Hablar de una marca como Triumph me lleva inevitablemente a mis recuerdos de niñez, cuando a mediados de los setenta devoraba las revistas especializadas buscando la épica de los pilotos que las pilotaban en carreras, mayormente en circuitos urbanos. Las motos japonesas no estaban por entonces en Europa y eran las marcas inglesas las que copaban todos los éxitos en prácticamente en todas las especialidades.
Subirme ahora, en el año 2024, a uno de los modelos de esa marca de mi infancia, con la perspectiva de un adulto con bastante experiencia en este mundo y que ha sido propietario de muchas motos diferentes, es algo que me alegra compartir a través de estas líneas.
Tuve mi primera superdeportiva en 1986 y mi único requisito era que se pareciera lo más posible, tanto estética como dinámicamente, a una moto de carreras. Pero no era el único, porque todos los jóvenes de los ochenta queríamos lo mismo. En aquellos años no existían las trail, ni siquiera las motos de turismo para viajar cómodamente tal como las entendemos hoy.
Cuando Triumph Málaga me llamó para dejarme la Daytona 660, mi corazón de motero se alegró mucho, pero, al tiempo, mi cuerpo de sesenta años y cientos de miles de kilómetros recorridos se preocupó, porque hacía muchos años que no me subía a una moto deportiva y, claro, mi físico de ahora no es el mismo que tenía cuando disfrutaba de ese tipo de moto hace cuatro décadas.
La posición de conducción nada tiene que ver con las motos que uso habitualmente, pero ese temor se despejó en cuanto me subí en ella: todo encajaba como un guante y era menos radical de lo que pensaba. Solo de subir y flexionar las piernas para poner los pies en las estriberas me trasladó automáticamente a la carretera de Los Montes de Málaga, donde cada día del año 1985, después de trabajar, hacía el recorrido hasta la Venta El Mirador, hoy cerrada, memorizando las curvas de la que iba a ser la primera competición en la que participé ese año.
También dudaba de la posición del cuerpo, con unos semimanillares mucho más bajos de lo que estoy acostumbrado últimamente, pero totalmente lógicos por el concepto de la moto. Sin embargo, todo esto cambió rápidamente en cuanto me metí en carretera, primero en un tramo de autovía y después en lo que es su salsa: una carretera de montaña.
He de reconocer que con las primeras curvas mi cuerpo “revivió” subiendo hacia Moclinejo, en un preciosa Ruta de La Pasa que es ideal para entender una moto como esta. Y no hace falta siquiera ir deprisa ya que con una pequeña insinuación del cuerpo se empiezan a enlazar curvas de manera adictiva, con total solvencia y muy por debajo del límite que puede tener la Daytona 660.
Su motor tricilíndrico de 95 cv sorprende por lo lineal que es. Por encima de 3.125 rpm ya tienes el 80% del par disponible y te da la posibilidad de ir en sexta marcha en muchos sitios sin necesidad de reducir, gracias a sus tremendos bajos. Pero si quieres darte una alegría solo tienes que retorcer la mano derecha para ver cómo empieza a cambiar el sonido al pasar por las 7.000 rpm, para convertirse en una locura sinfónica cuando llegas cerca de la zona de potencia máxima, que está a 11.250 rpm.
No puedo poner ninguna objeción al magnífico equipo de suspensiones firmado por Showa, uno de los mejores fabricantes de suspensiones del mundo, ni a los frenos, dosificables y potentes, y con ABS, que ya habría querido en mis motos de los ochenta. Además, el control de tracción es de serie, así como sus modos de conducción (lluvia, carretera y deportivo), que se pueden accionar en marcha desde el manillar.
Un error que tuve en los años ochenta fue pensar que una moto deportiva la podría disfrutar con mi pareja, pero tengamos claro que, aunque puede albergar un pasajero, si no quieres perder su amistad o la relación con tu pareja, es mejor que la disfrutes en solitario.
Pensando en los conductores que acceden a las motos “grandes”, esta Daytona 660 permite su limitación para los usuarios que vengan desde el carné A2 de motos. El precio parte desde los 9.995 euros.
Cuando dejé las llaves de la Daytona en el concesionario y me despedí para subirme en mi cómodo scooter me noté raro y la primera impresión fue acordarme de lo bien que acababa de pasarlo y de lo bonito que es disfrutar de la conducción de una moto deportiva, aunque las limitaciones de la normativa vial sean cada vez más estrictas.
Y gracias a Triumph Málaga por haberme dado la posibilidad de sentirme momentáneamente cuarenta años más joven, a lomos de la Triumph Daytona 660.