Las señales de tráfico son el lenguaje por el que las carreteras se comunican con los conductores. Es algo así como lo que aprendemos de niños cuando balbuceamos nuestras primeras palabras al reconocer en ellas significados concretos. Las señales nos hablan pero ese idioma que emana de ellas debe ser uniforme, con el mismo significado en todas las circunstancias y con un mensaje conciso y no redundante, para que prestemos la máxima atención.
Si alguien es charlatán y nos da la tabarra con parrafadas eternas lo habitual es que acabemos no prestando atención al mensaje que nos quiere comunicar, que en realidad es ninguno. Cuando vamos por una carretera con un exceso de señalización, algo enormemente habitual en España, nos llega tanta información visual que hay que procesar, que al final no le prestamos atención, igual que al charlatán que nos da la paliza. La diferencia es que si no le hacemos caso al charlatán no pasará nada, pero, sin embargo, cuando no le hacemos caso a un grupo de diez señales inútiles, probablemente, entre ellas, habrá una que sí tenga todo el sentido de que esté allí puesta.
Este es el principal problema de la señalización de carreteras en nuestro país: no hay un criterio fijo para ubicarlas ni en cantidad ni en el mensaje que quieren transmitir. Como resultado, nos encontramos con un caos en la señalética del que se deduce que, por lo menos, sobren la mitad de ellas. Sí, la mitad, siendo muy conservadores.
Otro problema es que la ubicación de las señales las decide el ingeniero de caminos que ha diseñado la carretera, según su criterio. Esto da como resultado que uno que propuso las señales en los años ochenta no tiene el mismo criterio que otro que las pone en nuestros días. Así encontramos, por poner un ejemplo, tramos de la autovía de Almería a Málaga que fueron abiertos en los ochenta con zonas de 120 cuando con el criterio de seguridad actual no pasaría de 100 o incluso de 90 km/h. Sin embargo, esas señales siguen ahí, sin que nadie se moleste en adaptarlas a la realidad de nuestra circulación actual de una manera global.
La atención mientras manejamos un vehículo es la base para una conducción segura. Se sobreentiende, por lo tanto, que señales que tienen que ver con estar atentos al volante no deberían ser necesarias. Siempre me viene a la mente una señal absurda: el triángulo de peligro con un avión dibujado que literalmente significa “Peligro, aviones”. Me gustaría que alguien de la DGT me dijera para qué avisa esa señal. ¿Tengo que mirar el cielo por si algún avión se sale de su trayectoria e impacta con mi coche? ¿O que puede salirse de la pista mientras conduzco por una carretera cercana al aeropuerto? ¿Podemos deducir que si hay una señal de animales sueltos solo van a cruzar donde está esa señal?
Hace unos diez años, en el norte de Holanda se llevó a cabo un experimento que consistió en eliminar todas las señales de tráfico de un pueblo de 2.000 habitantes. La sorpresa fue que los accidentes se redujeron un 80% y ahora hay una sola señal, a la entrada del pueblo, que dice “Población libre de señales”. Este experimento se ha llevado a cabo en municipios españoles como Amorebieta, en el País Vasco. Los números son similares al experimento de Holanda y desde entonces muchos ayuntamientos se han interesado en implantarlo en sus calles. Otros, desgraciadamente, siguen con la mala costumbre de señalizar en exceso, como si eso los hiciera más importantes.
Siempre he pensado que cualquier cosa que debamos comunicar, en cualquier entorno, hay hacerlo con pocas palabras, para que el mensaje llegue nítido e inequívoco a su destinatario. Aplicarlo a las señales de tráfico en nuestro país, por ahora, es caso perdido.