Si preguntáramos a Rocco Siffredi si el tamaño de su herramienta de trabajo es importante para realizar su labor como actor de películas para adultos, probablemente nos diría que sí. Si esa misma pregunta en cuanto al coche que conduce se la hacemos al dueño de un SUV grande, esos de cinco metros y más de dos toneladas de peso, donde el 80% del tiempo se viaja solo, la respuesta sería la misma: que sí. En los dos casos, la vida de esas personas no cambiaría mucho si el tamaño no fuera extra grande, ni la “herramienta” de Siffredi (aunque sí su caché), ni el SUV de nuestro anónimo conductor. Sin embargo, las dimensiones de los coches no han parado de crecer desde hace décadas, aumentando notablemente en los últimos años con la llegada de los vehículos eléctricos y sus enormes y pesadas baterías. También es cierto que, en general, siempre ha habido fascinación por lo grande, pero no es lo mismo tener en tu salón un televisor de 75 pulgadas, un cuarto de baño donde cabe un equipo de rugby o una casa de 1000 m2, porque eso, en realidad, no afecta a terceros y sí el tamaño de nuestros coches, que comparten el mismo entorno de todos. Pero soñar es gratis, y si uno puede cumplir sus sueños de grandeza, pues mejor. Pero centrémonos, ¡qué estamos hablando de coches!
Si alguien de los años sesenta, propietario de un pequeño Seat 600 de la época, hubiera podido comprarse un “gigantesco” Seat 1500 de esos años, seguro que lo habría hecho con los ojos cerrados. Igualmente, si a alguien de los setenta le dicen de cambiar su recogido Renault 5 por un vehículo más grande, también lo haría, y así sucesivamente en cada década. Burro grande, ande o no ande. Pero miren, no.
El primer Volkswagen Golf, que nació a mediados de los setenta, tenía una longitud de 3,98 metros y una anchura de 1,65 metros. Cincuenta años más tarde y ocho generaciones después, el modelo actual tiene 4,30 metros de longitud y 1,80 metros de ancho, es decir, ha crecido algo más de 30 centímetros en longitud y 15 centímetros a lo ancho. Y eso que era un coche de los llamados utilitarios de esa época. Imaginaros lo mismo con las grandes berlinas de entonces, que ahora tienen longitudes cercanas a los 5 metros por 2 metros de anchura.
Con el crecimiento paulatino de los modelos en cada generación, las marcas tienen que diseñar y fabricar otro vehículo para meterlo en la posición original. En el caso de Volkswagen, como el Golf crecía con cada nueva versión, tuvieron que crear el Polo, para rellenar ese hueco. Pero el Polo también crecía y se rellenó con el Up, todavía más pequeño. Y así sucesivamente.
Que yo sepa, la anchura de las calles y de los carriles de circulación no se puede aumentar, pero los coches cada vez ocupan más espacio, para hacer exactamente lo mismo que hace sesenta años: llevar, en la mayoría de los casos, a un solitario conductor en su interior. Y las cuentas no salen. Si las ciudades tienen y van a tener las mismas calles y aparcamientos, por mucho mejor que se diseñen los nuevos barrios, los coches no van a caber. Siendo realistas, tenemos que hacer algo. Y no hay que ir muy lejos, porque aquí en Málaga hemos tenido el mejor ejemplo.
A finales de los años ochenta el ayuntamiento de Málaga decidió acometer una obra que, a mi entender, fue el lento comienzo del cambio de la ciudad. En esos años se construyó el parking de la Plaza de la Marina, que se inauguró en 1989, y sus incautos diseñadores jamás pensaron que los coches iban a crecer tanto de tamaño, como lo hacían niños de distintas generaciones dependiendo de los alimentos que comieran.
Llegados al año 2015, era habitual ver en redes sociales cómo turistas en sus coches de alquiler tenían bloqueado el acceso al vehículo aparcado allí porque, literalmente, no había espacio para abrir las puertas, no siendo pocos los que se grababan entrando por el portón trasero, el que lo tenía, después de dejarse la espalda allí con contorsiones circenses para llegar al asiento del conductor. Cómico, pero cierto. Tan cierto como que el ayuntamiento tuvo que volver a redibujar las plazas, quitando unas 80 de ellas, y logrando así que todas volvieran a tener unas dimensiones razonables para los coches de hoy día. Y eso en los aparcamientos en los que se puede hacer, porque hay otros en los que esa solución es imposible. A mi entender, ese no es el camino. Los coches no pueden crecer de manera ilimitada, simplemente porque no hay justificación para ello, ni siquiera por aquello de que “cuanto más grande, mejor” o “con mi dinero hago lo que quiero”.
Varios países europeos están considerando la posibilidad de imponer tasas o impuestos, llámese como se quiera, a los vehículos en función de su tamaño. De hecho, Noruega ya tiene impuestos al peso de los vehículos, por lo que, cuanto más pesan, más pagan. Y tamaño y peso están íntimamente ligados. La idea la están empezando a aplicar muchos ayuntamientos de Francia, porque el futuro que nos espera es ir en auténticos tanques en relación con los de hace seis décadas, para trasladarnos y escuchar la radio en solitario.
Lo siento por Rocco Siffredi, pero igual va a tener que empezar a pagar dentro de poco si no cambia su tamaño… de coche!