"No se ha dado jamás el caso de que una hermandad haya tenido que alquilar nazarenos. El día que esto ocurriera los penitentes se convertirían en comparsas y la Semana Santa en una mascarada. Esos miles y miles de penitentes que desfilan delante de los pasos con la cara tapada y el cirio apoyado en la cadera lo hacen por pura devoción o bien por un espíritu de solidaridad y emulación, cuyo origen no es la religiosidad verdadera, (…) sino una fórmula social que se basa en una vida de relación restringida a las auténticas relaciones vitales del individuo: el barrio en que vive, el tallercito donde trabaja, su parroquilla, sus vecinos, su calle, su familia, su taberna. Esto es la cofradía. La supervivencia de este pequeño mundo del barrio en que se mueve el cofrade es lo que mantiene la Semana Santa (…), y merced a la coacción de este ambiente se plantan el capirote y enarbolan el cirio los más tibios creyentes y hasta muy bien caracterizados ateos".

Manuel Chaves Nogales, Andalucía roja y la Blanca Paloma.

A día de hoy continúa sorprendiendo la contemporaneidad de los textos de Chaves Nogales escritos en los convulsos años 30 de la II República Española. La apertura de lo cofrade hacia aquellos espacios y participantes externos a la religiosidad ortodoxa se recogen con una gracia y naturalidad que contrastarían años más tarde con el hermetismo del nacionalcatolicismo fomentado por la dictadura. Aún así, y como ferviente ejemplo de pura supervivencia, estos espacios han sido lugar de acogida de numerosos grupos sociales que se encontraban a los márgenes de la normatividad coetánea. El rojo, el gitano y el mariquita encontraron de alguna manera su sitio al amparo de las protecciones divinas y las instituciones que las administraban, convirtiéndose curiosamente en un indudable núcleo de resistencia y rebeldía que han operado por la caridad, sociedad y cultura local desde las barricadas de capilla y barrio.

Bajo mi entendimiento, son las hermandades un microcosmos o una representación a escala de la propia sociedad y sus valores. Una reducción de la convivencia que se establecen entre grupos sociales que cohabitan espacios y anhelan una vida mejor. Fruto de este conjunto de relaciones sociales surge el concepto de identidad, el cual despojado de su significado diferenciador de otras realidades y grupos humanos, se presenta como un modelo de integración y participación en sociedad. Los barrios, céntricos y periféricos, cuentan con espacios y nexos vecinales donde hacer tangible y funcional esta convivencia. El trato y el contacto humano se presentan como esenciales en este contexto sociocultural andaluz. Estas redes de cohabitación encuentran en las hermandades una manera más de expresar el primitivo sentimiento de formar parte de un grupo y avanzar en sociedad. En una época de búsqueda y estabilización de nuevos derechos y libertades, son muchas las personas que encuentran en estos espacios de supervivencias históricas de minorías reprimidas ejemplos de lucha contra la homofobia, sororidad o algo tan sencillo como compartir vida.

A colación de mis últimas afirmaciones, raro sería que nadie recriminara mi particular falta de sacralización de las hermandades. Si bien es cierto que el motivo de la celebración lleva plenamente intrínseco el aspecto religioso, déjenme aislarme, cohabitar y complementarlo con aquellos valores espirituales, románticos e incluso filosóficos que entrañan todas las entretelas de esta fiesta.

Es aquí cuando observo con tristeza cómo en ocasiones estos ejemplos de convivencia no alcanzan una cierta reciprocidad social deseada. Más allá de las extensas labores de caridad y apuestas por el comercio local artesano realizadas por parte de las hermandades, en ocasiones se echa en falta una mayor presencia e implicación de estos grupos en los movimientos sociales e incluso políticos. Ideologías que atentan contra valores cristianos o prácticas administrativas que juegan en contra de los valores de identidad anteriormente señalados se pasean de forma descarada por las casas de hermandades y campanas de tronos ante la perpleja mirada del nazareno o el acólito de clase media-baja que al final sufre estas decisiones.

No deja de ser llamativo cómo se promulga el reinado de la Virgen del Nojequé en el barrio de Nojedonde mientras se actúa con pasividad y desinterés ante la desaparición de sus vecinos, la destrucción de su patrimonio y la erradicación de su comercio local. Cogernos el cirio y el barrio con papel de fumar.