Los dedos de un joven se mueven con frenesí entre las cuerdas de una guitarra mientras resuena un suave quejío en la voz de varias mujeres. “Pueblo de los verdiales / Quien te pudiera traer / Metido en la faltriquera / Como un pliego de papel”. Las alpargatas resbalan por el firme de la céntrica calle Larios y ven un cielo de cintas de colores. De frente, una niña vestida de gitana duda sobre dónde poner su atención y un turista nipón se afana por captar desde la pantalla de su móvil el vaivén de las castañuelas y el ir y venir de los platillos. No es fácil.
Un año más, los verdiales inundan cada mañana el corazón de Málaga y demuestran que la tradición también se conjuga en presente simple. El ritmo con el que Marisol enamoró a los 11 años a su productor en una retransmisión en blanco y negro de Televisión Española, que aguarda en su ser elementos fenicios, romanos o musulmanes, sigue todavía muy vivo.
Es sumamente complicado definir qué son los verdiales, pero quienes los conocen pueden pasarse horas y horas hablando de ellos. Los verdiales son, ante todo, algo muy malagueño, fuente de identidad y patrimonio local. Son mucho más que un baile o un cante y a su vez son un baile, un toque, un cante. Una manifestación cultural en toda su extensión.
No se sabe cuándo aparecieron, pero se intuye que llevan arraigados en tierras malagueñas milenios. Se creyó durante años que eran de ascendencia morisca hasta que una tanda de investigadores vieron elementos que retrotraen incluso a épocas prerromanas y prefenicias.
El profesor Miguel Romero Esteo señala a los orígenes de Europa, cuando la llamada civilización minoica, la primera cultura de la Edad de Bronce, llegó a la isla de Creta, probablemente, desde Anatolia. Según este investigador, en la península de Oriente Próximo se han hallado instrumentos parecidos a los platillos y los cretenses ya tenían costumbre de coronarse con sombreros de flores como exaltación a la fecundidad. Hay también mosaicos romanos que parecen representar manifestaciones culturales en las que se distinguen ya un pandero con cintas de adorno o unos platillos de bronce que bien pudieron ser los precursores de las hoy conocidas como pandas.
Según el antropólogo e historiador Julio Caro Baroja, señas de esta tradición milenaria es que las celebraciones más importantes se hacen coincidir con el solsticio de invierno (Fiesta Mayor de Verdiales) o con el solsticio de verano (Noche de San Juan).
De hecho, el origen más reciente de los verdiales no es más que ese: el de una fiesta, una cita que reunía a los campesinos para celebrar cualquier fecha. Es desde ahí, desde el campo, desde donde llega a la ciudad de la mano de miles de malagueños que emigraron desde los montes hasta los barrios periféricos de la ciudad esta expresión.
La misma palabra, verdiales, viene de una comarca donde era común el cultivo de una variedad de aceituna denominada verdial. “Vengo de Los Verdiales / De Los Verdiales vengo / Vengo de ver a una novia / Que en Los Verdiales tengo”, dice una copla.
Lo que hoy es no es todo, pero con seguridad es muestra de lo que fue y ha sobrevivido al único método de conservación que durante estos miles de años ha tenido, la más salvaje y pura tradición oral.
Hoy, los verdiales se dividen en tres estilos en función de la zona de donde provengan. Al cante, siguen todos un patrón similar; en cuanto al baile y a la instrumentalización, tienen sus diferencias: el de Comares da protagonismo al laúd y la bandurria y tiene un acusado matiz árabe y danza espontánea; el de Los Montes, mayoritario, brinda todo su espíritu al sonido del pandero que le confiere una elegancia protuberante a sus pasos; y el de Almogía, se presta a las notas agudas que salen del violín y que imponen un torrente de ritmo inigualable.
Una de sus esencias emerge de la forma que imponen a quienes danzaban entre sus letras. Cuando los verdiales comenzaban a sonar en las fiestas mayores de los pueblos de Los Montes, empezaba el cortejo. Era, recuerdan los historiadores, una de las pocas ocasiones en las que los muchachos y muchachas se acercaban sin disimulo los unos a los otros para descubrir si podían compartir algo más que el ritmo de las panderetas. De eso, de hecho, van algunas de las letras más conocidas: “Debajo de tu ventana / Hizo una perdiz un nío / Y yo como perdigón / A tu reclamo he venío”.
Hoy día, los verdiales alcanzan su culmen con la Fiesta Mayor, el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, aunque también existen otras fechas vinculadas a esta manifestación, como el Domingo de Ramos.
Esta “especie de monumento arcaico-musical”, en palabras de Miguel Romero Esteo, es desde 2010 Bien de Interés Cultural en Andalucía y será declarado patrimonio inmaterial de la cultura en España. Es pasado pero también es presente, como muestran la calle Larios abarrotada estos días, o artistas como Luz Arcas, que llevó la muerte y el duelo al escenario a ritmo de verdiales en su obra 'Toná'; o El Niño de Elche y Los Voluble, que lo transformaron en una Rave en el Festival Internacional de Música Avanzada.