Rodrigo Cortés: "Estoy a favor de escribir tonterías; las grandes obras de la literatura universal lo son"
El cineasta ha presentado en Málaga 'Los años extraordinarios', su última y divertida novela inspirada en Valle-Inclán donde aparecen monjas boxeadoras, fantasmas y coches impulsados por el pensamiento.
26 junio, 2022 04:00Noticias relacionadas
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Rodrigo Cortés (Pazos Hemos, Orense, 1973) leía de forma obsesiva y anárquica cuando era un niño. El director de Buried consultaba a menudo la inmensa biblioteca de sus padres. Alternaba clásicos como La metamorfosis de Kafka con libros de la colección del Barco de Vapor como El pirata Garrapata y Fray Perico. Nunca probó a leer debajo de las sábanas con la linterna ("eso sólo sale bien en las películas", dice) ni tampoco diferenció nunca entre alta o baja literatura.
"Leía muchas cosas inconvenientes. Con nueve años me tragué La metamorfosis porque en la contraportada ponía que un hombre se levantaba convertido en insecto. Era como ver E.T. Leí también ¡Viven! La tragedia de los Andes. Iba sobre un equipo de rugby que acaba en mitad de la nieve y debía tomar decisiones imposibles. Sería el tipo de película que querría ver", cuenta en una entrevista con EL ESPAÑOL de Málaga.
El cineasta criado en Salamanca ha presentado esta semana su última novela, Los años extraordinarios, en la librería Luces de Málaga. Inspirado en Valle Inclán, Cortés ha escrito un libro divertidísimo lleno de fantasmas, monjas boxeadores y hasta coches impulsados por el pensamiento. Una obra donde lo disparatado y lo políticamente incorrecto conviven en perfecta armonía.
El realizador, que ha dirigido a intérpretes de la talla de Robert de Niro y Sigourney Weaver, cree que esta novela suya sería "inadaptable al cine". Entre otras cosas porque "cuando la vocación es verdaderamente literaria no es demasiado adaptable y en términos presupuestarios se antoja inasumible", ya que aparecen varios continentes y un protagonista, Jaime Fanjul, que llega a la senectud.
Dirige películas y series, escribe libros, participa en dos podcast y hasta pinta. ¿Cuándo duerme?
Efectivamente, el truco es no dormir (ríe). Las horas las tienes que robar al sueño. Ahí acaban mis capacidades.
Coches impulsados por el pensamiento, un combate a puñetazo limpio con una monja, fantasmas y tarotistas. ¿Cuánto puede beber esta novela de sus aventurillas de niño en Salamanca y las películas que veía?
He bebido de forma inconsciente. La novela surge y se desarrolla sin propósito ni plan concreto. Generalmente se habla de novelas de mapa cuando se sabe de forma exacta qué va a suceder o novelas de brújula cuando uno tiene una idea y se lanza a la aventura. En este caso, deberíamos hablar de novela de dados. Se hace tirando los dados cada día y esperando lo mejor. Abrazaba cualquier idea o imagen por irracionales que fueran sin cuestionar su origen y empezaba a modelar desde ahí. Aunque uno pueda tirar de experiencias concretas o de pequeños recuerdos, en general no es así. Todo es una invención.
Cualquiera diría que ha hecho el experimento de los cuerpos exquisitos en su libro…
Si, pero no, que diría un gallego. Al fin y al cabo lo soy. Lo de la escritura automática está bien si te posee el espíritu de un autor muerto, en cuyo caso más vale que sea bueno. Una cosa es que estés abierto a coger imágenes y a desarrollarlas, y otra que creas que eso sucede de forma automática. Lamentablemente no es así.
Usted plantea en la novela una España que cambia de república a monarquía cada cierto tiempo y lo más importante: de forma pactada. ¿Esto sería imposible en la actual España?
No creo ni que sea conveniente. En el libro no hay nada que se parezca a un consejo, ni a una recomendación. El mar llega a Salamanca en la novela, y en la realidad sería muy poco conveniente para la ciudad (ríe). Que nadie tome nada como una sugerencia. De hecho, esta alternancia pactada en mi novela entre monarquía y república de 30 años se sugiera inicialmente para evitar la queja, pero finalmente el narrador concluye que es para concentrarla.
¿Cree que ya es hora de un referéndum para elegir entre república o monarquía?
General procuro evitar tener opinión sobre casi nada, y mucho menos sobre cosas en las que no he pensado ni medio segundo. Sentimos una extraña presión, que no siente el protagonista de la novela, por tener una opinión sobre cada cosa. Se puede vivir muy bien sin opiniones.
En las redes sociales cada día aparecen nuevos expertos en todo... Vulcanólogos, virólogos.
Eso es. Incluso yo, que tengo Twitter, trato de escribir y no mirar atrás.
En un momento de la novela uno de los personajes le dice al protagonista que los catalanes se creen más que un valenciano. ¿El nacionalismo siempre echar a perder las cosas?
Una vez más no creo en nada. Hay que tener en cuenta que la novela plantea un mundo que transcurre por la vía de servicio muy cercana a la nuestra. Muchas veces el personaje refleja cosas que pienso, y en otras se conduce de forma opuesta a la mía precisamente para ponerme problemas como autor. A ver si él y yo somos capaces de salir vivos de los sitios. Jaime Fanjul cuenta que los mejores años de su vida fueron los años de terrorista con los anarquistas en París. En uno de los párrafos dice: "Mi primer atentado tuvo muy críticas". En otro momento ayuda a apagar los incendios de la catedral de San Pablo, a causa de los bombardeos del Blitz en Londres, y deja de hacerlo en cuanto se entera de que es un símbolo de resistencia contra el fascismo. Él no tiene nada en contra del fascismo, y e incluso aprecia la preocupación que tiene por las clases de gimnasia. Él disfruta apagando fuego y no cuestionando su origen. Una vez más la novela en ningún momento hace una crítica velada. La novela se desarrolla en su propio mundo, genera sus propios códigos e idealmente desprograma al lector. No va a servir para darle la razón a nadie.
Últimamente tengo la sensación de que los autores tienen muy en cuenta lo políticamente correcto, y están bastante pendientes de la recepción.
Es un error. A eso reacciona el opinador, la élite o el pope de turno. El lector reacciona a lo que le divierte, le sorprende, le espanta o le seduce. En lo personal, no creo en absoluto que exista tal cosa como la cultura de la cancelación. Es imposible. Tal cosa no existe. Puedes decir y escribir lo que te de la gana. El único truco es que cuando te digan algo después no contestes (ríe). Inevitablemente hay límites. Cada uno tiene los suyos, decide qué le parece razonable y qué cosa escapa a sus códigos. Pero son inevitablemente personales y no se puede hacer nada al respecto. La cuestión es no ir teorizando ni haciendo ondear banderas. Si algo me aburre más que la corrección política son los héroes de la anticorrección política. Cuentan algo subidos a una silla dejando claro lo heroico que ha sido desafiar el statu quo. Si quieres decir algo, dilo.
Habla también de ciudades que pierden el alma y echan a sus vecinos de sus barrios. ¿Las ciudades están perdiendo el encanto por culpa de la excesiva consideración que se tiene con los turistas?
Insisto en que no me parece buena idea tratar de arrancarle confesiones a la novela. No se plantea una visión alegórica, metafórica o crítica sobre los problemas de nuestro tiempo. Eso no significa que no tenga sus propias maneras de hondura o su propio modo inconsciente de acceder a la verdad. Esa es la función de la ficción: no acceder a la realidad, sino a la verdad y generalmente a través de una sarta de mentiras pactadas con el lector o espectador en una especie de intercambio amable de ilusionismo. Cuando una cosa trata de responder a verdaderas oficiales y candentes generalmente, en vez de convertirse en una pieza de ficción, se convierte en una turra o en un manifiesto que suele tener una vigencia de cinco años. En cuanto la verdad social cambia resultan irrelevantes.
"Non turrae", que diría Ignatius Farray.
Estoy a favor de escribir tonterías (ríe). Si lo piensas, las grandes obras de la literatura universal son tonterías todas. Desde La Odisea, que es una sucesión inacabable de tonterías, hasta El Quijote, Los viajes de Gulliver o Alicia en el país de las maravillas. Digo tonterías del modo más reivindicativo y noble posible. Cuando hablas de personajes sometidos a vidas imposibles en entornos imposibles y socialmente relevantes te encuentras con que tres años después eso no significa mucho. Sin embargo, un tío dentro de una ballena significa mucho siempre.
O mira el teatro del absurdo...
Claro. Hay mucho de Valle-Inclán, Cunqueiro y las vanguardias de principio de siglo en la novela a su manera. Cuando te ríes con Jardiel Poncela leyendo La tournée de Dios no significa que no estés llegando a zonas profundas de las cosas. Llegas a ella a través de la risa y del absurdo, y eso es maravilloso.
"Viajar es casi siempre escapar de algo", dice su protagonista. ¿De qué escapa Rodrigo Cortés? Si es que escapa usted de algo…
Estamos todos en constante escape inútil de nosotros mismos. Pero nos llevamos a todas partes. Así que no hay nada de lo que escapar. Antes o después no tienes más remedio que lidiar con tus propias cuitas. Me parezco un poco a Jaime Fanjul en algunas cosas como esa insensatez a la hora de abordar las cosas. Muchas veces no desde el lugar más racional sino el que temes por alguna razón. Por eso resulta estimulante. Me parezco mucho más a la novela que a Jaime.
Logró que Martin Scorsese saliera de su casa durante la pandemia para ver su película El amor en su lugar. ¿Qué se siente?
Aquello fue bonito e inesperado. Conocí a Scorsese en los Princesa de Asturias cuando se le concedió el galardón. Me pidieron que hiciera una especie de entrevista pública para la industria. Él conocía mis películas. Hicimos migas esos días. Estuvimos hablando esos días. Cuando concluí el montaje de El amor en su lugar se lo enviamos a Nueva York en mitad del confinamiento. Justo lo primero que hizo al acabar el confinamiento fue ver mi película. Cuando se levantaron esas restricciones fue a la productora para que se la proyectaran. Era muy importante hablar de la película con la persona por la que hago cine. Martin Scorsese es la razón por la que hago cine. Es mi maestro. Él no lo sabía en la distancia. Es una figura referencial tanto por su cine como por su actitud ante la creación.
Ha compartido set de rodaje con Sigourney Weaver, Robert De Niro y Uma Thurman. ¿A qué actor o actriz de Hollywood le gustaría dirigir?
A muchos en realidad. A James McAvoy o a Jennifer Lawrence. Hay grandísimos actores. Mi meta no es trabajar con gente concreta, sino que, una vez abordo el guion o lo escribo, encontrar al actor idóneo para ese papel. Hablo de ese intérprete soñado que crees que puede aportar más verdad, más capas y más matices a ese personaje. Hay actores maravillosos con los que me gustaría trabajar y a quienes no le asignarías un papel determinado si es que tuvieras la oportunidad.
En muchos de sus proyectos hace hincapié en la lucha contra el tiempo. ¿Le preocupa pasar a la posteridad?
No particularmente. No tengo muchas ganas de acabar en forma de estatua. Todos sabemos lo que acaban alojando esas superficies. No me parece una actitud demasiado sana. La obra que uno realiza la hace como si fuera a ser pervivente. Algo que trascienda la fungibilidad del viernes de estreno. Lo fundamental no es entrar en esa rueda de picar carne, en esa trituradora de vender hamburgueses el primer viernes y después olvidarnos, sino recordar que la película se va a quedar en una estantería. Que la estás haciendo para que se quede en alguna estantería y para que alguien cuando siete años le apetezca volver a verla pueda hacerlo. De ahí a la inmortalidad hay un paso muy grande que no tengo particular prisa de dar.
Me habla de la picadora de carne y me acuerdo de las plataformas de streaming. Han cambiado la industria por completo y hacen películas como churros.
Lo que afecta no es que hagan películas como churros como que se ven películas como churros. Lo cual banaliza un poco la experiencia. El cuerpo la respeta menos por su hiperaccesibilidad. No es ni bueno ni malo. El mundo se mueve. Es inevitable. La realidad es la que hay. El tablero no se discute. Hay que adaptarse. Si es cierto que hay algo que tiene que ver con el rito de ir al cine que deja una huella que no deja otra forma de experiencia. Cuando uno va a ver una película debe seleccionar el título, tiene una relación visual con diferentes carteles, se molesta en desplazarse hasta allí. Es una capilla que se cierra durante dos horas y que elimina toda conexión con el mundo. Eso deja rastros en todos los sentidos. Incluso sensoriales. Uno recuerda dónde vio cada película, en qué cine, en qué lado del pasillo. El cuerpo absorbe todo eso de otra manera. Cuando estamos frente a una plataforma eligiendo cuál de los 2.500 títulos disponibles vamos a ver mientras comemos hay algo que el cuerpo no acaba de respetar del todo. Cuando acabas de verla el buffer empieza a borrarla de forma automática y no deja la misma cicatriz.
Prefiero ese acto tan íntimo de ir a la sala en comunidad. Aunque no conozcas a la persona que tengas al lado.
Es un acto colectivo en el que se comparte una electricidad común. No es lo mismo disfrutar de una comedia rodeado de gente riéndose de forma sincronizada que en casa. Todos hemos visto y descubierto grandes películas en casa. Y es maravilloso que tengamos ese acceso. No hay nada que pueda batir al ritual de ir al cine.