Leyendas, historias y anécdotas de la Semana Santa de Málaga
Son muchos los relatos y los porqués de una tradición que aúna, como ninguna otra, lo terrenal con lo espiritual, dando sentido a la celebración de la Semana de Pasión.
16 abril, 2022 05:00Noticias relacionadas
Aquí, en EL ESPAÑOL de Málaga, ya hemos repasado los misteriosos orígenes de las tallas perdidas del Cristo de Cabrilla y del Cristo de la Sangre primigenio. También hemos relatado el milagro triunfante del bandolero Zamarrilla, que encontró en la ayuda de la Virgen de la Amargura la redención por todos sus horribles pecados.
Pero la Semana Santa es un pozo de leyendas, anécdotas y relatos transmitidos oralmente casi inagotable que daría para un libro, y más de uno. En este sentido, el más reciente es el publicado por el estudioso y archivero de la Catedral, Alberto Palomo, que ha publicado en la editorial Almuzara su Semana Santa de Málaga, una obra donde recopila la historia cofrade malagueña, y donde aprovecha para desmentir algunos mitos. (En nuestra opinión, no hace falta que se desmientan las leyendas, es mejor creer en ellas).
En fin, en estas estamos y antes de que venga alguien a cazar más mitos, vamos a repasar algunos relatos, cuentos, chascarrillos y chismes de la Semana Santa de Málaga.
La leyenda de Jesús del Rescate
El origen de la advocación de Jesús del Rescate hay que buscarlo en la liberación de cautivos e imágenes que hicieron los Trinitarios Descalzos en el año 1682. Y, según la leyenda, en esa época, La Mamora, la actual ciudad marroquí de Mehdía, cayó en manos del sultán Muley Ismail, siendo capturada también la imagen del Nazareno, llevada a Mequinez y arrastrada por sus calles en señal de odio contra la religión cristiana.
Abandonada en un muladar, la talla fue vista por el padre de la Orden de la Santísima Trinidad, fray Pedro de los Ángeles, quien, arriesgando su vida, solicitó el rescate de la imagen ante el rey moro como si se tratara de un ser vivo. Ante su devoción, se dice que Muley Ismail le permitió al padre trinitario custodiarla hasta que reuniera el dinero para su rescate, amenazándole de que, de no hacerlo así, lo quemaría junto a la talla.
El precio del rescate sería el de su peso en oro. Y cuál no sería la sorpresa de todos que, cuando se puso al Nazareno sobre la balanza, en el otro platillo sólo fueron necesarias treinta monedas para equilibrarla. Treinta monedas, la misma cantidad que compraron a Judas. Y por muchas veces que se efectuaba la operación, porque claramente era imposible que la talla pesara lo mismo que esa exigua cantidad de oro, el resultado era el mismo.
La cofradía más antigua de Málaga
Como hemos escrito al comienzo, ya hemos repasado por estos lares el origen de la talla primigenia del Cristo de la Sangre, una historia que se remonta a finales del siglo XV. Pues bien, si nos da por preguntar cuál es la cofradía más antigua de la ciudad, repasando los archivos históricos nos topamos con que la Archicofradía de la Sangre redactó sus estatutos en 1507.
No obstante, los estudiosos creen que, aunque no hay base documental clara, puede que la cofradía de la Vera Cruz fuera anterior.
Hay que reseñar que la creación de las cofradías se había convertido en una tradición tras la Reconquista de los Reyes Católicos, de modo que, cada vez que tomaban una ciudad, se iban generando. Y, de ahí, la de Vera Cruz: los reyes entraron en la ciudad por calle Granada, encabezados por un séquito que estaba guiado por una cruz católica. Si se lo imaginan pueden verlo con claridad: la entrada en Málaga fue como una procesión, un hecho que las cofradías repitieron después.
Antes los tronos de Málaga salían en procesión sobre correas
Esta es una anécdota muy curiosa, pero es cierto que la manera tradicional de sacar los tronos en los siglos XVII y XVIII era con correas. En aquel entonces, los tronos eran bastante más pequeños que los de hoy en día: eran de peana de carreta y no necesitaban patas porque se empleaban unas horquillas.
Entonces no había hombres de tronos, sino correonistas ya que las imágenes eran cargadas en esas carretas mediante unas correas que se cruzaban sobre el pecho de los portadores como una bandolera. En esas correas se introducían los varales, que quedaban apoyados en sus caderas.
La liberación del preso díscolo
En tiempos del rey Carlos III, una grave epidemia de peste acabó con la vida de numerosos vecinos de Málaga. La escabechina fue tal, que no había gente para celebrar procesiones rogativas para suplicar al cielo por el fin del tormento.
Irónicamente, la prisión fue uno de los lugares donde la enfermedad menos se cebó y los reclusos pidieron que se les brindara la oportunidad de salir para procesionar la venerada imagen de Nuestro Padre Jesús, El Rico.
Las autoridades, claro, dijeron que tururú, que a ver quién era el listo que soltaba a unos presos que seguramente se dieran a la fuga. Pues nada, los encarcelados, sin cortedad alguna, se amotinaron, escaparon y procesionaron la talla.
Y, el verdadero milagro: tras el desfile, regresaron al presidio. ¿Todos? No, uno no, pero lo hizo al día siguiente. Este preso tardón, sin embargo, llevaba la cabeza de un San Juan Bautista degollado (que, por lo visto robó de la antigua iglesia de San Sebastián, hoy del Santo Cristo de la Salud) y que colocó junto a la cama de un compañero, que se encontraba enfermo, y que, al igual que el resto de la población malagueña, sanó a los pocos días. La cabeza, cada Semana Santa, se coloca a los pies de El Rico desde entonces.
La historia llegó a oídos de Carlos III que, conmovido, dictó un decreto por el cual, cada año, durante la procesión de El Rico, se le concedería la libertad a un recluso, una tradición que se ha mantenido hasta nuestros días y que no está exenta de polémica.
Las 14 piedras del Monte Calvario
Junto al santuario de la Victoria, y partiendo de la calle Amargura, nace un pequeño monte que culmina en la ermita del Monte Calvario. Los viernes de Cuaresma se organiza el Vía Crucis oficial de Málaga que, partiendo desde la iglesia de San Lázaro, rememora en catorce estaciones la subida al Gólgota. De hecho, en San Lorenzo hay una cruz de piedra labrada que simboliza la primera estación, y es la única que se conserva del itinerario original.
Y cada participante lleva consigo catorce piedras, que simbolizan otros tantos pecados cometidos. Las piedras se van depositando en cada estación de penitencia, metáfora de la descarga de los pecados que produce el arrepentimiento.
El maremoto que paró la Virgen de los Remedios
Ahora que todos tenemos miedo a que una crecida de las aguas por culpa del cambio climático arrastre nuestras casas, hay que recordar que a la Virgen de los Remedios, que hoy se venera en la iglesia de los Santos Mártires, se le atribuye el milagro de parar un maremoto que acaeció en el año 1755 y que afectó a muchas ciudades costeras.
La leyenda dice que, los cofrades malagueños, obviamente asustados, sacaron a la Virgen en procesión hasta Puerta del Mar y que justo allí, en ese punto, el maremoto frenó ante los pies de la imagen. Normal por otro lado: la Virgen diría, "o paro esto, o me arrastra a mí también".
El Cristo del Rayo
Otra historia en la que los elementos hacen de las suyas. Hacia 1870, sobre la ciudad cayó una gran tormenta. Y cómo no sería la violencia del temporal que, entre unos relámpagos y truenos pocas veces vistos por los malagueños (y eso que no vivieron los días actuales de calima), el pánico cundió por toda Málaga.
Además, la mala fortuna quiso que un rayo cayera con violencia en la iglesia de Santiago, pero, también quiso la buena dicha, que el chispazo entrara en el camarín de la venerada imagen de Jesús de las Llagas y la Columna, que estaba en la capilla del baptisterio, y, después de dejar señales evidentes de su fuerza y paso, salió sin tocar la santa talla.
A partir de ese momento, a la imagen se le atribuyeron una gran cantidad de milagros, siendo muy venerada por los malagueños, aunque no pudo salvarse a sí mima, como tantas otras, de los lamentables hechos acaecidos en 1931 cuando se quemaron conventos e iglesias.
La Virgen de la Soledad y su Salve Marinera
Se cuenta que, el Sábado Santo de año 1756, una fragata de la Armada Española se vio envuelta en una tempestad. El temporal azotó con tal fuerza la bahía de Málaga que, ante lo desesperado de la situación, los tripulantes hicieron lo posible para salvar la nave, al tiempo que se encomendaban a Dios porque no las tenían todas consigo.
Milagrosamente se salvaron, pero no sin antes contemplar en lontananza una luz que parecía guiarles a tierra y que, luego comprobarían, señalaba el lugar exacto del camarían de la Virgen de la Soledad.
Los marineros llegaron y solicitaron que se celebrara una misa para agradecer que se hubieran salvado. El cura les dijo que, como era Sábado Santo, no podía ser, pero claro, cualquiera es el guapo que le dice que no a un soldado: la insistencia fue tan fuerte que, a pesar de ser un día en que la liturgia no permite la consagración, allí, ante la Virgen de la Soledad, se celebró la misa y comulgaron para reconciliarse con la vida que casi pierden en el mar.
Tras esto, el Papa Benedicto XIV concedió a la cofradía el título de Pontificia y una bula por la cual, al mediodía de cada Sábado Santo, se podría celebrar una misa de acción de gracias, un acto de la Semana Santa malagueña que ha venido celebrándose desde ese 1756 y que se complementa con el canto a los pies de la Virgen de la Soledad, autora del milagro de la bahía, del Salve Marinera.