuese a las corridas de toros", confiesa.

Lola iba con su padre a los combates de boxeo y disfrutaba de numerosas tertulias desde muy pequeña. "Te parece muy normal estar en casa con José Hierro recitando y conocer a Gerardo Diego", presume. La pregunta que más le han hecho a su padre tiene que ver con el deporte de contacto: "¿Cómo a  un poeta puede gustarle el boxeo?". "Él siempre respondía: Como alguien dijo: "Si yo pudiera prohibir las corridas de toros, las prohibía. Pero como no lo están, voy a todas".

A su hija le gustaba también ver peleas en el ring y el ambiente de la época de Mando Ramos, Carrasco y Urtain. "Este último era sorprendente. Me parececió un tío muy inteligente y que cocinaba fenomenal. Menudos chipirones nos ha hecho", rememora. El boxeo fue una parte muy importante de su vida. Tanto que le dedicó el poema Doce cuerdas

Cuando la UMA lo nombró doctor honoris causa reconoció que la época más feliz de su vida en los periódicos fue la que pasó en Marca. "Con el medio llegó a cubrir un Giro por toda Italia. Desde entonces cultiva su gran amor al ciclismo. Desde luego, su gran afición era el boxeo. También le gustaba mucho el fútbol. Al final de sus días decía: "Me voy a morir dejando el Málaga en segunda", hace memoria.

Salvador Moreno Peralta

"Él pensaba que se lo debía todo a Málaga porque sabía ver, como los grandes poetas, todo lo que de inspirador, de libre y de tonificante había en las profundidades de esta ciudad, en su mar, su luz y su gente", señala Salvador Moreno Peralta, gran amigo y prestigioso arquitecto. Según él, "su cosmopolitismo vital nace de ahí, como lo muestran sus primeros versos". La ciudad le debe "el haber sido el espejo en el que ella ha reflejado su mejor rostro, detrás de esa costra provinciana".

Moreno Peralta, Savater y Alcántara, en una imagen. S. M. P.

Para el columnismo, según el urbanista, "supone la herencia de Larra, Camba y González Ruano". "Sus columnas eran un luminoso reloj de los días, la actualidad atravesada por un rayo de sensatez, de ética, de ironía, de humor. Lecciones de literatura gratis y diarias", defiende. En la poesía, "era un Quevedo al alcance de todos". Y en el boxeo, "ese santo cuya imagen debería presidir todos los gimnasios del mundo, al lado de la Virgen, que sería Joyce Carol Oates".

En la intimidad, Moreno Peralta se atreve a decir que "Manolo tenía una conciencia serena, mística y quevedesca de la muerte, a la que tenía lo suficientemente presente como para ser un vitalista empedernido". "Parafraseando a Terencio, nada de lo humano le era ajeno, por eso se entregó a vivir la vida disfrutando todo lo que de noble y decente pudiera deparar", declara orgulloso.

Sus amigos más cercanos le llaban maestro, desvela, por su memoria prodigiosa. "Mientras ella estuviera activa, todo permanecería vivo alrededor: en ella reconocíamos nuestro país, nuestra historia, nuestra cultura, nuestra infancia y juventud; la memoria de Manolo era una patria, y su amistad, un refugio. Los almuerzos con Manolo- y podríamos decir lo mismo de sus columnas- eran siempre una vuelta a casa, una especie de cotidiano retorno a Ítaca", sentencia.

Entre las miles de anécdotas, el reputado arquitecto se queda con una regada por el dry martini. "Trabamos amistad en el bar Itahuá del Paseo de Reding, y, poco a poco, cóctel tras cóctel, iban surgiendo nombres con los que habíamos tenido alguna relación: el crítico de arte Santiago Amón, los poetas Gabino Alejandro Carriedo, Rafael Penagos y Ángel Crespo, el humorista Antonio Mingote, el boxeador Carmelo Beraza. Nunca coincidimos en la capital, pero él me dijo que reconocía al instante a la cofradía de todos aquellos que habían aprobado "la asignatura" de Madrid. Nuestra amistad fue de hecho un reencuentro predestinado", celebra.

Agustín Rivera 

El periodista Agustín Rivera, encargado de la edición La edad de oro del boxeo junto a Teodoro León Gross, cree que Alcántara "tuvo la suerte de ser profeta en su tierra durante toda su vida". "Hay que reivindicar el Alcántara escritor en mayúscula. Su faceta como articulista, que fue brillantísima, la eclipsó. Como poeta se le deberían haber reconocido más. En este país no puedes hacer tres cosas bien. En su caso, era buen poeta, buen cronista de boxeo y buen articulista", sostiene.

Alcántara creía profundamente en las nuevas generaciones de periodistas. A. R.

El autor de una tesis sobre sus crónicas de boxeo piensa que el mundo literario le penalizó por no escribir una novela. "Él siempre decía que era un escritor fatigable. Un artículo como mucho le ocupaba un lapso de tiempo de 24 horas. Él lo dejaba listo en 40 minutos. Creía mucho el plusmarquismo de la escritura", asegura Rivera. El periodista vivía pegado a la actualidad: compraba cinco periódicos al día y ponía el oído a lo que la gente contaba en cafés. El resultado: "pura poesía".

Rivera lo recuerda como una persona con una "memoria prodigiosa" que escuchaba mucho; y cun sentido del humor "finísimo, interesante y muy luminoso". "Se sabía todo de Quevedo. Tenía una pasión por seguir viviendo. Me acuerdo que en su 80 cumpleaños, el comentó: "Voy a tener una prórroga más en la vida. Me voy a apuntar a la prórroga del partido de la vida", rememora.

También lo define como una persona "tremedamente cariñosa con los que quería". Tampoco se le podía molestar ni llamar a su casa entre las 16:30 y las 18:00. "Cuando quería hablar con él, llamaba a las 18:15, cuando su artículo ya estaba enviado a Diario Sur por fax", cuenta. Además, casi siempre comía y cenaba en la calle. "Él decía que las personas que se quedaban en su casa todo el día envejecían muy rápido. Siempre tenía planes", desvela.

Entre las vivencias atesoradas tras 15 años de amistad, Rivera no duda en contar cómo se conocieron. Ocurrió en mitad de los cursos de verano de la UMA y la Fundación Alcántara en Vélez-Málaga. "Íbamos a almozar en el restaurante María, su sitio predilecto para comer. Me pidieron que lo recogiera en su casa. Yo me perdí por la autovía. Iba con Ignacio Camacho. Llegamos con media hora de retraso y estaba bastante enfadado. "No es una buena manera de empezar una amistad contigo" y él contestó: "Desde luego que no". Era era muy puntual", relata.

Otra no la vivió en sus propias carnes, pero la escuchó de su boca. "Dejó de conducir a los 70 y pocos porque los controles de alcoholemia eran más estrictos. En uno de ellos le hicieron parar y le dijeron que soplara y soltó: "¿Qué quiere, que sople? ¡Si ya me lo he soplado todo!". Bebía dry matini para empezar. Le encantaba el vino tinto y el Jägermeister", cuenta.

Al final de la conversación, el periodista reconoce que le enseñó "cómo afrontar una carrera periodística a largo plazo". "Lo suyo era escribir todos los días y morir con las botas puestas. También le daba mucha importancia a los amigos, era su auténtica religión. Era una persona muy curiosa y con muchas ganas de vivir", se despide.

Mayte Martín

La cantaora firmó su mejor trabajo, Al cantar a Manuel, al ponerle voz y música a los poemas del malagueño. "Toda esa obra lleva implícito lo más profundo y hondo de mí. Sé que nunca más voy a hacer un disco así. Yo mismo lo escucho y me sorprendo de lo que hay en él y de lo que transmite", reconoce sobre el disco donde se escucha eso de "mi padre me llevaba de la mano, yo estudiaba segundo de jazmines".

El maestro posa junto a la cantaora.

El proyecto autogestionado nació "por amor a la obra del poeta", por su "absoluta conexión con el carácter tan íntimo de sus versos" y con "el deseo de ser, única y respetuosamente, lo que Manuel cantaría si en lugar de contar, cantase su vida". Martín escogió de su obra los poemas que más le conmovieron y puso "al servicio de tanta belleza" todos sus lenguajes del sentir, toda su libertad y su ausencia de prejuicios. 

Las bellas y sentidas canciones se desarrollaron en climas musicales distintos. "Como tiene que ser porque a uno no le dan ganas de hablar de amor y de guerra contemplando el mismo paisaje", reflexiona. Así, descubrió un tango argentino escondido tras el desgarrador poema que Manuel escribió a su admirado Manuel Altolaguirre; y en su Paloma de Picasso una cantiña con todo el sabor a sal de la mar de su Málaga querida. 

"El flamenco ya habitaba en la pluma de Manuel y en las raíces más primitivas de mi alma. Este proyecto fue dede su génesis nacido y crecido libre, de una pureza inexorable y despojado de etiquetas que pudiesen acotar la belleza", destaca. 

Bonus track: José Luis Garci

El cineasta lo definió como "un género en sí mismo y un psiquiatra de su tiempo", además de un "campeón del mundo a treinta asaltos (líneas en la jerga del gimnasio)", en un deslumbrante y emotivo prólogo escrito para el libro Vuelta de hoja. El artista también lo llama "genio", "ladrón de vida" y "atracador de emociones" en la tercera recopilación de artículos del malagueño.

De izquierda a derecha: Teodoro León Gross, Alcántara, Moreno Peralta y Garci. S. M. P.

"Manolo es de las pocas -muy pocas- personas que he conocido que piensa por su cuenta, que no tiene miedo a la muerte y que hamás recurre al bla bla bla cultural por el que correteamos todos", señala el español que rompió el techo de los Oscars. También lo compara con el "mejor whisky, la izquierda de Muhammad Ali en Congo, la voz de Sinatra, los pies de Fred Astaire, [...] y el Mediterráneo".

Garci describe su poesía, "mitad mar, mitad misterio", como "la de un filósofo, la de uno de aquellos tipos que veía ponerse el cielo escarlata desde la Alhambra o, antes aún, en la Acrópolis, y se decían sin el más pequeño asomo de tristeza que el futuro ya no es lo que era". Aquel niño, concluye, "ha versificado como nadie el sentimiento lógico de la vida y ha logrado agrupar en unas cuantas docenas de signos llamadas letras, hondura, reflexión, humor y complejidad de la buena".

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