A punto de despedir octubre, visito junto a Jesús Jaén (del programa Microclima) uno de los lugares, por único, más extraordinario de nuestro planeta. La Torre de Guadalmesí, en el epicentro del Estrecho de Gibraltar, permite analizar una sorprendente historia geológica que resume los episodios más determinantes de la Tierra. Colosales cataclismos han quedado escritos en versos pétreos que revelan la mutabilidad de la esfera azul que nos acoge y nos permite en exclusividad vivir sobre ella. Desgajada del ardiente Sol, fue la alianza con él la que permitió, a través de su resiliente actividad forjada cada minuto de sus más de cuatro mil años, forjar algo tan diverso y complejo como los organismos que sobre ella se han desarrollado.

Observamos en silencio a cientos de cetáceos que viajan hacia las aguas cálidas de oriente, a la vez que sobre el cielo bandadas de grandes aves lo hacen hacia el sur en busca de guarecerse del frío septentrional. El gran espectáculo de las migraciones se nos congela como el vuelo de la primilla que se detiene en medio del vendaval, para observarnos como posibles presas aturdidas ante tanta maravilla.

La historia de las civilizaciones también es legible en tan excepcional entorno. Las columnas de Hércules han marcado en todas las culturas mediterráneas la concepción del límite. Del geográfico por supuesto, pero también de los recursos naturales, de la capacidad humana, de la fuerza física y del propio ciclo vital.

Estas fechas son aun más propicias para pensar en esto último. A la Tierra nunca le preocupó el fin de alguno de los elementos de su sistema, la muerte en suma, porque cuanto en ella se ha creado incluye ese momento de la transformación para que el sistema continúe. Ya quisiera yo que, cuando esté a punto la nave que nunca ha de tornar, el viento de levante que ahora tan fuerte sopla, me disipe en este espacio de titanes, ligero de equipaje como el vuelo en quietud de aquel cernícalo.

La grandiosidad del firmamento o de las enormes fuerzas que esculpen nuestra Tierra, minimizan tanto nuestra existencia que sirven de cura de humildad cuando la soberbia o la ambición nos someten.