La vida de Ana Cueto Padilla y de Juan Manuel Bellido Sánchez cambió de la noche a la mañana cuando le diagnosticaron a su bebé un tumor cerebral muy agresivo. El niño padecía un astrocitoma anaplástico. La pareja de recién casados, natural de Málaga, se preparó para lo peor. "Ahí empezó la película de terror que vivimos. Fue horroroso. Este cáncer rompió los esquemas de nuestra vida", asegura esta madre coraje en una entrevista con EL ESPAÑOL de Málaga en su casa.
Al cumplir el año, Juan Manuel empezó a cojear de una pierna y cogía los juguetes con una sola mano. Las vecinas de Ana se dieron cuenta de que algo no iba bien. Entre ellas una amiga, enfermera del Materno Infantil. Su madre lo llevó de inmediato a un traumatólogo. Le dijo que tenía sinovitis, una inflamación de la cadera (del tejido que envuelve a la articulación) y la principal causa de cojera en niños de su edad. Le mandaron mucho reposo y un jarabe, pero la criatura no mejoraba.
El segundo médico también hizo el mismo diagnóstico. "No se había recuperado cuando el ojo empezó a dar problemas. Lo llevé al oculista y decidió ponerle gafas para el estrabismo. Me vine llorando sin saber lo que se nos venía encima", relata esta madre que acabó llevando a su niño al doctor Barrionuevo, un neurólogo del Materno Infantil, para ver qué tenía. Dieron con ello: un agresivo tumor cerebral. "Un lunes le hicieron el TAC y vieron donde lo tenía", hace memoria.
Según Ana, el pronóstico era "malísimo, horroroso". "Nos dijeron que si se salvaba era una raya en el agua. No se lo deseo a nadie en el mundo. Había niños que lo tenían en la barriguita o en el pulmón. Pero al mío le iban a abrir el cráneo", se lamenta. El 29 de octubre de 1996 lo operaron por primera vez. "Lo rasuraron, lo metieron en el quirófano y estuvo seis horas de operación", cuenta emocionada. La familia Bellido Cueto había vuelto a nacer.
Como en la pandemia
Tras la cirugía, Juan Manuel debía darse quimioterapia. A partir de entonces no podía relacionarse con mucha gente y debía evitar espacios con grandes aglomeraciones (¿Os suena?). Los juguetes incluso se desinfectaban con lejía. "El tratamiento le afecta a las defensas. Aquí no podía venir nadie. Hicimos una burbuja. Esto de la Covid lo he vivido yo. Estas mascarillas, y vestida de verde y patucos, las llevé yo", admite.
Juan Manuel estuvo dos años tratándose de forma intermitente. Uno de los tratamientos que le pusieron le quemó por dentro y por fuera. "Estuvimos varios meses con el niño hospitalizado. No hablaba. Tenía llagas por dentro y utilizaban sondas gástricas para darle de comer. Todo eran pasos hacia atrás. Hasta que fue mejorando. De la sonda pasamos a los potitos. Fue un proceso lento hasta que se recuperó", explica.
Desde entonces, Juan Manuel iba cada tres meses al Hospital Regional Universitario de Málaga (el Carlos Haya) para hacerse una resonancia magnética. Así hasta los seis años y medio. Fue en ese momento cuando la familia recibió otro golpe: lo tenían que operar otra vez porque había vuelto el cáncer. El niño, con casi siete años, llevaba una vida normal entre libros, amigos y maestros.
La hada de las operaciones
A su madre se le ocurrió una idea para convencerle de que se operara: le contó que había un hada de los deseos, como la de los dientes, que concedía regalos a los niños que se operaban. "Un hijo no trae un libro de instrucción, pues figúrate uno así", reconoce. "¿Cómo me van a operan mañana si esta noche juega el Madrid", le dijo la noche antes. Lo cierto es que Ana consiguió que su hijo viviera aquello con normalidad (ella recuerda cantar con él durante los tratamientos). "Se que es tópico decirlo, pero hay que ser positivo a cada minuto, pase lo que pase", aconseja.
La segunda operación, que la llevó a cabo el doctor Miguel Ángel Arráez, jefe de servicio de Neurocirugía del Carlos Haya en la actualidad, fue mejor incluso que la primera. El siguiente paso fue afrontar un tratamiento de radioterapia en el hospital malagueño. "Sólo me acuerdo de la sala de juego de Oncología del Carlos Haya", declara Juan Manuel, que viste el día de la entrevista una camiseta del Real Madrid por casualidad.
La radiación le afectó al oído y llegó a tener puestos audífonos. Este motivo le impidió pasar el corte de unas oposiciones para entrar en el Cuerpo Nacional de Policía. Otro golpe en su vida. "Es la única que me ha visto llorar mi madre. "Le dije: "¿Sabes lo que te digo? Que tengo un plan B. Voy a devolver lo que hicieron por mí cuando era chico", recuerda entusiasmado. Juan Manuel decidió matricularse en el ciclo de Radioterapia y Dosimetría en el I.E.S. Litoral de Málaga el año pasado.
El joven malagueño consiguió una de las 15 plazas en el módulo de FP dual. Cuando tuvo que hacer prácticas de enero a marzo este año le tocó en el Hospital Carlos Haya, en radioterapia, en los aceleradores, donde estuvo dándose su tratamiento para superar el cáncer con apenas siete años. "Un sitio al que no hubiera vuelto a pisar en la vida, y coge él y se mete de prácticas", alaba su madre mientras ríe.
Juan Manuel vivió con naturalidad esa experiencia en el Carlos Haya que para muchos resultaría incómoda e incluso dolorosa. "Lo que más me gusta en es el trato con la gente y trabajar desde la empatía", afirma mientras recuerda algunos casos que le ha tocado vivir de cerca como el de una niña de 12 meses con un tumor en el tórax (neuroblastona). "Allí le ponemos las dosis. He trabajado con los técnicos de radioterapia", precisa.
Incluso estando en el hospital se acercó a saludar a Ana, la sanitaria que le hizo las resonancias magnéticas hasta los 21 años. "No le pude dar dos besos por la pandemia, pero la pude ver", destaca. También ha tratado con enfermos de cáncer terminal, en paliativos. "Veía todos los días a gente llorando, a causa de una perdida. Hay que saber separar lo que hay en el hospital y lo que hay fuera. Si no, te destroza psicológicamente", asegura.
El joven quiere trabajar en unidades de oncología radioterápica de cualquier hospital, ya sea en la ciudad o fuera de ella, para devolver todo lo que hicieron por él. "Cuando la gente me dice que tiene problemas, me refiero superficiales, pienso en darles una vuelta por oncología infantil", reprocha su madre al final de la conversación donde confiesa que ha visto como su hijo jugaba con un niño en la planta de Oncología y al día siguiente ese crío se lo llevaban a la morgue. Por suerte, para Juanma ha habido un final feliz a esta película de terror.