Juan Soto Ivars pasea por las calles de Málaga como si fuera un turista. La capital de la Costa del Sol forma parte de la gira de presentación de su último libro, Nadie se va a reír (Debate, 2022). El viento que sopla en los alrededores de la Catedral pelea con su flequillo, apoyado en la oreja izquierda y deslizándose por la frente tras cada movimiento de cabeza. Durante el paseo, la corriente le abre la americana, dejando ver una camiseta blanca con letras de colores.
La tipografía recuerda a la de aquellos suvenires que traían los abuelos después de visitar la costa levantina. Aunque, en este caso, el mensaje es algo diferente: "Alguien que está encausado me ha regalado esta camiseta del Tribunal Constitucional", reza. Una declaración de intenciones; una carta de presentación a todo aquello que le ha llevado a publicar la "increíble historia de un juicio a la ironía".
La conversación se produce pocas horas antes de que se conozcan los restaurantes galardonados con las Estrella Michelin y Málaga está a las puertas de sumar un nuevo nombre a la lista. Bromeando, barajamos la opción de visitar el flamante galardonado, pero el protagonista prefiere alejarse de esos lujos e ir a la terraza de El Pimpi: "Las mesas todavía conservan los surcos de los dry martini de Manuel Alcántara", comenta.
Lógicamente, se trata de un chiste, pero resulta importante señalar el uso del humor. Los últimos acontecimientos hacen pensar que un pequeño desliz a la hora de bromear puede llevarte a una condena. Que se lo pregunten a Anónimo García, el protagonista de este libro.
Nadie se va a reír cuenta la historia real de un artista surrealista que se dedica a organizar actividades provocativas e irreverentes y que acaba siendo condenado por los tribunales por publicitar un tour ficticio del itinerario realizado por La Manada en los Sanfermines de 2016. Parece necesario jurar que todo esto ha pasado.
Homo Velamine, el grupo en el que se integra el condenado, se dedica a hacer actos catalogados de ultrarracionales pero que se engloban dentro del surrealismo típico. Están inspirados en autores como Luis Buñuel o André Breton. Crean unos comandos de acción para poder acometer estos escándalos y agitar aquello que consideran calmado y podrido: la autocomplacencia en la que nos movemos.
Pero lo más surrealista que llegan a crear no lo hacen ellos, sino los tribunales españoles con la condena a Anónimo García por algo que no ha hecho y que se juzga como si fuera cierto. Lo que sucede dentro de la Audiencia Provincial de Navarra es un acto surrealista de principio a fin. Él entra con la verdad en la mano, demostrando cuál era la intención con el posterior desmentido a las 48 horas y el currículum de actividades que lo avalan.
Con estas pruebas, ¿cómo es posible que acabe condenado? ¿Qué falla? ¿El miedo a enfrentarse a la víctima, una mala defensa judicial…?
Está todo ahí. Es muy importante pensar que el abogado, hasta el momento de la condena por el Tribunal Supremo, confía en que Anónimo García quede absuelto. No le cabe en la cabeza que algo tan evidente como un tour que no existió (y cuyo fin no era el menoscabo de la dignidad de nadie sino una creación artística), acabe suponiendo una condena. Va demasiado confiado; con perdón de la expresión, con la polla fuera.
Pero lo relevante es que no hay nada de lo que la acusación está diciendo. Es todo mentira. Hay factores que pueden haber influido. El hecho de que el juicio se celebrara en Pamplona, con la presión ejercida a los magistrados tras el primer fallo, hace que la juez esté un poco inclinada a no exonerar a alguien que ha hecho algo relacionado tangencialmente con el caso de La Manada. No sé. Cuando ellos hacen esto, la gente tenía verdadero miedo a decir cualquier cosa que se saliera del discurso válido.
Se refiere a la campaña contra el juez Ricardo González, autor del voto particular en el que pedía la absolución para los cinco condenados.
Una campaña de desprestigio que no ha cesado. Ahora, con la ley del solo sí es sí no paro de oír a los de Podemos decir que hace falta porque hubo un juez con un voto discrepante. Yo, en todo momento, he considerado que esa persona vio el vídeo, y el resto de la sociedad no. Su opinión ha quedado desacreditada por la opinión de más jueces. Ya está, así es como funciona la justicia: una persona ve algo que nadie más ha visto y hace una interpretación equivocada porque el resto lo ven diferente. Ese linchamiento político contra Ricardo González, que ya tenía sentencias condenatorias a maltratadores y gente así, es un síntoma claro de lo venenosos que era el tema.
La izquierda tiene un problema gravísimo con la verdad. No lo puede asumir. Quiere programar a la ciudadanía para que sea como ellos quieren y no es así.
En su libro habla de una sociedad que “idolatra a las víctimas”. Una tesis que ya defiende Theodore Dalrymple en el Sentimentalismo tóxico.
Sí, un poco en la línea de Crítica de la víctima, que es más interesante todavía.
En ese momento aparece una vendedora de lotería: “Tengo el 69 para Navidad”, afirma, a lo que el escritor responde: “Es un número bonito, pero no, gracias”, retomando al instante la conversación mientras suena Despacito, versión acordeón.
¿Este caso se va de madre porque en el centro de todas las miradas está la víctima de La Manada?
Claro. Yo creo que en este caso el feminismo no afecta en nada. De hecho, los primeros apoyos que recibe Anónimo García (también feminista) vienen de este movimiento que intenta desmentir lo que dice la prensa. Lo que sí hay es miedo por lo que pueda decir el feminismo si se sale de la línea oficial. Pero es que quien ha atacado a Anónimo es la prensa, que está acojonada por cualquier cosa. Los medios participan en un ritual en el que magnifican una ofensa por “el tour” en vez de enmendársela cuando se ha demostrado que es falso.
Esa ofensa de las televisiones la veo como parte de un ritual de autopreservación. Hay programas en los que los presentadores hacen un papel digno de los Óscar de lo muchísimo que les molesta una iniciativa que recrea lo mismo que han hecho ellos en sus programas. Son interpretaciones magistrales.
Por otro lado está lo de la víctima, que tiene una particularidad: no sabemos quién es. ¿Qué significa esto? Que no puede cometer errores. No puede decir nada que nos demuestre que es una persona como los demás. Está muy bien que no conozcamos su identidad porque hay que preservar la intimidad, pero en la forma narrativa que adquiere este caso en la prensa crea una imagen distorsionada. La convierte en un conjunto vacío en el que recae el dolor de todas las mujeres. Enfrentarte a esa persona en un juicio es haber perdido de antemano.
En la causa del tour, ella es presentada como la víctima. Hasta el propio abogado de Anónimo usa esa fórmula. Sin embargo, hay que destacar que ella es la víctima de La Manada, pero no de Anónimo, que es lo que debía probarse en el juicio, aunque ya está probado de antemano. Se convierte todo en una situación muy kafkiana. Hasta el punto de que Anónimo, en ese afán de cuidarla y arroparla, quiere hablar con ella y explicarle que es una parodia por si hay dudas. Lo terrible es que no se puede hacerlo porque te está acusando alguien a quien no puedes ver ni explicar. Le dictan una orden de alejamiento sin saber a quién no se puede acercar. ¡Es increíble!
La cuestión temporal se presenta como algo capital en este debate del humor. Existe, por ejemplo, el tour de Jack el Destripador. Pasa lo mismo con los chistes, puedes hacer un chiste de Julio César, pero no de Carrero Blanco.
Yo pienso que sí puedes hacer un chiste de Carrero Blanco o de lo que te dé la gana, aunque eso te pueda salir más caro. A mí me gusta lo que dice Woody Allen: “La comedia es igual a la tragedia más tiempo”. Eso se suele leer como que hay que dejar pasar cierto tiempo para hacer un chiste, pero no creo en absoluto que sea así. Yo lo leo como que el chiste va a seguir siendo bueno cuando los que se ofenden estén muertos.
En el libro recojo una muestra de esto. Gala, la mujer de Dalí, apareció en una cena de la alta sociedad de Nueva York con un vestido cubierto de sangre y una cabeza de bebé como tocado. Cuando los hípsteres aristócratas le dijeron: “¡Qué estupendo! ¿De qué vas?”, ella respondió: “Es el hijo del aviador Lindbergh”, al que habían secuestrado y asesinado. Claro, ahora nos reímos y nos parece una sobrada porque no sabemos ni quién es. El motivo de ofensa es ese. A mí esa provocación me parece maravillosa porque tiene una gracia que resuena hasta el presente.
¿No se pueden hacer chistes de Carrero Blanco o del que maten esta semana? Yo creo que sí, pero el cómico tiene que estar dispuesto a pagar el precio: si es desorbitado, qué remedio. Pero la historia será muy indulgente con ellos, igual que lo será con Anónimo.
La izquierda liberal era más punki, pero perdió su brote libertario. La izquierda ahora quiere que la gente sea buena y eso es peligrosísimo. ¡Me resulta odioso!
¿Pero tiene que tener precio hacer humor? Toda la vida nos hemos reído de Carlos II, pero hace no demasiado parecía que un tipo iba a ser condenado por hacer bromas con la discapacidad.
Para mí el límite del humor es este: un cómico, en un teatro, hace una broma. Mucha gente se queda helada y otra se ríe. Pues ya está. Ahí se encuentra la barrera. El humor se codifica dentro de uno. No hay más. Yo me reí mucho en el tanatorio cuando se murió mi abuela. Otros deudos se escandalizaban de nuestra risa; no la entendían porque para ellos el límite era la puerta del tanatorio. Para nosotros no. Estábamos en un sitio ridículo. Mi abuela parecía un muñeco (la imita), y la quería mucho.
Si alguien, desde el poder que sea, quiere poner límites al humor, es un fascista. Siempre. Sea el síndrome de down, sordomudo, mariquita o víctima de las agresiones sexuales. Habrá gente que legítimamente se sienta ofendida y que la reacción de la gente le puede destruir. No podemos hacer como que no pasa nada, porque las cosas ocurren. Y entonces vendré yo y haré un libro defendiéndote. O no. Anónimo ha pagado el precio, pero a mí me sigue haciendo gracia el acto. Sigue siendo una parodia brillante del tratamiento sensacionalista que hizo la prensa.
Decía Pasolini que provocar es un derecho y ser provocado es un placer. Da la sensación de que la sociedad se quiere resguardar de ese axioma.
Eso ha ocurrido siempre. Ya obligaron a Gala a pedir perdón por lo del bebé. Creemos que ahora la gente tiene menos humor que antes, pero siempre ha sido igual. En cada época se ha dicho que la juventud está muy mal, que no se respetan los viejos valores… Siempre es igual. Cuando Mourre, de los Letristas, entró vestido de cura en la iglesia y dijo que Dios estaba muerto como si fuera una homilía, le echaron a sablazos. Es como lo de las tetas de la capilla.
Homo Velamine también recurren al marco conceptual de la religión en alguna performance.
Sí. En Podemos se estaba viviendo una escisión, Errejón-Iglesias, similar a la de los protestantes y los católicos. Ellos van a ese congreso vestidos de curas, representando el apoyo de la Iglesia a Iglesias. Homo Velamine le daba caña a cualquiera, recurriendo a las tontunas que tiene todo el mundo.
El Constitucional es un tribunal prostitucional porque depende del CGPJ, que está fuera de la Constitución, y bloqueadísimo por la clase parasitaria política. Tenemos un órgano esperando a que alguien le pague la cama.
Eso es lo curioso; siendo abiertamente de izquierdas, su adscripción no es ideológica, sino con el humor y la ironía.
Me hubiera gustado responder esto porque está muy bien sintetizado. Hay una frase de Pérez-Reverte que me encanta: “Yo no tengo ideología, tengo biblioteca”. Siempre me he considerado de izquierdas y antes me ponía muy en tensión que me llamaran facha, hasta que un día dije: “Me la suda”: Hago una cosa para votar y otra como ciudadano, que consiste en buscar la verdad. La izquierda tiene un problema gravísimo con la verdad. No lo puede asumir. Quiere programar a la ciudadanía para que sea como ellos quieren y no es así.
A los ultrarracionalistas les pasa igual. Ellos van al 15M, germen de este movimiento, y ven que no hay humor, algo que les parece poco revolucionario. Pero también aprecian que la izquierda que va a salir de ahí tiene un problema con la verdad. Hay muchos elefantes gigantes en las habitaciones que todo el mundo ve pero que la izquierda no quiere reconocer. Por ejemplo, no se atreven a entrar en el debate de la inmigración. Igual que Pérez-Reverte, ellos dicen: “No tenemos ideología, tenemos sentido del humor”, pero buscando la verdad. No hacen chanza ni actos para que la gente se ría, sino para que se remueva.
En el libro habla de una izquierda represora, temerosa con el humor y las ideas rompedoras. ¿Qué ha sucedido?
La izquierda hoy es facha.
¿Este problema que hay con la provocación y la ironía es algo propio de la izquierda?
La derecha tradicionalista siempre fue propensa a ofenderse por todo y poner el grito en el cielo. Siempre estaban buscando que las personas fueran buenas y dignas según sus parámetros. La izquierda liberal era más punki, le daba todo igual. Sin embargo, en occidente perdió su brote libertario, que es el que me gusta porque valora la libertad como un valor supremo. La izquierda ahora quiere que la gente sea buena y eso es peligrosísimo. ¡Me resulta odioso!
Si yo quiero que la gente sea buena, intento ser bueno de una forma kantiana, haciendo el bien y tratando bien a la gente. Pero no puedo exigir a los demás que actúen según mi parámetro. La izquierda hegemónica está volcada a la reeducación de la sociedad. Ellos, en el 15M, hacen una pregunta clave: ¿cuántas lobotomías hacen falta para que España sea como esta gente pide? Es la puta clave. Para conseguir esta arcadia hay que mandar a mucha gente al gulag. Es algo que vieron porque no todo el mundo comparte vuestros valores.
¿Ya no están en las cosas del comer, sino en las cosas de la moral?
Sí, totalmente. Los pobres ahora son gordos. Pero creo que la izquierda también está en cosas importantes. En temas de derechos laborales se han conseguido varios logros. La parte de IU del Gobierno se ha puesto las pilas, aunque no ha podido hacer mucho con la reforma laboral. Ha sido algo más cosmético. En economía estamos muy a la derecha; cualquier cosa que sea mínimamente socialdemócrata, como subir los impuestos a los ricos, se tacha de comunismo. En la moral pasa lo contrario; cualquier cosa mínimamente espontánea es calificada de ultraderecha. Estamos en una dicotomía muy extraña: libre mercado, pagando muchos impuestos, pero con una moral dominada por el puritanismo de izquierdas.
¿Lo peor de cada casa?
Lo peor de cada casa. Pero creo que está cambiando.
El cómico tiene que estar dispuesto a pagar el precio del humor: si es desorbitado, qué remedio. Pero la historia será muy indulgente con ellos, igual que lo será con Anónimo.
¿Vienen aires aperturistas?
Yo creo que a la izquierda le ha quedado claro que Irene Montero es una absoluta mentecata. Su discurso ha tenido una fuerza censora muy importante; nadie se atrevía a discutirle por si le llamaban machista, pero ahora ha sacado una ley que se llama de libertad sexual y que está haciendo que salgan violadores a la calle porque es idiota. No ha escuchado a nadie porque vivía en una cámara de eco y todo aquel que le discutiera se convertía en enemigo. Ahora se están dando cuenta de que hay que ser autocrítico. Creo que va a ser muy bueno para la izquierda el fracaso estrepitoso de la ley del solo sí es sí. No digo que la ministra sea poco preparada, porque esta norma ha pasado por el Consejo de Ministros y nadie le ha dicho nada.
¿Esa necesidad que tiene de ir a contracorriente responde a un personaje o a una convicción?
De joven iba a contracorriente por pose, porque era muy entretenido, pero luego fui creciendo y vi que era algo muy esnob. Yo no voy a contracorriente, pero está todo muy polarizado. Si intentas pensar en los temas desde una perspectiva propia, por ti mismo, acabas yendo a contracorriente porque no va a encajar con lo que dice todo el mundo.
¿No teme el halago del contrario?
Le hago tan poco caso al elogio como a la crítica. Hay un halago que me gusta: “No estoy de acuerdo contigo pero me has hecho pensar”. Y luego hay una crítica que también me gusta: “Estoy de acuerdo en casi todo, pero en esto te equivocas de manera estrepitosa”. Eso me habla de un diálogo en el que puedo indagar los otros motivos. Ahora, la crítica del tipo “fascista, hijo de puta, podemita” o el elogio de “puto amo” me parece un ruido del que hay que abstraerse.
¿Quién se va a reír al final de la historia? ¿Anónimo o los tribunales?
No lo sé. El Constitucional es un tribunal prostitucional porque depende del CGPJ, que está fuera de la Constitución, y bloqueadísimo por la clase parasitaria política. Tenemos un órgano esperando a que alguien le pague la cama. Está todo destruido. Los políticos no populistas, PP y PSOE, han demostrado ser los peores populistas. Están haciendo como el trumpismo, destrozando las instituciones. Me parece propio de un mundo en el que no se puede entender lo que está pasando usando la razón, por lo que hay que usar la ironía. ¿Cómo va a resolverse esta cuestión? No sé. Cuando sepa a quién va a enchufar el PSOE, a lo mejor puedo hacerme la idea de por dónde van a ir los tiros.