Esperanza, Dina y Pepi se sientan en el sofá de un cuarto piso de la barriada de la Victoria. En el quicio de la puerta principal aguarda un pequeño mosaico de la Virgen del Rocío, la novia de Málaga, pero la reina de un barrio entero. Un gato egipcio se sienta sobre Pepi y acaba durmiéndose. En la mesa, locas y torrijas, este último dulce, ideal para la fecha en la que nos encontramos.
Ahora tienen 80, 82 y 84 años, pero cuando la Semana Santa de Málaga se acerca, los recuerdos que afloran en sus memorias les hacen convertirse en unas crías. Originarias del municipio sevillano de Gilena, corría el año 1953 cuando se mudaron a Málaga.
La primera casa que les acogió, precisamente, mientras buscaban un piso en alquiler, era la capilla de San Lázaro. Sus padres eran amigos del sacristán que estaba entonces, Joaquín, y, por un tiempo, la parroquia se convirtió en su hogar. Allí descubrieron a la imagen de la Virgen del Rocío. “Éramos muy chiquitas. También estaba nuestro hermano, que ya ha fallecido. Se fue con 62 años. En ese momento él era el menor, tenía solo nueve años”, dicen.
En aquel entonces la imagen victoriana tenía solo una camarera mayor, Fina, pero casi como un juego, ellas se comenzaron a encargar de la Virgen del Rocío, la ayudaban. “Lo hacíamos todo. Vestíamos a la virgen, limpiábamos las ánforas… Lo hacíamos todo y éramos muy felices”, cuentan con emoción todas.
Esperanza recuerda que, al ser la Virgen del Rocío “una mujer completa”, le daba la sensación de que la virgen la iba a “abrazar”. “Tiene las manos entreabiertas y yo me metía por dentro. Aquello era un sueño para una niña, muy emocionante”, explica.
Han perdido la cuenta de cuántos años pasaron a su lado. “Hemos pasado toda la vida a su lado, hasta cuando San Lázaro se hizo parroquia y llegó don Francisco, el primer sacerdote. Hasta entonces, allí pasábamos los días. Las Navidades eran increíbles, con su poquito de aguardiente, sus mantecados… San Lázaro fue la primera casa que pisamos en Málaga, allí celebrábamos la vida”, recuerdan las hermanas.
“En aquel momento la Virgen tenía muy poco. Era la novia de Málaga, sencillísima; pero ahora es la reina absoluta. Ha cambiado mucho, pero de ambas formas está preciosa”, cuenta Pepi.
Dina es la hermana que más callada está en la conversación. La edad le ha hecho perder algunos recuerdos de entonces. Todas se velaron el día de sus bodas con la mantilla de la virgen, pero ella no dice nada sobre ello. Ella solo menciona momentos posteriores, como cuando iba a la parroquia y le pedía por su familia y por su marido.
Además, tiene una medalla de oro colgada al cuello con el rostro de la virgen. Cada vez que las cosas se tuercen, asegura, le da un beso y le pide a la Virgen del Rocío que interceda. "De vez en cuando me pica la medalla y la meto debajo de la almohada, para que me proteja", die.
Durante años todas fueron hermanas de la cofradía. Sus hijas también lo fueron. Pero con el tiempo, dejaron de salir en la procesión. “Hubo un tiempo en que esta casa se llenaba de gente vestida de nazareno. Muchos se quedaban aquí a dormir. Los niños se van haciendo mayores y la cosa cambia, pero ha sido precioso”, dice Pepi.
Esperanza recuerda con cariño cuando salió en procesión un Domingo de Resurrección. En aquel entonces, asevera, las cofradías eran “un mundo de hombres”. “Me ofrecieron salir, saqué la bandera sacramental. En ese momento no salían mujeres. Me prestaron una túnica y recuerdo que un chiquillo me miraba. Yo iba de nazarena, con la cara tapada… Y el chaval soltó '¡mira, mira, menudo tipo de gay tiene ese nazareno!'”, confiesa entre risas.
Esperanza procuraba vestir debajo de la túnica prendas que no evidenciaran que era una mujer. “Afortunadamente, las cosas han cambiado y ahora hay más mujeres que hombres, diría yo; yo en ese momento no tenía conocimiento de que salieran más mujeres de nazareno”, dice.
Para ellas cada Martes Santo siempre ha sido “lo más grande”. Pepi recuerda que cuando era muy pequeña, su padre le levantaba para ver cómo se recogía la Virgen del Rocío. Ahora, ya mayores, intentan ir a ver la procesión cuando la salud así lo permite. “Normalmente, procuramos ir, ahora ya voy menos por las piernas, pero hemos ido años de promesa. Desde sin hablar hasta tener los ojos tapados. Tenemos mucha fe en ella”, dice Pepi, que este año bajó al traslado en su “Mercedes”.
Así llama con cariño a su carrito, que le traslada de un lado a otro sin necesidad de que haga mucho esfuerzo. “Mi carrito es el que me lleva a todos lados, me lo bendijo y me lo bautizó el cura de María Auxiliadora”, zanja entre risas la mujer, quien seguro, como sus hermanas, espera que su Mercedes la pueda conducir este Martes Santo hacia la Virgen del Rocío y las nubes respeten el día grande de la Victoria.