La ciudad se prepara para grandes fastos en los que habrá cortes de cintas, circo y arroz en paelleras gigantes para el pueblo. Hay nuevas calles, con mucho gris y pocos árboles, que ya veremos a quienes se dedican. Propongo que, a una situada en Los Guindos, como emblema del urbanismo contemporáneo, se le llame de la pañoleta. Como aquella de Córdoba, es tan estrecha que de una fachada a otra media poco más que un pañuelo.
También es posible que se iluminen los colosos de Málaga, esas torres que según algunas encuestas tanto parecen gustar. Habrá que ver quienes la habitarán, pero a buen seguro requerirán de servicios y equipamientos escolares, sanitarios y sociales, que hoy por hoy ni están ni se le esperan. Pero la gran estrella de las inauguraciones la viviremos en unos días, aunque con años de retraso. Veremos la inauguración de dos nuevas estaciones del Metro. Supuestamente la última será la que en un principio se le denominó sobre plano como La Marina, pero que finalmente será bautizada como Atarazanas.
En verdad debía apodarse La Manquita porque, como la segunda torre de nuestra catedral, ha quedado a medias de lo que fue tan defendido en otros momentos cuando el color del gobierno autonómico era otro. Un asesor áureo soñaba y peleó con fueros y desafueros para que dicha estación estuviese a las puertas de Calle Larios, allí donde se ubica, contra todo criterio de la movilidad sostenible, el aparcamiento de la Plaza de la Marina.
Según su propósito la razón era que abriría la oportunidad de crecer hacia el este, atravesando el Parque hasta La Malagueta, donde se ubicaría una gran estación. A partir de ahí todo era un sueño: alcanzar el Rincón de la Victoria, y por qué no, llegar a conectar con el de Vélez-Málaga. Las condiciones impuestas al gobierno autonómico entonces, bajo coacción, obligaban a una obra tan compleja como costosa y absurda. El lúcido y protegido personaje obligaba a construir un túnel estrecho atravesando el río ¡ah, y eso sí! dejando preparado otro bajo él, para que, en un mañana muy futuro, el cercanías también alcanzase el atrio del casco histórico.
Nadie podía negar que con el avance de las tecnologías pudiese ser útil allá por el siglo XXII. Pero pocos lobbies son tan poderosos en la ciudad moderna como las sociedades de aparcamientos, un negocio seguro de enorme rentabilidad por muchos años. Como tal poder, una vez aceptadas las condiciones y cerrado el acuerdo entre administraciones, hizo valer sus arrestos. El lucro cesante presentado era tan desmedido que hizo recular al pretendiente y su sueño quedó a medias. Qué más daba, la pirueta estaba ya en el tejado de la Junta de entonces. Habrá que admitir que las vicisitudes del futuro son insondables.