No sabe el matasuegras si salir de paseo o quedarse en la caja. Está la cosa complicándose de tal manera que anda ese artilugio tan propio de eventos de espumillón en el cuello, pensándose muy mucho si no será mejor aguantar un año más, o lanzarse a lo que surja.
Ser matasuegras no debe ser fácil: todo el mundo se acuerda de ti cuando organiza un cotarro, pero sabes que serás el primero en ir de boca en boca (no lo hagan, por favor) y en quedar tirado entre dos sillas cuando la fiesta haya consumido ya un par de horas y unos cuantos vasos de tubo.
Sólo quedan unos días para que se nos ponga cara de gamba. Eran otros tiempos, en todo caso, esos de cotillón prenavideño, de fiesta el día que nace el Niño, de compadreo entre amigos el día que el año acaba, y de cotillón a lo grande la noche en que todos hacemos planes maravillosos para el año que entra. Ahora, con edades más avanzadas en el caso de algunos y en plena pandemia que no se decide a irse, la cosa ha cambiado: van a menos esas macrofiestas, pero no por ello tenemos menos que celebrar.
Ese mantra de Celebremos la vida no es mala cosa, si pensamos en lo mucho que hemos perdido, en los muchos que se han quedado atrás, y en lo afortunados que somos por el simple hecho de poder plantearnos si corbata roja o camisa de cuello mao. Todo en su medida, diría el Diccionario de la sensatez.
No están bien las cosas. No. La incidencia al alza, los contagios incrementándose a diario y la sensación de hartazgo que ha ido relajando hasta al más sensato usuario de la mascarilla, han creado una situación difícil, encendiendo luces de alarma aún más fuertes y potentes que las luces de Navidad. Y es por ello que, en plena campaña navideña, son muchos los que deciden en estos días tirar de prudencia, anulando comidas de empresa y dejando “para más adelante” lo que estaba previsto desde hace semanas. Prudencia 1- coronavirus 0.
Un partido bien jugado, salvo que nuestra economía familiar dependa de esos cientos de miles de ciudadanos que iban a consumir en torno a una mesa que ahora queda libre, para desdicha del hostelero, que se ve de nuevo entre la espada y la pared, comprendiendo a buen seguro el temor de esos colectivos, a la vez que lamentando que en pocos días, su facturación prevista para estas semanas se haya reducido drásticamente.
Un periodo como el que vivimos está, nos guste o no, lleno de incoherencias y de decisiones que se anulan las unas a las otras. Bares a tope, pero no para quedar con los compañeros de oficina, con los que en muchos casos compartimos espacios cerrados cinco días a la semana. Calles repletas para ver las luces, pero guarde usted prudencia, no vaya a ser que al final tengamos que anular la Cabalgata de Reyes. ¡Total: si los niños luego se quejan en casa, pero no votan!
Nos ha tocado vivir en mitad de una borrachera de datos que ríase usted de los pedales del compañero simpático de la oficina en cada comida anual de empresa. Esa estampa, al menos, nos la hemos ahorrado ya un par de años.