El día de la votación de la ciudad que acogería la Exposición Universal de 2027 comenté, en un entorno profesional en Madrid, que estaba más nerviosa de lo que esperaba estar el día de las elecciones del Colegio de Arquitectos de Málaga a las que me presentaba como candidata a Decana una semana después. Y efectivamente así fue. El día de las votaciones en París estaba nerviosísima porque no dependía de mí, mientras que el día de las votaciones en mi colegio profesional sentía la tranquilidad de haber hecho los deberes preparando durante meses un profundo diagnóstico de los problemas profesionales y un programa de propuestas estratégicas orientadas a propiciar un cambio de rumbo en la institución para que fuese algo más que una mera defensora de nuestros privilegios profesionales. El resultado final es que Málaga se quedó segunda en las votaciones y yo también.
Sin embargo, tanto Málaga como yo, hemos ganado mucho en el proceso aunque no hayamos alcanzado el objetivo inicial. Preparar un programa, elegir un equipo, gestionar las tensiones de una competición y entender los mecanismos que rigen cualquier sistema por votación, han sido en mi caso todo un aprendizaje. Un máster valiosísimo que sólo pueden pagar los que nos atrevemos a participar.
Málaga ha pasado por varias campañas para acoger eventos internacionales que no ha ganado. Que esta ciudad haya igualado o superado en oferta cultural a ciudades cultas como Granada o Sevilla no habría sido posible sin haber hecho el esfuerzo de presentar su candidatura a capital cultural en 2010. Este trabajo, en lugar de guardarse en un cajón, sirvió de hoja de ruta para llevar a cabo esa transformación fundamental de la ciudad.
En esta ocasión no hemos ganado la sede de la Expo 27 ni la inversión económica pública que eso habría supuesto. Pero creo que el trabajo realizado por tantos técnicos y políticos de muchas instituciones y escalas territoriales diferentes para poder llegar a París el día 22 de junio, será el impulso para hacer de Málaga una verdadera ciudad de referencia en materia de sostenibilidad. El lema de nuestra candidatura era “La era urbana: hacia la ciudad sostenible. Ciudadanía, innovación y medioambiente”.
Está claro que Málaga dista mucho de ser sostenible, pero este lema nos impulsa a pensar a lo grande. Vivimos una era que es definitivamente urbana y que exige transformar nuestras ciudades apoyándonos en el valor de su ciudadanía, en la innovación social, tecnológica e institucional, y en la atención al medioambiente como indicador de las mejoras sociales y económicas. Es cierto que no llegarán parte de las inversiones comprometidas para construir las infraestructuras necesarias antes de la inauguración de la Expo en 2027, pero también lo es que, con un buen diagnóstico de los problemas urbanos, Málaga puede llegar a ser referente en materia de sostenibilidad urbana si atiende al espíritu de la propuesta de la candidatura.
Siempre he creído en lo acertado de las palabras de Jane Jacobs cuando decía en su famoso libro “Muerte y vida de las grandes ciudades”, que la súbita y aparatosa transformación de ciudades, hecha por zonas enteras, ha demostrado ser costosa, descorazonadora y mal dirigida. Es mejor hacer las transformaciones paso a paso. Verdaderamente estoy convencida de que lo bueno de habernos presentado a la candidatura para la Exposición Universal de 2027, es habernos presentado.
Por otra parte, yo tampoco he ganado las elecciones a Decana del Colegio de Arquitectos, pero también me llevo un gran aprendizaje. Parte del mismo está volcado en todas las propuestas que recoge el programa que preparé junto al equipo que me acompañaba (José Luis Jiliberto, Juan Goñi, Eva Reina, José Gemez y María José Suárez).
Nuestro diagnóstico identificaba problemas generales propios de nuestra profesión y de otras muchas, como las dificultades procedimentales y la lentitud de las administraciones. Pero también diagnosticamos problemas específicos propios de una ciudad en aras de convertirse en global, donde los agentes económicos internacionales o participados por fondos de inversión actúan bajo unas lógicas que nada tienen que ver con el escenario previo a la crisis del 2008. Tras este evento, el proceso de construcción de ciudad se ha sofisticado y exige estructuras profesionales locales capaces de hablar su mismo lenguaje. No entenderlo es lo que hace que los arquitectos colegiados se quejen de la precariedad profesional que sufren, a pesar de que nuestra provincia es la que más actividad inmobiliaria tiene en Andalucía y de las más activas a nivel nacional.
Analizar el momento presente desde una perspectiva histórica te da la oportunidad de entender que la relación con las Administraciones debe cambiar. Y no lo digo por lo complicado de los procedimientos o por la lentitud de las tramitaciones. Eso no hace falta analizarlo porque es obvio. Me refiero más bien, al modo en que la sociedad se ha relacionado con el poder y las instituciones a lo largo de la historia. En realidad, si lo pensamos bien, apenas llevamos 100 años en los que las Administraciones del Estado se han ocupado de proveer la mayor parte de las necesidades de la ciudadanía. Es más, el concepto “ciudadano” es bastante reciente y sólo se da en las ciudades que de verdad lo son. Hace un siglo, sólo Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, La Coruña o Sevilla, eran ciudades con una estructura ciudadana digna de ser así nombrada. El resto de asentamientos, por muy históricos que fuesen, se organizaban y gobernaban como si las instituciones democráticas no existiesen. En el caso de España, debido a nuestra tardía incorporación al sistema democrático internacional, ni siquiera llevamos 100 años seguidos.
Quiero decir con esto que, las Administraciones del Estado en general y los Ayuntamientos en particular, llevan poco tiempo siendo los organismos delegados para la gestión de todo lo público. El sistema jurídico que nos gobierna a nivel europeo y español es garantista y por tanto, complejo. Hasta ahora no hemos hecho más que pedir a “papá institución” que nos resuelva todos los problemas, pero “papá institución” está colapsado o a punto de colapsar, porque entre otras cosas, no ha adquirido las habilidades directivas necesarias para gestionar sus propios recursos. Lo que pasa en Málaga no es exclusivo de Málaga y por ello, es necesario abordar sus problemas con perspectiva y alcance.
En este punto me voy a atrever a dar una opinión, puesto que hasta ahora he tratado de dar exclusivamente una descripción argumentada sobre la situación en la que nos encontramos. Personalmente creo que la única opción posible para empezar a resolver los muchos problemas que tenemos, es aprender a participar activamente en las tareas urbanas, y formalizar estructuras de colaboración público-privadas transparentes y efectivas. Cuanto más tardemos en hacerlo más espacios al margen se crearán.
Y es que la participación, tal y como nos la han vendido desde el espacio mental y cultural centroeuropeo en el que se ha gestado, no sirve en nuestro contexto mediterráneo. Es absurdo pensar que nos vamos a sentar en asambleas ciudadanas por cada tema que nos preocupa en la ciudad, tal y como hacen en el norte de Europa. La razón por la que, en una ciudad perdida y con pocos habitantes de Holanda, sus vecinos se reúnen para debatir si ponen bancos de madera o de hierro en el parque, es porque en esa ciudad hace un frío que pela y la gente no sale a la calle a socializar. Por tanto, una reunión en un local calentito con té y pastas para debatir sobre el material de los bancos de la plaza del pueblo, es una oportunidad fantástica para ver las caras de los vecinos y hablar de fútbol.
En nuestras latitudes, o el tema para el que nos citan es de una relevancia directa en nuestra vida y nuestro bolsillo, o para socializar ya están los bares y las calles en las que ni llueve ni hace frío. Los vecinos, las asociaciones, las empresas y los empresarios, tienen muchas ideas interesantes si se les sabe escuchar. Y en la mayoría de los casos, suelen venir con propuestas encajadas en lo que el lenguaje empresarial llama “ganar-ganar”. La Administración en general, y los Ayuntamientos en particular, no deberían tenerles miedo. Y en todo caso, los arquitectos y las arquitectas podemos ser buenos traductores simultáneos.
Mi profesión está íntimamente vinculada a la construcción de ciudad. Los arquitectos no vendemos proyectos visados, vendemos la capacidad para hacer de las ilusiones de nuestros clientes o de la ciudadanía, algo real. Y si queremos de verdad construir ciudad, tenemos que ser capaces de establecer diálogos, diálogos, diálogos y más diálogos. Y si eso falla, podemos probar con diálogo, diálogo y tal vez, algo de diálogo. Y por supuesto, tener ojos multifocales y orejas bien abiertas. Y muchos libros de historia en la mesita de noche.
Se alinean tres mujeres relevantes. Estoy convencida de que la nueva concejala de Urbanismo así como la de Medio Ambiente, a las que aprecio personalmente y valoro profesionalmente, y por supuesto mi nueva Decana del Colegio de Arquitectos, sabrán hacer de Málaga la ciudad sostenible que todos nos merecemos. Os pido a las tres que hagáis gala de visión estratégica y capacidad de compromiso con el tiempo histórico que nos ha tocado vivir. En vosotras deposito mi esperanza.