Rafael tiene cara de buena persona, es transparente, lo que hay es lo que ves, seguramente reflejo de los muchos años que anduvo colocando cristales aquí y allá porque era y es (que la jubilación solo es el cese de actividad no dejar de saber cómo se hacen las cosas) su profesión. No tiene teléfono, lo tiene su mujer, signo inequívoco de quién manda en casa y quien ha sido su infatigable compañera que siempre le acompaña. Su tez de envidiable moreno producto de la genética te habla tan bien de él como su mirada, esa que puedes ver en fotografías de los 70 junto a la que cuarenta y pico años después, sigue siendo su madre (la de madera).
Rafael es un peligro, como te cace te casca la historia de la cofradía de pé a pá y no porque se la hayan contado, es que él la ha hecho, en primera persona, con otros tantos que ya no están y alguno que entonces era niño. Ese regalo que no se guarda en ordenadores ni AZ lo tiene Rafael en su cabeza, siempre dispuesto a quien quiera escucharle para soltarlo, siempre dispuesto a hacerte reír con la batalla aquella, cuando de madrugada para que la cofradía tuviera a su Cristo, se plantaron en el barrio con la imagen de un Nazareno, prestado de aquella manera, en los asientos de atrás del coche tapado con una manta e inventando mil excusas por si paraba la Guardia Civil (la estampa digna de Makinavaja) -luego hubo que devolverlo-. A mi me gusta verle humedecer sus mejillas cuando recuerda el día de la bendición de la Virgen, de las primeras procesiones por el barrio, con pocos o ningún medio, mucha inventiva e ilusión. De cuando el imaginero le rompió la mandíbula al barro del nuevo Nazareno para rehacerla y que la imagen hablase.
Rafael está también en tu cofradía, con otro nombre y otra historia, es patrimonio de la hermandad, como la más valiosa corona o el mejor bordado de una túnica. Seguramente su opinión será diferente a la tuya sobre cómo llevar un trono o la estética que debe llevar la Virgen, seguramente pienses que sabes mucho más de Semana Santa que él, pero que no se te olvide, Semana Santa… es él. Cuidemos a nuestros mayores.