El disfraz es condición sine qua non para que haya Carnaval. El tipo, como se le conoce en el argot, es la base sobre la que construye un autor su proyecto carnavalero. De él depende en gran parte, el éxito de una murga, comparsa o cuarteto.
Un artificio pobre o un personaje poco trabajado aboca al fracaso a la idea y, al que la crea, lo desciende a los infiernos de la crítica carnavalera.
Los autores, caemos a veces en la autocomplacencia por lo que, en ocasiones, viene bien parar para resetear el coco, refrescar ideas y relanzar la ilusión que con la rutina se ha perdido. En esa trampa caen no solo autores, también dirigentes.
El carnaval de Málaga, en sí mismo, también tiene un autor, que hace y deshace lo que quiere con él porque lo considera suyo. Quizás por arrogancia o vanidad, la obra suena a lo mismo desde hace casi una década.
Será que el ideólogo no ha tenido suficiente tiempo desde marzo de 2020 para trabajar en el de 2022, pero, ironías aparte, lo cierto es que al disfraz que ha ideado se le ven cada vez más las costuras, por mucho que lo maquille y por más brillo o purpurina que le ponga para disimular sus carencias.
El resultado es un concurso con agrupaciones que se borran, con la participación más baja que se recuerda, aunque nos lo quieran vender con el mantra de “hay grupos de las ocho provincias andaluzas”. Todas son bienvenidas, pero aquí, lo que de verdad necesitamos, es que haya más grupos cantándole a lo nuestro. A la hora de la verdad ¿dónde están esos grupos en la calle? (salvando a Rute por supuesto)
Con unas semifinales habría sido suficiente, pero claro, se recaudaría menos taquilla. Seguimos empeñados en que es mejor tener cantidad que calidad. En abrir las puertas y apoyar al que viene desde fuera de la provincia sin preocuparnos por las necesidades del malagueño que empieza.
Será, casi con total seguridad, una edición sin ningún positivo por covid entre los participantes en el Cervantes. La mejor manera de controlar los contagios es, según la cabeza pensante, que los propios grupos se paguen los test de cada sesión y sean ellos mismos quienes certifiquen que sus componentes son negativos. Será que el comité de expertos que le asesora es el mismo que el que tuvo Pedro Sánchez.
Eso sí, sí hay dinero para poner un presidente del jurado traído de Cádiz a última hora cuando has ofrecido el puesto a carnavaleros de aquí pero de manera gratuita. Qué cosas. La fiesta de la libertad, sin libertad en la calle, sin sábado de carnaval, sin una sola alternativa al desaguisado de fechas y sin apenas publicidad, con uno de los mejores carteles de su historia. En definitiva, un carnaval disfrazado de carnaval.
Las agrupaciones malagueñas han estado creando y ensayando, sorteando olas pandémicas, para llegar a la orilla de la ESAD lo más dignas posibles. Su esfuerzo histórico ante tanta incertidumbre es de aplaudir. Pero a estas alturas de la película eso no es suficiente si de verdad lo que nos preocupa, como algunos escriben, es el futuro de la fiesta que tanto amamos.
Tras dos años, callamos al silencio, cambiamos la máscara por la mascarilla, vuelven los nervios, las emociones, las risas, los aplausos y los piropos a nuestra bendita ciudad, pero no olvidéis que nuestra religión no acaba cuando termina el concurso. Empieza.
Momo, líbranos del mal.