Ahora que los fantasmas que deambulan por las columnatas parecen estar escondidos, he podido constatar que la vida ha vuelto a florecer. Málaga amanecía ayer siendo más ciudad si cabe. De la arena que cubre nuestras calles han nacido ramilletes de romero que ya cunden bajo su falda. Mirar al pasado es zambullirse en un mar de sentimientos. Una infinidad sensorial que cubre a las decenas de generaciones que han podido mirar a esta tierra a través de los mismos ojos.
En la corta vida cofrade que uno empieza a recorrer, también cosecha en su memoria vivencias que de algún modo definen su forma de ser. La lista, extensa en intensidad, pero ínfima en perspectiva, abraza las emociones que una a una van construyendo el sendero. Que cada cual tenga un sentido no quita que el orden se interponga entre ellas. Poco habrá tan reseñable como el silencio que reinó en la Basílica cuando los afortunados que allí estábamos pudimos ver a la Virgen de la Esperanza preparada para su traslado, con la noche perdiendo la batalla contra las claras del día.
No tengo pruebas de ello, pero creo que esa ausencia de palabras respondía a un ejercicio colectivo de intentar buscar la expresión que nos definiera. Allí ninguno fuimos capaz de articular palabra. Pliegue a pliegue, alhaja a alhaja, perla a perla. La historia se fue poco a poco reconstruyendo hasta que cada pieza del puzle encajó en el libro de nuestros ancestros. Entonces, creo que fue justo entonces, cuando entendimos que nosotros estábamos siendo testigos de lo mismo que hace casi cuatro centurias pudieron ver los 72 hermanos. Recuerdo que cuando la Virgen volvió a Santo Domingo por el 375 aniversario de la fundación, una de aquellas nazarenas que de la faraona pasaron al incensario para acabar llegando al capirote, escribió en Twitter: "Ya sí sé lo que vivieron". Los aires que se respiran en el seno de la Archicofradía evocan a aquellos privilegiados que en su momento, mucho más antiguo, también fueron testigos directos de cómo la Esperanza vertebró un modo de entender el porqué de todo.
Hace 24 horas que se abrieron las puertas del templo y el secreto anidó en todos los rincones de Málaga. El tiempo ya es imparable. Un nuevo extra omnes, que va marcando el ritmo de nuestras vidas, señala el principio del camino; el sentido del calendario. La luz ha vencido a las tinieblas, y la primavera se abre paso entre los mortales. Los ritos se van consumando, uno a uno. El milagro volverá a producirse. Como canta aquel devoto cada cuaresma, en unos días la ciudad estará en su sitio. Y allí estaremos todos.