"Cuando estás con Federico, no hace ni frío ni calor; hace Federico". La frase, pronunciada por el poeta vallisoletano Jorge Guillén, consagra la rotundidad carismática del genio de Granada. Su personalidad, magnetismo, atractivo, don... en definitiva, el duende flamenco, sigue arraigado a todas las artes 86 años después de su fusilamiento.
No ha habido disciplina que no se haya atrevido a adentrarse en el universo lorquiano. Los valses vieneses de Leonard Coen (y de José Merced, y de Silvia Pérez), los paseos por el Ministerio del tiempo junto a Camarón, el Adiós muchachos, compañeros de mi vida de Eugenio Chicano... Ahora, nuevamente, su espíritu renace a través de las imágenes ideadas por la artista gráfica Ilu Ros (Mula, 1985) en el libro Una trilogía rural (Lumen, 2022).
En este viaje a las tres tragedias más célebres del poeta granadino, Ros ofrece un delicado paseo entre el onirismo y el costumbrismo. El equilibrio conceptual nace de la mera necesidad. Explica la autora, en conversación con EL ESPAÑOL de Málaga, que las propias obras le han ido definiendo el camino: Bodas de sangre, lírica, poética; Yerma, introspectiva; La casa de Bernarda Alba, severa, sobria, violenta, sin adornos: “Es un pánico asfixiante que va creciendo”.
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Esa coral de emociones se acaba plasmando en sus dibujos. Así, Ilu pasa de dar vida a las hermanas de Juan como orejas gigantes (“están ahí para escuchar”) a construir una suerte de escena rosaliana cuando vitorean a la novia: “Le gritan ¡que salga, que salga! Parece alegría, pero sabemos que ella no quiere casarse. Hay un contraste tremendo entre lo que se ve y lo que sucede en el submundo, por lo que decidí representar lo que estaba pasando por debajo”, afirma.
Lorca es un instrumento en sí mismo, igual que escribe Ana Iris Simón en Feria: “A alguien que se expande, como el universo, no se le puede arrebatar el nombre”. Por eso no hace falta más que su nombre de pila para que el lector se aproxime a la dimensión del dramaturgo desde cualquier perspectiva: “Sus obras de teatro son muy visuales y audiovisuales; incluía música, canciones… De hecho, también dibujaba”.
La precisión con la que el poeta del 27 exprimía sus textos es una oportunidad para reenfocar este trabajo: “El teatro está abierto a la interpretación del director de escena. Por ejemplo, en las acotaciones de Bernarda Alba dice que se va a representar como un documental fotográfico. Tenía esa faceta multidisciplinar”, relata.
La trilogía rural es el segundo libro de Ilu Ros sobre García Lorca. Previamente había publicado Federico, en clave biográfica: “Los que son seguidores de su trabajo siempre me dicen que esto no va a ser lo último que haga sobre él”. ¿Pero cómo llega una graduada en comunicación audiovisual, nacida en Mula y afincada en Londres durante una época, a explorar la producción de uno de los máximos exponentes de la literatura del siglo XX? “Descubrí a Lorca cuando hice Cosas nuestras, una conversación intergeneracional entre mi abuela y yo hablando de las mujeres en los 30”.
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Años después, la teoría del eterno retorno se acabó cumpliendo. Ros ha regresado a él con las tres obras con las que lo conoció en el teatro de su pueblo cuando era una niña: “Me he dado cuenta de que hablan de la mujer en el mundo rural, igual que mi abuela. Mi familia también fue migrante, por lo que, de alguna manera, se cierra el círculo. No sé si los temas te eligen a ti o tú eliges a los temas”.
Estas piezas forman parte del recorrido vital al que tradicionalmente ha estado delimitada la mujer: la boda, la maternidad y el luto, en el caso de que marido fallezca: “Hablan de la presión social, especialmente vigente en el campo. No sé si el feminismo en aquella época estaba muy desarrollado, pero Federico era capaz de entender muy bien a las mujeres porque creció muy cerca de ellas”.
¿Qué hay de las referencias? La autora explica que todos los estímulos que percibe forman parte del manantial de la inspiración. Pero en este bálsamo de ideas, algunos autores ocupan una posición prominente: “Intento investigar sobre gente que haya hecho cosas parecidas o que intuitivamente me recuerden”. En esa lista, un nombre propio: Goya. Mientras trabajaba en la edición del libro, Ros fue al Prado para definir la paleta de colores; buscando entre las pinturas negras, encontró una serie de obras que le marcaron, como La lavandera: “Tiene mucho que ver con Yerma”.
Así, subraya que evita beber de las mismas fuentes a las que puede acceder cualquiera. El resultado, a la vista de todos, es una reinterpretación: La trilogía deja de ser un poco de Lorca para ser un poco de Ilu Ros: “Doy imagen a un texto que es de otro autor, por lo que tengo que sacar las emociones que despierta en mí”.
En Federico García Lorca se concentran los versos de Neruda. Él son las flores que un día decidieron cortar, pero que no impidieron que la primavera siguiera naciendo: “Su literatura está viva, y eso no tiene que ver con que lo fusilasen, sino con la trascendencia de su obra”.