Han pasado 17 años desde que Mamadou se montó en aquella patera de 22 metros de largo con once compatriotas más. Tenían que haber recogido de una playa de Senegal a otro grupo de personas que también iba a hacer ese viaje, pero sabían que la Policía estaba controlando la zona desde la costa. Si iban a por ellos, acabarían todos en la cárcel. Sin pensárselo dos veces y sin mirar atrás, los doce tomaron rumbo hacia Canarias, a donde llegaron cinco días más tarde. Mamadou no sabía que, con aquella decisión, estaba escribiendo una nueva página en su vida.
Aquel 2 de septiembre de 2006, el mar "estaba como una carretera", tuvieron suerte. Muchos senegaleses han perdido la vida por culpa del oleaje. Mamadou sabía que este era un riesgo que corría, pero también sabía que mirar atrás era observar un futuro muy oscuro para él y su familia.
"Tengo que pedir fuerzas a Dios para recordar todo lo que me hizo vivir aquello. Fue muy duro, tengo recuerdos muy malos", lamenta. Cuando su padre falleció en 1994, su madre tuvo que hacerse cargo de todos sus hermanos y de la casa. "No podíamos vivir con mi sueldo, no llegábamos. Sabía que tenía que hacer algo por todos, pero jamás se me pasó por la cabeza lo de la patera", reconoce.
Sin embargo, un día sus amigos decidieron subirse a una de ellas sin avisarle. Creían que él no sería capaz de hacerlo, algo que le afectó mucho personalmente. "Al enterarme de que otro grupo iba a salir, no lo dudé y decidí aprovechar la oportunidad para ayudar a los míos", cuenta.
Mamadou confiesa que después de 17 años y con más madurez que cuando se subió a aquella patera, sigue sin poder juzgar a todos los que se suben a ella. "Es que sé lo que hay allí. Sobrevivir en África es muy difícil. Cobras, pero trabajas mucho, y luego ni tienes para comer. El Gobierno no pone las cosas sencillas a nadie, pero menos a los jóvenes", dice con honestidad, a la par que asegura que mucho menos pueden juzgarlo aquellos que no han vivido un viaje en patera: "Si no lo vives, no puedes saber lo que es solo pensar en que o sales adelante, o mueres en el camino".
Cuando llegó a Canarias sintió una felicidad muy grande. Luego pasó un par de semanas en Sevilla, en un hostal que quiere volver a visitar. "Me trataron muy bien allí. A veces hemos hablado y se acuerdan de mí. Espero verles pronto", cuenta. Allí le ayudaron con todos los trámites burocráticos necesarios para quedarse en España.
Gracias a un amigo que vivía en el municipio malagueño de Marbella, acabó afincándose en la Costa del Sol. "Me emociono pensando en esa época. Yo no sabía nada de español y me comunicaba con la gente a duras penas, no podía casi", dice.
Mamadou, como muchos de sus compañeros, empezó a rehacer su vida en España mediante la venta ambulante. Recuerda con una sonrisa cómo tenía que dibujarle los precios de gafas de sol o bolsos a los turistas en la arena porque no sabía los números en español. "Acordarme de aquello me hace seguir luchando día tras día por mi sueño, es el ejemplo de que la vida no es levantarse y ya, hay que trabajar mucho para crecer. Por eso no pienso en el descanso y trabajo tanto todos los días", manifiesta.
Amante de la costura
Aunque parezca curioso, Mamadou sabe coser desde los 16 años. Era el más delgadito y débil de sus hermanos y, aunque viene de una familia de pescadores, su madre, muy protectora, le dijo que su trabajo no estaba en el mar, pues acabaría enfermando más pronto que tarde. Entonces, le preguntó qué le gustaba y este le confesó a su madre que siempre le había llamado la atención la costura.
La madre de Mamadou movió hilos, nunca mejor dicho, para que su hijo metiera la cabeza en el mundillo. Tras enseñarle las claves de la costura uno de sus amigos, comenzó a trabajar cuando no era más que un chaval en una empresa donde incluso hacía sus propios trajes. "Después empecé con mi propia tienda allí, hacía incluso desfiles, pero es que no me salía rentable si después no podía dar a mi familia lo que necesitaba", recuerda.
En 2008, la casualidad quiso que durante una carrera huyendo de la Policía por Puerto Banús, donde está prohibida la venta ambulante, Mamadou se topara con el taller de costura de un chico colombiano. Con desparpajo, entró apresurado esquivando a los agentes y le pidió al propietario que le hiciera una prueba para trabajar en su negocio. "Me cogió pese a que no tenía papeles, me dio la oportunidad de mi vida, le debo mucho", explica.
Después de dos años trabajando con él “llegó inspección del trabajo y me puso una multa porque yo no tenía papeles”. Fue un duro golpe para todos. Sin embargo, su solicitud de residencia llegó ocho meses más tarde y, por su eficacia, el propietario del taller vuelve a hacerle un contrato. Con mucho esfuerzo y, sobre todo, ahorros, Mamadou logró materializar su sueño en España abriendo hace ya siete años su propio taller en el número 35 de la avenida Ricardo Soriano de Marbella.
"Me encanta hacer realidad los vestidos con los que mis clientas sueñan", dice con una sonrisa Mamadou, que espera crear su propia colección el próximo verano y quiere ampliar su negocio poco a poco dándole la oportunidad a gente que la necesite, igual que él la recibió en su momento. "Aunque en España los talleres como el mío normalmente solo hacen arreglos, yo siempre atiendo encantado a quien me trae una tela para hacer un vestido, porque es lo que más me gusta", confiesa.
A las críticas de aquellos que dicen que personas como él roban el trabajo a los españoles, el migrante responde con claridad: "Siempre pido a Dios que ayude a estas personas para tener otra mentalidad". Tras 17 años en la Costa del Sol, Mamadou se siente como un marbellí más aunque en su documentación se lea que Senegal es su país de origen.
Aunque ayuda todo lo que puede a su familia desde España, y jamás reniega de sus orígenes, sabe que su futuro está en Marbella. "Aunque ahora mismo trabajo solo, para mí sería todo un orgullo enseñar a personas a coser y darles trabajo como me dieron a mí, quiero ayudar a gente que necesita una oportunidad, ojalá pronto pueda hacerlo", zanja.