Vuelve la contabilidad analítica. Ha regresado en la Cuaresma de este año a las tertulias cofrades, redes sociales y algunas redacciones de prensa para escrutar con detalle eventuales huecos en los varales de los tronos, mermas en las filas de los nazarenos, sillas vacías y el esponjado de las multitudes de antaño, donde se dice que, ahora sí, cabe un alfiler. Al parecer se trata de subrayar los síntomas inequívocos que muestran la perceptible decadencia de la Semana Santa, atribuidos por unos al desinterés y deserción de las nuevas generaciones y por otros al miedo al contagio como secuela de la pandemia, sin que falten tampoco quienes afirman que el manifiesto abuso de salidas extraordinarias, y la correlativa sensación de que hay procesiones durante todo el año, han terminado provocado un empacho generalizado.
Como soy de los convencidos de que todos los tronos -ya lo verán ustedes- acabarán saliendo y de que el número de penitentes no será muy diferente en cada cofradía al de los últimos años, muy por encima en cualquier caso de los que integraban esos mismos cortejos en “los añorados años noventa” del pasado siglo, dedicaré las mil palabras que se me han pedido a exponer mi reflexión sobre lo que pasa con los que contemplan las procesiones.
La calidad de las retransmisiones de los cortejos procesionales por radio y televisión influye más de lo que comúnmente se piensa en la afluencia de personas que bajan al centro a presenciarlos en vivo. Es cierto que, vista desde casa, la celebración pierde calor y atmósfera, pero también es verdad que los detalles de los primeros planos, las entrevistas, los comentarios de quienes retransmiten, y la posibilidad de ver a una misma cofradía en distintos ámbitos desde su salida hasta el encierro, hacen atractiva verla en zapatillas. Todo ello sin contar las muchas personas que por razones que van desde la comodidad hasta el rechazo a meterse en la bulla pasando por la imposibilidad o la mera economía, prefieren quedarse en casa y verla desde allí. Pero este déficit de gente en la calle o el descorazonador panorama de sillas vacías no debe interpretarse en modo alguno como desinterés por la Semana Santa porque los índices de audiencia revelan que esas retransmisiones, simultáneas de varias cadenas de televisión y emisoras de radio, son muy seguidas e incluso demandadas por un público que fuerza a su redifusión. La aseveración se confirma al considerar que la llamativa reiteración de estos programas de Semana Santa durante casi todo el año en la mayor parte de las televisiones locales, no se sostendría de ninguna manera sin la constatación de unos índices de audiencia altos que, a su vez, generan los ingresos por publicidad.
Esta realidad incontestable mueve a descartar como síntoma de desinterés, a la hora de analizar la salud de la celebración en la calle en Málaga de la Semana Santa en la actualidad, una perceptible merma de público en aceras, sillas o tribunas, pues la suma de los que presencian las procesiones en las calles y los que las siguen desde sus casas por radio o televisión, permite asegurar que prácticamente toda la ciudad ve cada día las procesiones.
Por otra parte, la recurrente crítica, hecha a menudo desde el sofá con el ordenador sobre las rodillas, a los abonados absentistas que cada día, más bien cada tarde, sobre todo a primera hora, dejan vacías filas enteras de sillas en el recorrido oficial conformando un panorama que - hay que reconocerlo- debe afectar a la moral de los cofrades que transcurren con sus titulares entre ellas, debe ser valorada considerando en primer lugar si, esos mismos críticos, estarían dispuestos a permanecer sentados ininterrumpidamente en esas mismas sillas las seis horas y cuarenta y cinco minutos que, según los horarios aprobados para el Jueves Santo de este año, median entre la seis de la tarde en que la cruz-guía de la hermandad de la Santa Cruz entra en la Plaza de la Constitución y la una menos cuarto de la madrugada en que (se supone) que la banda de música que sigue al trono de la Virgen de la Esperanza pasará por ese mismo lugar. Y la tendencia es al alza porque desde hace nada se añadió la media hora más que supone el transcurrir del severo cortejo de esa corporación que diseñó una procesión de mucho silencio, sólo roto por la lectura de exquisitas antífonas y los salmos penitenciales más contritos a las cinco de la mañana y que, para estupefacción de la Málaga cofrade, decidió adelantar su salida y arrimarse todo lo posible al manto de la Virgen de la Esperanza para envolverse -quizá esté mal que sea yo el que lo diga- en el rebufo entusiasta, el clamor entregado y la trompetería gloriosa que lo sigue para, últimamente, ser una más de ese día.
Se puede, y aún se debe, ser crítico con la organización de nuestra Semana Santa, pero cualquier opinión o juicio debe sustentarse sobre esas sólidas bases que son la razón y el sentido común y sin perder de vista en ningún momento que al abonado, que contribuye cada año con su dinero al esplendor de la celebración, le es lícito tener sus preferencias o sus devociones, organizar también su tiempo, y no ser tan friki como quienes, teorizando desde las alturas, no parecen tener los pies en el suelo.
Relativicemos, veamos las cosas en perspectiva y situemos esos síntomas en su justa medida, reconozcamos que eso que ahora alarma lo hemos oído o vivido durante años, por no decir décadas. Personalmente, yo ese “qué va a pasar ahora” lo escuché ya de joven cuando se licenció la generación de cofrades reconstructores de todo lo perdido o se extinguieron los hombres de trono asalariados. No pasó nada. O, mejor dicho, ocurrió algo: se revitalizaron las cofradías.
Nuestra Semana Santa o, concretando, los cofrades de muchas generaciones distintas han sabido sobreponerse a problemas mucho más graves que ese “escalón de dos años” que ahora parece que tanto preocupa. Tengamos muy claro que de cualquier crisis no nos sacarán los finos analistas, ni los tuiteros anónimos, ni los reventaores. Habrá que echar mano de las viejas virtudes cofrades de siempre actualizadas y puestas al día: el amor por los titulares, el trabajo desinteresado, la abnegación, la ilusión… Tocará remangarse.