Llego al hotel donde tengo la entrevista con Sabina. En la recepción me comentan que la escritora acaba de llegar de su viaje y que bajará en media hora. Me sugieren que espere en la sala contigua hasta el encuentro. La habitación que nos ponen para la entrevista parece un atrezo modelo de una película de Woody Allen. Cálidos muebles de diseño, un hilo musical de Spotify que seguro lleva un nombre a lo ‘Coffee Table Jazz’ y unas estanterías repletas de libros estilo Taschen nos acompañaran durante la próxima media hora a Sabina y a mí.
La autora de ‘El Celo’ llega bien de tiempo, era yo el que se había adelantado unos minutos. Aparece con un vestido de flores, una riñonera blanca muy elegante y unos intimidantes ojos azules que se clavan como cuchillas. Desenfadada y correcta. Le comento que, tras cientos de entrevistas a sus espaldas y haber pasado una temporada en los campos de recogida de marihuana de EEUU (esto último no se lo digo, solo lo pienso), pocas cosas le pueden impresionar ya. Ella me dice que tranquilo, que siempre se pueden descubrir cosas hasta en el lugar que menos te lo esperas.
Está claro que ella es la veterana y la que lleva el control de la situación. Se le intuye una mujer desenvuelta en mil batallas. No nos andamos con muchos más preámbulos, los dos sabemos qué hemos venido a hacer aquí.
Uno de los rasgos más curiosos del libro es el referirte a los personajes sin llamarlos por su nombre: La Humana, El Animal, La Abuela, etc. Hace que haya una cierta distancia con ellos. ¿Qué hay detrás de esto, cuál es el concepto?
Aquí hay varios propósitos. En un principio ‘la humana’ y ‘la perra’ sí tenían nombre. Pero en un momento dado me di cuenta de que, como la humana ha estado próxima a un proceso de domesticación, ella misma de alguna forma ha tenido un dueño. Ha estado domesticada y ella es contraria a la idea de domesticación de la perra. Se niega a ponerle un nombre. De hecho, se niega también a considerarla de su posesión. Me interesaba como esta idea de un personaje sin nombre, porque cuando adoptas a un perro no sabes nada de su vida anterior y si le pones un nombre es algo autoimpuesto desde fuera. La humana no sabe nada del pasado de la perra, pero el lector tampoco sabe nada del pasado de la humana.
Partimos de la base de que realmente tienes una conexión fuerte con tu perro. En el libro describes momentos en los que ‘la humana’ tiene una simbiosis total con ‘el animal’: los dos engordan, pierden las ganas de sexo, están desanimados, etc. ¿Puede surgir realmente esta unión tan intensa entre animal y humano?
Una historia es la del libro y otra la de mi experiencia personal, pero por supuesto que hay una simbiosis. Con mi perra sí que tuve una unión inmediata y una especie de historia de amor indestructible y maravillosa. De hecho, fue difícil describir esta especie de rechazo que siente la humana hacia la perra sin sentir dolor por la empatía que sentía.
En el libro hablas de ‘’la castración como método de asfixia de los instintos’’. ¿No crees que esta libera a los animales de la cárcel en la que están presos precisamente por eso, por estar guiados continuamente bajo sus instintos?
Vivimos en un mundo que no es natural. Estos animales no son naturales, no viven por los bosques corriendo. Desde hace mucho tiempo nosotros mismos somos subproductos de la naturaleza y estos perros que conviven con nosotros también lo son. Igual que no podemos subirnos desnudos a un autobús y empezar a gritarle a la gente, supongo que a los perros hay que castrarlos y domesticarlos para que convivan en sociedad. A mí y a mucha otra gente nos despierta conflicto. Al igual que la domesticación. Ver a alguien educando a un niño pequeño en la convivencia en sociedad es algo completamente necesario, pero me hace sentir tristeza muchas veces. Nos hemos doblegado a nosotros mismos.
‘El Celo’ tiene un hilo argumental estable pero realmente va divagando entre las ideas que expone. ¿Era este el propósito inicial a la hora de escribirlo o simplemente se dio así?
Yo escribo y hablo así. Me doy cuenta de que el pensamiento se me ramifica y va por mil lados. Esto es algo que obviamente ha sido podado en el proceso de edición porque había muchas más digresiones. He estado siete años tomando notas para esta novela y me daba cuenta de que cada vez abarcaba más temas. De hecho, hubo un momento que fue como: ‘’ya está, hay que empezar a escribirla’’. Me dieron la beca de creadores de la Fundación BBVA, firmé con Alfaguara y ya era el momento de sentarse y aunar esas 500 notas de Word que tenía y convertirlas en algo. Pero sí que es una forma que a mí me gusta mucho.
Leí una entrevista de Irene Solá en la que hablaba de la visceralidad como única forma de construir su universo. En tu libro me ha dado también la sensación de que trabajas con lo más profundo de tus entrañas ¿Te identificas con esta visceralidad que a veces da incluso pudor?
Absolutamente. De hecho, esos siete años han sido una escritura visceral. Lo que pasa que hay un momento en el que tienes que encaminar esa visceralidad. Hay que acotarla o nunca terminaríamos los libros. Yo habría estado eternamente escribiendo este libro, no habría parado nunca, podría haber estado 20 años haciendo notas y más borradoras. Pero sí, yo escribo mucho desde las tripas.
Incluso desde la bilis
Esos son casi alivios cómicos de la novela. Sobre todo, con los señores del parque y las señoras que pasean a sus perros. Obviamente hay mucha bilis. Pero bueno, para mí eso es visceralidad. Son tripas, fluidos de la rabia. Yo me lo he pasado muy bien escribiendo esta novela a pesar de que tiene un componente dramático. Aun así, me gusta la tragicomedia.
Has practicado durante muchos años el periodismo gonzo, un estilo sin pretensiones de objetividad que a menudo incluye al escritor como parte de la historia. Me da la sensación de que este libro sigue bastante impregnado de ese tipo de escritura.
Para mí es muy importante la vivencia propia. No digo que yo sea ‘la humana’, digo que yo soy todos los personajes. Muchas veces hago lo que hacen mis personajes para empatizar con ellos. Si mi personaje va a ir caminando de un pueblo a otro con su perra, intento hacer un paseo similar a ver que sucede. Hay un momento del libro en el que ‘la humana’ tenía que enterrar a un conejo muerto que le ha trajo la perra. En ese momento me hice un hoyo y me puse a reflexionar lo que iba a pensar el personaje. Yo no soy solo mis personajes buenos, soy también mis personajes malos.
Muchos de ellos tienen cosas de mis amigos o de conocidos. Un escritor hace algo con todo lo que tiene guardado en su despensa, pero esto no significa que solo hable de su vida, también habla de las vidas de otros.
Publicaste tu primera novela ‘Las niñas prodigio’ mientras estabas de retiro en la Alpujarra. Al igual que Gerald Brenan en ‘Al Sur de Granada’ o Chris Stewart en ‘Entre Limones’, todos coincidís en apartaros a esta zona buscando el descanso y la inspiración. En tu caso te trajiste un libro. ¿Cómo fue la experiencia?
Bueno, yo no me fui a un retiro a la Alpujarra. Me fui a vivir a la Alpujarra a un cortijo medio ruinoso que me dejaron. Lo de retiro suena como a una señora pija que se va a descansar (risas). Aparte lo de ellos eran pueblos, yo vivía prácticamente en un barranco en una casa sin agua corriente y con el váter por fuera. Pero al mismo tiempo fue un paraíso y era el único sitio donde pude parar y sentarme a escribir el libro. Prácticamente no pagaba alquiler, no tenía gastos de agua ni luz. Gastaba muy poco porque no había sitio donde hacerlo. Iba una vez a la semana a Órgiva a hacer la compra y ya está. Fue un momento de gran precariedad. La historia es que vino César de Fulgencio Pimentel y me dijo: ‘’te quiero sacar un libro’’. Era ahora o nunca, y si me quedaba en Madrid era engañarme porque iba a estar todo el día saliendo de fiesta sin ponerme a escribir. Me tuve que encerrar allí.
¿Cuánto tiempo estuviste?
Un año, hasta que terminé el libro.
Supongo que fue una contraposición muy grande a Madrid.
Sí, bueno. Es curioso, también se genera como una comunidad, es totalmente diferente. Para mí Madrid es muy relajado. En realidad, es mi casa. No es un lugar que suponga un gran estrés más allá del sumidero de pasta que se te va por todo. Ahora mi vida en Madrid es súper tranquila. No es como si viviera Alpujarra, pero sigo estando bien.
Vi en alguna entrevista que tu día a día como escritora es básicamente estar en casa. Hace poco vi una ponencia de Enric González donde decía que su única manía a la hora de escribir era fumar sin parar ¿Tienes alguna rutina diaria o manía que te ayude a sobrellevar las horas delante del ordenador?
Pocas veces estoy frente al ordenador realmente. Yo escribo en todos lados. Escribo en el parque con mi perra mucho y sobre todo escribo a mano. Tengo torres gigantes de diarios amontonados. Es como una especie de escritura compulsiva. En esos diarios no hablo necesariamente de mi vida, sino que muchas veces al ver algo se me ocurren escenas de libros y entonces las escribo. Libros que nunca escribiré seguramente.
No existe un patrón entonces.
Para mí esto es un patrón, lo de escribir en todos lados todo el tiempo. Cuando estoy caminando me cuesta mucho menos escribir escenas en las que hay acción, pero cuando estoy en casa escribo los momentos del libro que son de quietud o reflexión del personaje.
Realmente parece una pregunta vaga y modelo, pero en este caso me parece oportuna puesto que ‘El Celo’ es un libro un tanto difuso. ¿Cuál es el tema central de este?
Ninguno. Todo el libro está formado de todas las cosas que hay en él. No hay tema. No creo en ellos. Yo no me siento a escribir y digo, ‘’voy a escribir sobre el maltrato o sobre la relación entre animales y humanos’’. Supongo que es trabajo de los periodistas, pero si tengo que decir algo puede que el tema de ‘El Celo’ sea la animalidad de los humanos. Para mí es la historia de la humana que se encuentra con la perra y todo lo que sucede después. Me horroriza cuando alguien me pide hashtags sobre un libro, me parece un mal de nuestro tiempo. La literatura no tiene por qué ir sobre nada.