Cuando acabó el confinamiento, Jana Pacheco (Fuenlabrada, 1985) decidió pasar una temporada fuera de Madrid. La coreógrafa Luz Arcas la invitó a Málaga -y de paso le echaba una mano en la obra Toná-. Seducida por la oferta museística y la calidad de vida de la ciudad, la dramaturga pensó en mudarse aquí con la intención de poner en marcha proyectos relacionados con el arte contemporáneo, el comisariado y el teatro.
La historiadora del arte fijó su residencia en la capital hace año y medio. A principios de año, Pacheco inauguraba un espacio cultural en su propia casa. El Palomar está concebido como un hogar para la creación donde compartir las ideas desde los cuidados. "Me vengo de Madrid huyendo del estrés. Me dije: "Tiene que haber una manera de que podamos hacer arte sin sufrir tanto ni sentirnos mal", explica.
El lugar en pleno centro fue un palomar antes de convertirse en la casa de los artistas más rompedores de la escena malagueña. Está situado en la última planta de un edificio de la Plaza de San Francisco. "Desprende una bonita energía y mucho calma. Me gustó esa idea de la paloma como símbolo de la espiritualidad, la migración y la paz. Llevo bastante tiempo poniendo el foco en los cuidados, en intentar no sobreproducir y en no autoexplotarme", hace hincapié.
La dramaturga ha diseñado un ciclo de performance donde han participado artistas de la talla de Luz Arcas, una de las coreógrafas más destacadas de la escena española; Ximena Carnevale; Rebeca García; Carlos González; y Carlos L. Cams. La bailaora María del Mar Suárez La Chachi actuará este sábado allí. Le seguirá Olga Magaña (4 de junio), Alessandra García (21 de junio) y Ernesto Artillo (25 de junio).
Para Pacheco, todos ellos tienen en común una cosa: son artistas muy potentes de la escena andaluza. "Los elegí porque son personas con el deseo de investigar que proponen nuevas maneras de mirar el arte escénico", afirma la gestora cultural, que opina que "no hay muchos lugares de experimentación en el centro más allá del Teatro Cervantes y el Echegaray". "Hay muchos artistas con ganas de hacer otras cosas que no tienen tanto que ver con montar una obra como un proceso de investigación íntimo y personal. Aquí entran 15 personas de público", cuenta.
-¿A qué aspira a convertirse El Palomar?
-Espero que siga siendo lo que es: un espacio de cuidados donde la gente pueda venir a experimentar, a trabajar en común, a dormir dos días, o a meditar conmigo una semana porque tiene ansiedad. Espero que la ciudad nos apoye a nivel económico para poder sostener el proyecto porque si no va a ser muy complicado. A mí me gustaría que este espacio sostuviera vidas de artistas jóvenes, que viven en precario, y que así no pasen por lo que he pasado yo.
Pacheco opina que su profesión, como tantas otras, es "muy vulnerable". "Trabajamos con sentimientos, emociones y el cuerpo. El cuerpo es un elemento muy frágil que hay que cuidar. El sistema, y en concreto en el sector artístico, se nos somete constantemente a una explotación de los cuerpos, a unos tiempos súper acelerados, y nos obliga a estrenar una nueva obra cada año y a hacer 20.000 bolos. Acabamos en una rueda del entusiasmo, que diría Remedios Zafra, y eso es agotador", se sincera.
Muchas de sus compañeras, lamenta, han dejado el teatro porque son madres, no tienen a nadie que las ayude y encima la comunidad artística no es sostenible. "Vivimos todo el rato en ese escenario de incertidumbre y precariedad que genera miedo. Esto no es sano y le afecta muchos a los cuerpos, a la salud mental", dice tajante mientras señala que muchos artistas se terminan marchando de Málaga por la falta de apoyos y recursos.
Los encuentros de mujeres de Iberoamérica en las artes escénicas del Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz han sido su fuente de inspiración a la hora de idear el espacio de creación. "Ya no se hacen. He ido cinco años. Era un espacio donde el centro de la creación estaba dirigido a cuidarnos las unas a las otras, a entender que significa ser cuidadosa con la profesión", explica.
Otra de las patas del proyecto es la escuela online nacida en paralelo al proyecto cultural. "Organizamos talleres en la misma línea, que tienen que ver con cómo hacer proyectos creativos sin pasarlo mal desde el trabajo cuidadoso; damos clases de producción y diseño de proyectos", precisa.
El Palomar funciona también como lugar de residencia temporal para artistas de paso. "Los creadores pueden dormir unos días o pasar una temporada más larga aquí. La Málaga gentrificada con Airbnb carísimos no ayuda", reconoce Pacheco mientras cuenta que muchos compañeros de fuera no pueden permitirse pagar 80 euros por habitación cuando vienen por una función o taller durante varios días.
"Me gustaría compartir mi casa-palomar con otras artistas o personas que necesiten un espacio de recogimiento, de lectura, de meditación, de creación y de descanso durante unos días, y ofrecer la intimidad del hogar como espacio de reflexión, de silencio y desarrollo creativo", asegura en un dosier del proyecto.