La alfombra voladora del Aladdín malagueño
Semejante titular hace referencia a la fascinante historia de Abbás Ibn Firnás, el moro volador de la Málaga andalusí que quiso tocar el cielo con las manos.
7 mayo, 2022 05:00Noticias relacionadas
Se dice que el sueño más antiguo del ser humano es poder volar. No sabemos si es realmente el deseo más viejo de la humanidad, pero que se ansia desde los tiempos en los que se comenzaron a fregar los suelos, seguro. Sentir culpabilidad por no saber levitar para no pisar lo fregado es uno de los sentimientos más absurdos y entrañables que asaltan a las personas con empatía.
Sea como fuere, el hombre (y la mujer, claro; tranquila, Irene Montero) lleva envidiando la capacidad de las aves para surcar el cielo desde hace mucho. Cuando se piensa en los primeros intentos de emprender el vuelo, muchos recuerdan los dibujos de las alas a pedales y el helicóptero u ornitóptero de Leonardo Da Vinci, pero pocos saben que en Ronda nació, muchos siglos antes, en el año 810 de nuestra era, concretamente, un habitante de Al-Ándalus que estuvo a punto de cumplir este sueño un milenio antes que los hermanos Wright: el científico y precursor de la aeronáutica Abbás Ibn Firnás, al que hemos apodado con cariño el moro volador de la Málaga andalusí.
Un hombre del Renacimiento mucho antes del Renacimiento
Abu l-Qāsim Abbās ibn Firnās (conocido más tarde debido a la latinización de su nombre como Armen Firman) era todo lo que se podía ser en aquella época, y más: inventor, médico, químico, ingeniero, músico, poeta, astrónomo… parecía dotado del superpoder del Chico Ciencia: una inagotable sed de conocimientos.
Nacido, como escribimos, en Ronda, su familia era de origen bereber y se cree que sus ancestros participaron en la conquista de la península ibérica. Abbás Ibn Firnás vivió en la época del Emirato Omeya en Al-Ándalus y, además de sus muchos aciertos, fue un reconocido pionero de la aviación.
A pesar de ser malagueño, Abbás Ibn Firnás se trasladó a la pujante capital del Emirato de Córdoba, ya que en el siglo IX allí proliferaban al amparo de numerosos mecenas las artes y las ciencias, lo que a nuestro moro le vino que ni pintado, prosperando en el reino de Abderramán II.
De hecho, sus primeros pasos hacia el cielo los dio como astrónomo, llegando a fabricar una esfera armilar para representar el movimiento de los cuerpos celestes y un gran planetario, empleando por primera vez en Europa, o esos dicen los expertos, las tablas astronómicas de Sindhind procedentes de India, lo que fue algo fundamental para el estudio científico a lo largo de los siglos.
¿Varios intentos?
Sin embargo, los precedentes del primer vuelo de Abbás Ibn Firnás no están claros. Y es que, en la Córdoba de 852, cuando Firnás ya había vivido 42 primaveras, tuvo lugar un suceso que no dejó a nadie indiferente: un vecino se había lanzado desde la torre más alta de la ciudad con tan sólo una capa a modo de lo que entonces no se sabía que se llamaría paracaídas.
El tipo salió airoso de la caída, un poco magullado, eso sí, y, cuando se levantó al suelo y le preguntaron que quién era, éste respondió que Armen Firman… Como hemos escrito, éste es el nombre latinizado de Abbás Ibn Firnás, pero aún así no está claro que fueran la misma persona.
Lo que sí es conocido es que nuestro malagueño se dispuso a probar su invento a la edad de 65 años; se ve que para algunos no sólo la juventud es temeraria. O tal vez pensó que para lo que le quedaba, de perdidos al río.
Así, tras diseñar y construir el primer planeador de transporte humano conocido, un artefacto de madera, tela, seda y plumas de aves rapaces, nuestro querido antepasado se lanzó desde una atalaya y logró volar, más bien planear, durante unos minutos, sobrevolando el Guadalquivir y aterrizando en un campo de cultivo que amortiguó su caída, aunque no lo suficiente: se terminó rompiendo las dos piernas.
La tollina, que fue observada por una gran multitud que él mismo había invitado, sin embargo, bien mereció la pena, ya que la fama sería eterna para nuestro árabe volador. Y no sólo por haber realizado este aparatoso vuelo, sino por haber sido el primero en realizar un intento serio y científico para tratar de volar. A pesar de lo que se pudiera pensar, no fue la prueba locatis de un demente, sino un estudio pormenorizado para comprender cómo se podía llevar a la práctica lo que los pájaros hacen con tanta facilidad.
De hecho, durante su descanso forzoso siguió dándole vueltas al asunto y llegó a la conclusión de que, aunque había tratado de reproducir el vuelo de las aves, le había faltado acoplar a su artilugio una cola para controlar la dirección. Amén de un complemento que le hubiese procurado una toma de tierra menos dolorosa.
Abbás Ibn Firnás viviría hasta los 77 años, pero, como era un sabio, no volvió a intentar volar de nuevo, y se dedicó a seguir inventando, escribiendo poesía, mirando a las estrellas y anhelando alcanzarlas con los pies bien asentados en la tierra.
Un orgullo árabe
A pesar de esta gran historia, aquí en occidente siempre hablamos de los hermanos franceses Montgolfier o de los ya mencionados Wright, cuando podríamos recordar a Firnás, el verdadero pionero del vuelo y que, además, lo hizo en solitario, sin hermano alguno.
Por suerte, y aunque este paisano se merece todo nuestro reconocimiento, en los países musulmanes sí se recuerda bien su nombre y en ellos se explica que fue el primer hombre que intentó volar, 900 años antes que cualquier otro. Como tributo, por ejemplo, los libios han emitido sellos con su efigie, y los iraquíes construyeron una estatua suya cerca del aeropuerto internacional de Bagdad (que a saber si sigue ahí hoy en día), y han puesto su nombre a otro aeródromo en el norte de la ciudad. Algo que se pretende hacer desde mediados del año 2016 en Córdoba, la ciudad que lo vio estrellarse.
Los tributos no acaban aquí: un cráter de la cara oculta de la Luna tiene el nombre de Ibn Firnás , y en España, en Córdoba, se inauguró un puente sobre el Guadalquivir con su nombre y en cuyo centro se encuentra una figura de este pensador andalusí.
También en Ronda, su ciudad natal, existe una asociación astrológica que rinde honores a la hazaña de este pionero cuyos escritos se dice que hasta el propio Da Vinci consultó y que pudo inspirarlo para dibujar sus ingenios voladores que la serie de Doraemon popularizó con su famoso gorrocóptero.