Qué difícil es meterse en piel ajena, aunque sea un ratito, y comprender que el que menos te esperas puede tener razón. No hace falta tirar a la cuneta tus convicciones por dialogar con el que discrepas, salvo que las tuyas sean tan endebles que te asuste perderlas ante el menor contraste dialectico. No todo pasa por el simplón expediente de encastillarte en tu discurso, al dictado del cansino recitado de manuales que, sin autor conocido, marca la puñetera manía de analíticas de pureza de sangre. Así circulan, de forma verbal casi siempre (no son mucho de leer ni de escribir), el manual del buen progresista o el del buen católico, pasando por el buen español, comunista, catalán o un largo etcétera. Y la Semana Santa es una buena excusa para la leña al mono: que si Carmena quería cambiarle el nombre, que si España es laica, que estos rojos que quieren quemar santos de nuevo…. Lo dicho, como pensar es peligroso (y exige algo de esfuerzo), es más socorrido echar mano del guion preestablecido y todos contentos.
No es incompatible el respeto y la crítica, el paquete admite matices y se puede ver las sombras y las luces sin necesidad de gafas, más bien con apertura de mente y algo de empatía, cultura y fraternidad por todos, aunque no sean del propio club. Me sublevan estos reaccionarios que se creen dueños de la Iglesia, integristas ajenos al más elemental espíritu de caridad cristiana y que si pudieran nos sacaban a empujones de los templos a los que no damos cabezadas asintiendo a sus proclamas casposas; y para ayudar está el “capillita” que se cree dueño de la ciudad en esas fechas ya que el resto del año pintan poco. Leen el evangelio por fascículos, y parece que siempre se saltan cuando Jesús nos ordena compartir con el necesitado: "El que tenga alimento, comparta con el que no" (San Lucas, 3-11).
Pero no olvidemos al moderno, el otro integrista que repite a quien quiera escucharle lo mal que lo pasa los días de la semana de pasión como si lo llevaran a collejas a las procesiones. Abomina de los gastos en vestir santos mientras aplaude a rabiar la lapidación de dinero público en proyectos artísticos con un público limitado a sus colegas, gente chic. No tiene tiempo de enterarse que mantener bandas de música hace mucho por la cultura o que gestionar un economato (Fundación Corinto de las hermandades de Málaga, por ejemplo) ayuda a mucha gente que pasa hambre y que no son tan chic como ellos.
Los prejuicios no son recomendables ya que nos llevan a una convicción (con escasa o nula información previa) que provoca actitudes hostiles hacia personas y grupos; ya lo decía Einstein: "Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio".
En cualquier caso, y en términos de la antropología de corte marxista (Marvin Harris), la Semana Santa es una expresión cultural de indudable calado, como tradición en el pensamiento y en las conductas, y en consecuencia, merecedora de una atención institucional que fomente y proteja su incidencia positiva en nuestra cultura y economía. En España a nadie se le impone la asistencia a la expresión pública de los actos cofrades, queden tranquilos pues los que se rebelan ante la supuesta invasión de sirios y capirotes. Y en el otro extremo, a los que reparten certificados de “pureza cofrade”. ¡Mesura! lo de hermandad viene de hermanos, no de súbditos.