Olga Merino: "No habrá una 3ª guerra mundial, pero Ucrania sufrirá lo indecible y podría quedar dividida"
La escritora ha visitado Málaga esta semana para hablar de su nuevo libro donde bucea en sus diarios cuando fue reportera en el Moscú de los 90. "Putin es un líder ultranacionalista muy peligroso; está aislado", advierte.
5 marzo, 2022 05:00Noticias relacionadas
Olga Merino (Barcelona, 1965) recuerda sus Cinco inviernos en Moscú como corresponsal de El Periódico como "los mejores años" de su vida, "la flor de la juventud". Lo cuenta en un diario personal, publicado en Alfaguara, donde describe en detalle y con mucha pasión aquella Rusia corrupta, pobre y fascinante a la vez tras el derrumbe de la Unión Soviética (del que se han cumplido ahora justo 30 años).
La reportera conoció allí la historia de seres tremebundos y algunos más limpios de corazón mientras vivía en sus propias carnes la precariedad propia de "la cenicienta de las corresponsales". También tuvo tiempo para enamorarse de la literatura rusa, la mejor que ha conocido aparte de la española y la victoriana, además de acudir a divertidas fiestas en pisos y hacer amigos para toda la vida.
El cuaderno de bitácora de la escritora puede servirnos a muchos para comprender la actual Rusia y sus gobernantes, quienes hace más de una semana invadían Ucrania y le declaraban la guerra sin previo aviso. Aquella muchacha idealista de 28 años, testigo privilegiado de un periodo histórico en la capital rusa, ya denunciaba entonces el problema de la corrupción: "se derrama desde el más alto gerifalte hasta el último mono".
La autora ha visitado esta semana la ciudad por partida doble para presentar su nueva novela. Merino ha estado invitada a la primera edición del festival Escribidores, inaugurado por Vargas Llosa, y al Málaga de Festival (MAF), antesala del Festival de Cine. Mientras atiende a sus dos citas, la escritora ha respondido a las preguntas del ESPAÑOL de Málaga.
¿Qué ha sentido al bucear en sus diarios cuando fue reportera en la capital rusa de 1993 a 1998?
Vértigo. Temblor. Me ha removido mucho la relectura, porque ha transcurrido toda una vida desde entonces, con sus aciertos y sus pérdidas. En el fondo me he convertido en la madre de la que fui. Me veo a menudo ingenua, idealista. Pero el tiempo, que lo coloca todo en su sitio, me devuelve al menos dos certezas: la solidez de mi vacación literaria y el haber ejercido el periodismo mejor o peor pero desde la honestidad.
La corresponsalía de Moscú se quedó vacante y se la ofrecieron. "Así, a bocajarro", cuenta. Tuvo una semana para pensárselo. ¿Por qué aceptó?
Mi sueño era irme a América Latina (Buenos Aires, El Salvador), pero se presentó la oportunidad de Moscú. Entonces ocurrían procesos terribles en América Latina, como las consecuencias de la deuda externa en Argentina, el juicio de 'Nunca Más' o el acoso de la guerrilla de Sendero Luminoso en Perú, pero sin el tirón informativo que tenía el desplome de la Unión Soviética. Aquella oportunidad no volvería a presentarse. Me fui porque quería aprender, viajar y vivir. Cuando eres joven deseas comerte la vida.
¿Qué idea tenía de Rusia al llegar y cuánto cambió al pasar cinco inviernos allí?
Me parecía un lugar gris y lúgubre cuando veía a los mandamases del Politburó por la televisión, pero conocía muy poco del país. Cuando llegué no sabía decir ni una palabra en ruso, ni siquiera spasivo (gracias), ni había leído demasiado a los rusos. Me sumergí en el idioma y en su cultura y sucumbí a una especie de ceguera por deslumbramiento: Ajmátova, Chéjov, Bulgákov, Chaikovski, las vanguardias rusas, la pintora Natalia Gonchárova, el ballet. Todavía no me he curado de esa pasión ni la he agotado.
Usted llegó a conocer de primera mano la vida soviética. La huella de la URSS era innegable. ¿Qué es lo que más le sorprendió?
La desconfianza de la gente y su inmensa capacidad para encajar el sufrimiento. En la aplicación de la llamada terapia de choque, se creyó que las leyes del mercado regularían el tránsito al capitalismo por sí mismas, pero resultaron en un terrible pandemónium que sumió en la pobreza a millones de personas. Vi a ancianas venderse el ajuar de casa para poder sobrevivir, personas rebuscar entre la fruta podrida, mientras se saqueaba al estado soviético. El proceso de privatización fue un latrocinio descomunal; así se formaron las oligarquías que rodean ahora a Putin.
Usted, dice, tuvo la fortuna de vivir "el comunismo en llamas". ¿Era consciente de que vivía algo histórico?
Por "comunismo en llamas" me refiero a los hechos acaecidos el 3 y 4 de octubre de 1993, cuando el entonces presidente, Boris Yeltsin, bombardeó el Sóviet Supremo, el Parlamento elegido en 1990, en las elecciones más democráticas que hubo en la URSS, un ataque a sangre y fuego con la aquiescencia de Occidente. Fue un golpe de Estado en toda regla. El Parlamento era el último obstáculo que le quedaba para aplicar las reformas neoliberales salvajes. Aquel episodio fue el último clavo en el ataúd de la Unión Soviética. Sí, era consciente a cada minuto que vivía un momento histórico. Cubrí la visita de Juan Pablo II a Lituania (la primera visita de un Papa a la ex URSS) o el regreso de Solzhenitsin a Rusia tras décadas de exilio en Vermont.
Cuenta que entonces 40 millones de rusos vivían por debajo del umbral de la pobreza y otros cien malvivían trampeando. ¿Cómo llega a convertirse Rusia en la potencia mundial que es hoy?
Rusia no es hoy una potencia, sino un imperio descabalgado que sobrevive únicamente a base de vender al mundo sus inmensos recursos en hidrocarburos. La URSS fue una potencia que se vino abajo por la carrera armamentística, la guerra de las galaxias, la escasez de bienes de consumo y la pésima gestión.
Denuncia en este libro "el descomunal problema del alcoholismo en Rusia". ¿Lo siguen padeciendo sus ciudadanos?
Ha disminuido muchísimo la tasa, por fortuna. Pero en los años 90 las dificultades y el terrible alcoholismo hicieron bajar mucho la esperanza de vida de los hombres; entonces estaba en torno a los 57 años. Terrible.
También denuncia en su libro la corrupción: "se derrama desde el más alto gerifalte hasta el último mono". ¿Ha cambiado la situación en los últimos 20 años o ha ido a peor?
Igual o peor. Rusia no se ha democratizado.
Por ejemplo, nadie sabe la fortuna que acumula Vladímir Putin...
Se acumularon inmensas fortunas durante la privatización. Él y los demás oligarcas, quienes habían ocupado lugares clave en las estructuras del poder soviético. Los mismos perros con distinto collar.
Leí que el presidente de Rusia "está liderando la revolución conservadora más potente y eficaz de los últimos 50 años". ¿Qué opina sobre él como persona y político?
No sé de dónde ha salido esa frase, pero me parece una aberración. Putin es un líder ultranacionalista muy peligroso. Está aislado.
También ha cercenado por completo las voces disidentes. Recuerdo el sonado envenenamiento de Alekséi Navalni, figura de la oposición rusa y activista anticorrupción. ¿Siente que había más libertad de prensa en aquellos convulsos 90 que ahora? Ahora parece que uno se juega el tipo...
Aunque en los años 90 Moscú se había convertido en el Chicago de los años 30, sí había libertad de prensa. Con Borís Yeltsin si la hubo. Ahora no queda ni un simulacro de ella.
¿Qué opina sobre la invasión en Ucrania? ¿Cree que acabará en una tercera guerra mundial?
Arrastro una hondísima tristeza. No puedo creerlo. Dos pueblos hermanos... No habrá una tercera guerra mundial porque la OTAN no intervendrá, pero Ucrania sufrirá lo indecible. No es descartable que el país termine dividido en dos.