Málaga

Con la cuenta atrás activada para su previsible llegada al Centro de Málaga el próximo mes de agosto, el Metro empieza a enseñarse. Tras años en los que los miles de malagueños que deambulaban a diario por la Alameda eran conscientes del avance de la infraestructura por las molestias provocadas por la obra, ahora pueden ver al ferrocarril urbano con un sesgo mucho más favorable.

A la espera de los trenes bajo tierra, la seña de identidad del suburbano es ya apreciable en la superficie del lateral norte, donde luce la que será la entrada principal a la estación de Atarazanas.

Un punto de acceso particular, que difiere del diseño empleado en el resto de paradas, fácilmente identificables por la instalación de edículos de gran tamaño. En el caso de la Alameda, se ha optado por prescindir del casetón, reduciendo su impacto visual en un escenario ciertamente sensible.

La solución final supone una ruptura evidente con el modelo seguido hasta la fecha. ¿Con qué objetivo? El acuerdo alcanzado entre la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de la ciudad buscaba minimizar el choque visual de la estación en su contacto con la superficie, de manera que fuese lo más respetuosa posible con el entorno, en el que se levantan varios edificios históricos.

Sin edículo de referencia, en la Alameda se deja simplemente la entrada a ras de calle hacia el interior de la parada. Los usuarios dispondrán, eso sí, de una barandilla acristalada, con algunos elementos de acero corten para dotarla de más estabilidad y firmeza. 

Desde ese punto, las escaleras pedestres, por un lado, y las escaleras mecánicas por otro. Esto hace que en días de lluvia no habrá estructura que les permita guarecerse en el acceso a la estación.

Otro de detalle que pone de relieve la sensibilidad con la que se ha intervenido en este punto de la ciudad, es el modo en que se integrará el ascensor de la estación. El casetón del mismo, diferenciándose del tono plateado del de las otras estaciones, será transparente.

Lo que ahora queda prácticamente culminado fue objeto de las primeras conversaciones en el año 2015, cuando se empezaba a perfilar la operación de reurbanización de la Alameda. Un técnico municipal llegó a apuntar, en un informe incluido en la Agenda 21, que la instalación de un edículo podría generar "un impacto inadmisible en un espacio libre y diáfano, que destroza el nuevo ámbito que se crea (la boca de entrada equivale a dos autobuses en paralelo)". Por ello, llegó a proponerse el desplazamiento de la boca de entrada hacia la actual mediana separadora, sin que sea necesario afectar a los ficus de más porte.

Una tesis que fue rechazada por la Junta debido a las dificultades que generaba. Pero este intercambio de impresiones sentó las bases para analizar la variación de las dimensiones del edículo.

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