Me estreno un Miércoles de Ceniza reflexionando sobre la convivencia. Sí, me refiero a la polémica suscitada entre el Carnaval y la Cuaresma. Una polémica alimentada por unos cuantos (de ambos colectivos) que viven en un ambiente un tanto retrógrado y creen aún que ambos mundos están enfrentados. Uno lleva al otro.
El Carnaval precede a la Cuaresma y ésta no tendría tanto sentido sin los –supuestos- excesos del Carnaval. Ambos se nutren en muchos de los participantes de ambos escenarios. La pertenencia a uno no implica necesariamente la oposición o el disgusto al otro. Si se quiere, como en todo, se pueden vivir los dos en perfecta armonía.
Me molesta, como cofrade y aficionada al Carnaval, que en los dos lados se busque el titular sensacionalista fácil, desde una copla llevada a un alto rango de intolerancia, dibujando unos cofrades obtusos, hasta el cofrade de twitter, absolutamente desconocido, que vive en el siglo XVIII y por antonomasia está opuesto al Carnaval y todo aquello que se le acerque. Se trata de convivencia.
Los cofrades sabemos lo intolerantes que pueden ser algunos con nuestros sentimientos religiosos y nuestras profesiones de fe y tendríamos que ser los primeros en hacer un ejercicio de conciencia y empatía para entender cómo se han sentido los carnavaleros al perder su Sábado de Carnaval. Somos los primeros (no en el ejercicio de la libertad, como reza en nuestro escudo de la ciudad) metiéndonos en fechas que no son propiamente nuestras e incluso con el dedo en alto clamamos al cielo respeto pero luego no somos tolerantes ni generosos con los demás colectivos.
Así no… este no es el camino. Así que ya que comenzamos la Cuaresma este miércoles quizá vendría muy bien menos golpes de pecho y más tolerancia, menos teoría y más práctica y reconocer que quizás nos estamos pasando de la raya.