Si alguien le pregunta a Paloma Merino cuál es el sentimiento con el que describe su etapa escolar, seguramente se encuentre con una respuesta firme, directa y sin titubeos. Una única palabra que lo resume todo: incomprensión.
El motivo de esta falta de entendimiento sufrido durante la infancia reside en un fenómeno que a día de hoy afecta al 0,5% de los alumnos españoles (aunque la cifra puede llegar al 10%, según Smartick o la comunidad científica): Paloma es una persona con altas capacidades intelectuales.
Precisamente, cada 14 de marzo, coincidiendo con el aniversario del nacimiento de Albert Einstein, se conmemora este hecho con el objetivo de dar visibilidad a las demandas personales, emocionales e intelectuales de los estudiantes.
En el caso de Paloma, la necesidad de conocer en profundidad la realidad que experimenta desde su nacimiento ha hecho que deje a un lado su papel de genetista para centrarse en la docencia de alumnos que han vivido una situación similar a la suya.
Identificación del caso
Por eso, no tiene reparos a la hora de incidir en la falta de concienciación social que existe; una carencia de datos que en ocasiones lleva a la confusión. Así, resalta la importancia de diferenciar entre los distintos tipos que existen (precocidad intelectual, talento simple, talento completo y superdotación) y, sobre todo, en no patologizar al colectivo: “Tenemos que evitar usar términos como diagnosticar en favor de evaluar”, apunta.
Sobre el proceso de identificación, desarrolla que se trata de un mecanismo que consta de diferentes fases, algunas de las cuales se demoran en exceso en el tiempo: “Primero existe una sospecha; para validarla se expone al estudiante a unas pruebas psicométricas para que el psicólogo pueda obtener un perfil claro”, explica.
La teoría parece fácil; la práctica es ya otra cosa… “En mi caso se hizo de forma errónea porque me derivaron con cuatro años pensando que tenía un TDAH de libro. Se ofreció a mi familia continuar con las pruebas, pero era pequeña y no quisieron hasta que cumplí nueve años”.
Mitos y verdades
Los textos escritos en torno a las personas con altas capacidades conforman un conglomerado en el que no siempre es sencillo distinguir la realidad de la ficción. Mitos, verdades, imprecisiones… Todo esto se combina en una suerte de humo denso que a veces impide identificar la verdad.
Por eso, apunta a aquellas cuestiones que la ciencia sí ha podido demostrar. Como es el caso de la hiperexcitabilidad o hipersensibilidad intelectual: “Existe cierta asociación a la inquietud y al desarrollo imaginativo. Solemos tener el porqué en la boca y no nos conformamos con una respuesta acorde a nuestra edad, sino que buscamos la verdad”, apunta.
Esto se refleja en una de las muchas escenas que conforman la película de su niñez: “Llegué a tener una enganchina con un profesor porque quería saber lo que era una perífrasis verbal; el director me dijo que si sabía leer, escribir y hablar, para qué quería saber eso”, recuerda indignada.
Pese a la explicación, matiza que el colectivo es “muy heterogéneo”, por lo que no se pueden sacar conclusiones totalizadoras al respecto. Otro elemento está relacionado con los problemas de socialización que equivocadamente se achacan: “Según los últimos estudios, esto no es cierto. No hay una relación al respecto”, asegura, aunque se lamenta de lo habitual que es encontrar a docentes que contactan con la familia poniendo aquí el foco del “problema”.
Lo que subyace a esta realidad es algo más complejo y tiene como fondo de la cuestión un fallo del sistema: “El problema es que el sistema educativo actual se empeña en establecer como grupo de iguales a aquellas personas con la misma edad biológica. Quizás si se agrupase por intereses y estados madurativos, esta problemática social, erróneamente asociada a las Altas Capacidades, se reduciría.”, puntualiza Merino.
La propia experiencia sostiene este hecho: “En los recreos hablaba con los profesores”, expone, evidenciando con esta escena el vínculo social que vivió durante su adolescencia.
¿Por qué la docencia?
Las propias condiciones intelectuales de Paloma, sumadas a la presión del entorno, fueron las que desviaron su vida hacia un camino que no quería: estaba predestinada a hacer algo transformador. Pero ese afán de cambiar el mundo no era algo que le hiciera feliz. “Sufrí una crisis existencial importante cuando tenía 20 años y me vi en un hospital buenísimo investigando el cáncer, que era lo que se suponía que tenía que hacer porque se me daba bien la ciencia”, relata.
Aquella senda se acabó, topándose de frente con un muro que le obligó a “dar un volantazo”. Fue ahí cuando Paloma quiso formarse en la misma materia que había marcado su vida: las altas capacidades.
Tras hacer el máster de docencia, comenzó a ser profesora de instituto, no sin ciertas reticencias de su entorno. Esta experta en Educación habla abiertamente de los juicios de valor que hacían las personas más cercanas: “¿Dónde se va a invertir este talento?, me preguntaban”, explica a este periódico.
La presión no fue suficiente para acabar con sus aspiraciones. Dejó la investigación biomédica y comenzó un doctorado en psicobiología que le permitió ver las cosas desde el otro lado. El mismo al que había tenido que enfrentarse durante su infancia: de estar sentada en el aula, a estar junto a la pizarra frente a alumnos que están pasando por la misma realidad que ella lleva viviendo 23 años.
Sus retos profesionales presentes pasan por desarrollar un proyecto de atención a las altas capacidades, intentando conciliar las necesidades de las familias con la realidad del sistema educativo: que el niño esté atendido pero sin sobrecargar al profesor.
Las altas capacidades, ¿una cuestión de género?
Paloma Merino no oculta el rol académico que desde hace unos años ha asumido. Lo demuestra cada vez que tiene que sostener con evidencia alguna de sus evidencias, como que el fenómeno de las altas capacidades también es una cuestión de género.
Actualmente, el 70% de los alumnos detectados en España son hombres, mientras que el 30% restante son mujeres. En Andalucía, se ajusta algo más (pero no lo suficiente): 65-35.
“Sufrimos esta dualidad porque se supone que la niña no es lista, es trabajadora, responsable, hace las cosas con mucho cariño y es perfeccionista. Todos estos clichés de género y la presión social hacen que la niña tienda al masking, es decir, a ponerse una careta para que no llame la atención aquello en lo que destaca, no vaya a ser que por exponerse acabe perjudicada”, subraya.
En su opinión, no hay una gran diferencia biológica en el desarrollo cognitivo, aunque algunos estudios indican que en ciertos puntos sí se puede favorecer a alguno de los dos géneros: “Esto también puede deberse a la profecía autocumplica, que fuerza a que las cosas salgan de un modo u otro”, argumenta.
No es la única paradoja que aglutina esta realidad: la mayoría de los test están hechos por hombres que analizan competencias tradicionalmente atribuidas a hombres.
Otra cuestión que pone sobre la mesa tiene que ver con la percepción ajena… y propia. Según distintas investigaciones, los padres valoran el coeficiente intelectual con más puntuación en los niños que en las niñas, algo que influye en el modelo de crianza y la autoestima del estudiante.
El problema viene cuando esta cuestión se produce de forma individualizada: los hombres no solo se valoran mejor que las mujeres, sino que las mujeres se infravaloran.
Apostar por el talento
Fue en 2006 cuando, por ley, se consideró que este alumnado tenía necesidades específicas de apoyo educativo para poder alcanzar el máximo desarrollo posible de las capacidades de los alumnos. Se ha avanzado desde entonces, pero no lo suficiente. Tanto psicólogos especializados como asociaciones alertan de que los niños sin evaluar pueden caer en el fracaso escolar, al no encontrar lo suficientemente motivadoras las clases.
“Se trata de no desperdiciar el talento”, explica Javier Arroyo, cofundador de Smartick. Los recientes resultados de PISA, por ejemplo, vuelven a señalar en España el escaso porcentaje de alumnos que realizan la prueba de manera sobresaliente. “Obviamente, no somos menos brillantes que otros países, pero los niños necesitan que se les estimule de acuerdo con su capacidad y eso es algo que nosotros, con una plataforma que se adapta al nivel de cada alumno, podemos hacer y, de hecho, lo hacemos desde hace años con alumnos de altas capacidades”.