La vida de Nabil Salah cambió por completo el día en el que le preguntó a un profesor de ADE, de la Universidad Alfonso X, cómo se hacía para comprar y vender. “Eso no se enseña en la carrera, sino que se aprende en la calle”, le respondió. Lo que Nabil no sabía entonces era que esa frase sería el inicio de una historia que le llevaría a crear en 2013 Harper & Neyer, una de las referencias de la moda malagueña dentro del British style.
“Todo lo que yo no he podido y siempre he querido, lo hace la marca. Los que fundamos un negocio queremos que la empresa muestre esa parte de fantasía con la que uno sueña”, cuenta el CEO de la compañía en conversación con EL ESPAÑOL de Málaga. Pero para que ese mundo onírico se convirtiera en realidad, hacía falta recorrer un camino “de tempestades y dudas” en el que la incertidumbre lo vertebraba todo.
En el caso de Harper & Neyer, la historia arranca precisamente durante la etapa universitaria de Salah. En Madrid descubrió el poder que tenían las marcas: “La gente se moría por las botas de Fórmula 1, los polos de la Martina o las camisetas de los equipos de fútbol. Los seguidores de un club las compran cada año, sin importar el precio”, relata.
Así, tras terminar sus estudios, decidió viajar a Reino Unido para aprender inglés, sin saber que acabaría enamorado del estilo británico que impregna los ambientes londinenses de Oxford Street, Regent o Savile Row. Unos meses después volvió a Málaga, empezó en el departamento de importaciones de TDK… y se quedó en el paro.
“Venía de una rutina y de pronto no tenía nada. Entendí que la acción llama a la acción”, adelanta, antes de explicar cómo se metió en el negocio de las camisetas falsificadas. “Escuché a un chico que las compraba por internet y empecé a investigar en qué páginas las podía comprar”, relata.
Primero, un paquete de 20; después, pedidos más grandes para abastecer a las ligas de empresa de unos amigos y finalmente, cantidades mucho mayores para ofrecérselas a los puestos ambulantes. El problema llegó cuando la Aduana hizo su trabajo. Juicio rápido, multa y, sobre todo, un aprendizaje claro: “Tenía que crear mi propia marca que generara emociones”.
La búsqueda de un nombre inglés
Cuenta Nabil que gracias a su padre, propietario de un establecimiento en Torremolinos, heredó esa visión de compra. Uno de los primeros detalles en los que se fijó fue que la mayoría de clientes eran extranjeros: “Entendí que parte del éxito pasa por internacionalizar la compañía”, apunta.
Así, en su búsqueda incansable de un nombre que le permitiera cerrar el círculo, decidió ahondar en fórmulas compuestas y de origen inglés. ¿El motivo? Se le venía a la cabeza siempre Ralph Laurent. Un nombre largo, procedente de inmigrantes y con una gran historia detrás. En esta ocasión no hubo estudio de mercado, sino el sonido del corazón que le llevó hasta lo que en día conocemos: Harper & Neyer.
En 2013 empezó con dos compañeros más. Ninguno de ellos tenía “ni idea” de marcas de moda. La única experiencia la atesoraba Nabil, quien había conocido el mundo de la compraventa gracias a las camisetas falsificadas.
Al igual que Amazon, Apple o Disney, ellos también comenzaron en una suerte de garaje; un local de 15 metros, sin licencia de apertura, pensado para ser almacén y, en todo caso, con la posibilidad de apoyarse en una página web. Algo de lo que tampoco tenían conocimiento. “Abrimos a pie de calle y la gente empezó a decirnos que le gustaba. Nos preguntaban de dónde era la marca. Nadie sospechaba que fuera de Málaga”, asegura.
El gran reto
Como dice el refrán, lo difícil no es escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. Sino que sea un best-seller, que dé frutos y que el niño acabe siendo Premio Nobel. En este caso, el reto adquiría las mismas dimensiones, lo que sirvió como impulso para crecer ante la adversidad.
“Me gusta sentirme pequeño para poder crecerme. Yo he nacido aquí, pero por origen, mi nombre y mis apellidos son diferentes. Cuando los niños son malos en el colegio…”, explica Nabil, quien cuenta con simpatía que en ocasiones le dijeron que “cómo un morito iba a hacer una marca de ropa pija”.
Esa experiencia le sirvió para aprender a tomarse las cosas con otra actitud: “Yo no lo llamo bullying porque era de cachondeo. Participaba en ello, aunque hay gente a la que sí le puede sentar mal. El caso es que en mi familia me dijeron que me lo tenía que tomar como una parte de motivación. Sabía que mi barrera de entrada era esa”, subraya.
El gran hándicap no ha sido tanto la opinión externa, sino las limitaciones que él se puso durante una etapa: “Tardé tiempo en creérmelo. Me frenaba a mí mismo y eso que había mucha gente interesada en la marca”, abunda.
El covid, una oportunidad
En la mentalidad de todo emprendedor hay una norma básica: convertir los problemas en oportunidades. La paralización de gran parte de la economía por culpa de la Covid-19 tuvo efectos en todas las empresas. Harper & Neyer no fue una excepción: sus socios le regalaron las acciones para que él asumiera la deuda.
¿Cómo se mira al futuro en esas circunstancias? Salah relata que la gente empezó a “ponerse nerviosa”, sobre todo conforme fueron cerrando muchos negocios. En cambio, para él, aquello no era algo nuevo: “Yo sabía lo que era navegar en tempestades, aprender de una empresa que no funciona, renegociar la deuda, querer correr sin saber andar. Me di cuenta de que la gente no sabe abrazar la incertidumbre, pero yo sí lo sabía”.
Nabil tenía claro que aquello era “la gran oportunidad” porque, una vez que pasara lo peor, todos iban a estar en la misma línea de salida: “Era la ocasión de nuestras vidas para volverlo a intentar”. Lanzó la moneda al aire… y salió cara. Han pasado tres años y los números lo avalan.
En 2023, una década después de la fundación, Harper & Neyer va a alcanzar 10 millones de euros en el año, rentabilidad, autofinanciación y, sobre todo, la confianza en el proyecto. Venden unas 400.000 unidades cada temporada y 50 personas trabajan para la entidad entre los empleados de oficina y de tiendas. Además, buscan expandirse por Portugal e Italia al tiempo que afianzan la marca en España. “Vamos a volver a montar tienda propia”, anuncia.
“No nos dejamos llevar por lo que los competidores hacen porque crecen en otro paradigma. Esto proceso no lo he hecho solo, sino que me he empapado de todos los teóricos norteamericanos y de mi experiencia. Sé lo que es negociar sin tener un duro, dormir en el aeropuerto porque no había dinero para el hotel o ir a comer con un proveedor esperando que me pague la comida. He aprendido a vivir día a día”, describe.
La moda y la ciudad
En ese análisis que Nabil Salah hace del sector, la cohesión territorial ocupa un papel fundamental. Este empresario especializado en el sector textil explica que su profesión camina entre dos mundos: el de la tecnología y la innovación, y el de la vieja economía: “La atracción que hay por crear marcas de moda está, sobre todo, en el cómo se comunica”, argumenta.
Así, subraya la importancia que tienen los procesos persuasivos en un mundo tan dinámico: “A la gente joven le aburre cómo se hace, pero no cómo venderlo”, enfatiza. De esta forma, sostiene que la parte logística ha cogido fuerza en detrimento de la parte productiva.
Este discurso encaja con el modelo económico que está desarrollando la ciudad. La apuesta por la innovación es uno de los ejes sobre los que Málaga se sostiene y que afecta a todos los negocios. La moda, incluido: “Para nosotros es clave; no solo para escalar ventas, sino para simplificar procesos. No puedes concebir los negocios sin una mentalidad del siglo XXI”, remarca.
-¿Cómo se ve Nabil Salah dentro de una década?
-Soy un hombre-empresa. Tenemos claro que la gente se cansa rápido de las cosas, pero nosotros pensamos lo contrario. Me veo toda la vida aquí, disfrutando de las etapas y de las facilidades que nos da el tiempo para seguir descubriendo cosas.