De leyenda a historia: el carabinero de la Guardia Civil que salvó al Carmen de La Carihuela (Málaga)
Antonio Ramos Crespillo, malagueño y carabinero de Torremolinos en la época de la Guerra Civil, no dudó en rescatar al Niño y algunos restos de la Virgen que estaban siendo pasto de las llamas.
14 abril, 2022 05:00Noticias relacionadas
Este reportaje es un trabajo de María Muñoz, alumna de 3º de Periodismo de la Universidad de Málaga para la asignatura Géneros periodísticos de interpretación y opinión.
Eran tiempos de fascistas y comunistas. Bandos de izquierda y derecha. Rojos y fachas. Así era como hablaba de los pertenecientes a ambos bandos Antonio Ramos Crespillo, malagueño y carabinero de Torremolinos en la época de la Guerra Civil española. Un relato poco común, y que no se ha dado a conocer anteriormente, al cual si se le presta atención, quizá llegue a sorprender.
Cuenta la historia… Mejor dicho, cuenta María de los Ángeles Ramos, hija de Antonio, una historia de tiempos antiguos donde se produjo un acontecimiento que perduraría en su memoria, traspasada de generación en generación hasta ahora, en la que un héroe salva a un niño y una parte de su madre. Sí, es así: una parte de su madre. Y donde la frase: “Moralidad, lealtad, valor y disciplina”, se repetía sin cesar.
Corría el año 1938. Antonio Ramos Crespillo, carabinero y original de La Carihuela, en Torremolinos (Málaga), se encontraba tranquilo en su casa, un día como otro cualquiera, asomado al balcón desde el que podía ver el mar. De repente, avistó a lo lejos, en dirección al pueblo, un gran humo negro, que convertía lo azul del cielo en azabache, transformando la luz en oscuridad. Preocupado, se colocó su capa de oficio y acudió lo más rápido posible al lugar de los hechos. La Parroquia de Nuestra Señora del Carmen estaba ardiendo.
Alarmado, lo único en lo que podía pensar Ramos era en todo lo que estaba siendo consumido por el fuego: el altar, las reliquias… Y, según cuenta Lidia Ramos, nieta del carabinero: “Cayó en la cuenta de que, aún siendo todo relevante, lo que primaba salvar eran las imágenes sagradas, por lo que apresurándose a evitar que fuesen consumidas por el fuego, intentó rescatarlas”.
Unos lo verían como una buena obra por parte de un devoto cristiano, otros como un salvador de lo que para una parte del pueblo significaba tanto en esa época. Logró evitar que el Niño Jesús fuese atrapado por aquellas llamas que parecían proceder del mismísimo infierno, y de la Virgen María consiguió salvar una mano y un pie.
Sin embargo, la historia no acaba ahí. Lo heroico no fue salvarlos, que también. Lo más importante de toda esta historia fue el miedo, y la valentía de afrontarlo. “Corrió a casa y no miró atrás”, apunta su nieta.
Una vez alejado del fuego, no podía pasearse en plena calle con las imágenes encima, ya que el motivo de que estuviesen a punto de quedar reducidas a cenizas no había sido accidental. El bando comunista decidió prender fuego a cada una de las iglesias malagueñas, con la suerte de que Antonio logró ver una de ellas.
Huyó a casa, entró de forma alborotada, lo que alarmó a su mujer, y al ver lo que su esposo portaba entre las manos, el pánico se apoderó de ella, ya que, en aquellos tiempos, ser devoto podía ser castigado con una pena carcelaria o incluso con la muerte, según el bando al que se perteneciese.
Decidieron custodiar las figuras. “Las escondieron debajo de una losa de su dormitorio, sobre la que situaron un mueble para disimular que podía levantarse”, explica María de los Ángeles, quien había escuchado la historia de boca de su padre años después de haber sucedido. Su madre, de nombre Carmen, no le dejaba acercarse al dormitorio, y mucho menos hablar sobre lo sucedido en esos días. En tiempos de guerra, toda precaución es poca, y más aún si hay dos bandos, a cada cual más violento que el otro.
El mes en que los comunistas se decidieron a abandonar la zona de La Carihuela, Antonio acudió a la iglesia de la que rescató a los santos. El cura del momento, con sorpresa en sus ojos, le supo reconocer la valentía que había demostrado y lo agradecido que estaría Dios por sus actos. “Una verdadera muestra de lo que es ser un auténtico católico”, dice Lidia.
Gracias a él, el Niño Jesús pudo conservar su antigüedad y autenticidad hasta el día de hoy, y la Virgen María, aunque tuvo que ser modelada de nuevo, preservó dos de las piezas que formaban parte de la primitiva.
Años después, con Antonio y su mujer ya fallecidos, María de los Ángeles nunca dejó de contar la historia de la que su padre fue protagonista. Adoptó la tradición, cada año, de llevar a sus hijos a ver la Virgen del Carmen en la particular procesión que le hacen.
Asimismo, jamás dejó de visitar la iglesia en la que un recuerdo de sus progenitores se mantendría hasta el fin de los tiempos, lo que le hace sentir orgullo y respeto, además de recordarle frecuentemente lo que significa ser valiente y luchar por lo que uno cree y le importa.
Varias estaciones más tarde, con una Lidia Ramos ya adulta, sigue con la costumbre de visitar la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, embelesada por la aventura que su abuelo experimentó en carne y hueso. Su marido, José Antonio, y sus hijos, José Antonio Jr. y Álvaro, la acompañan, siendo estos dos últimos parte de los que conducen a la Virgen a su paseo por las aguas.
Uno de esos días, cuyo año anda perdido en su memoria, mientras observaba a la Virgen pasar, Lidia creyó escuchar a un grupo de hombres perteneciente a la iglesia hablar de la historia que ella tan bien sabía. En ese momento, sorprendida, cuenta: “Nadie sabía quién había sido el rescatador del Niño Jesús. Sí que tenían conocimiento de que había sido un carabinero, pero no sabían exactamente quién”, afirma. Por lo que, al oírlos con la incertidumbre, no dudó en inmiscuirse en la conversación. Los hombres, que al principio la miraron con reticencia por haber estado escuchando su conversación, pronto dejaron a un lado las miradas frías, que fueron sustituidas por unas plagadas de emoción al saber quién era ella, y por conocer por fin quién era aquel valiente que tiempo atrás había arriesgado su vida.
Posteriormente, se fue corriendo la voz hasta llegar a la misma parroquia. Cuando el sacerdote escuchó la historia, lo que sucedió y por quién, no dudó en mentar a Antonio Ramos Crespillo como autor de los hechos. Un reconocimiento y un honor para un caballero que sin duda lo merecía.
Una familia orgullosa. Incluso su bisnieto, Álvaro Fernández Aurioles, que sin conocerlo, venera a la Virgen del Carmen. Todo aquel que tiene confianza con él, tiene el placer de escuchar cómo narra lo sucedido de tal forma que te transporta a las callejuelas y a la época en la que transcurrió todo. Se refleja admiración en sus ojos azules: “La pasión que siento al pasear a la Virgen por la playa de La Carihuela es indescriptible”, relata.
María de los Ángeles Ramos, ahora con 95 años, adora a sus nietos y se siente orgullosa de ver que la historia sigue contándose y que no parará de hacerlo. Ha conseguido que su familia no olvide un logro tan grande como el de su padre, y está tranquila al pensar que seguirán llevando a la Virgen más años, muchos más, y que una generación tras otra transmitirá el relato de lo sucedido con ese brillo de emoción en los ojos, el mismo con el que ella lo ha hecho.
Las historias que impactan no se pierden. Y las que hacen admirar algo o a alguien menos aún. Una familia con suerte, una familia devota que sabe luchar por lo que quiere y se propone. Una historia desconocida para muchos, pero que, una vez escuchada, es ansiada por todos.