Primera historia. Desde hace un par de años me he habituado a ver pasar por mi casa a toda suerte de trabajadores de mantenimiento, debido a la obsolescencia programada de todos los electrodomésticos y tuberías renovadas hace unos 15 años. Cada vez que me preguntan si quiero la factura con IVA, les respondo que sí. Cuando el encargado me ofrece amablemente cobrarme sin IVA para ahorrármelo, le digo con la misma amabilidad que no se preocupe, que estoy encantada de pagar impuestos. En ese punto, la conversación pasa a tener un carácter justificativo. “No, si yo también querría pagar impuestos si no fuese porque los políticos son unos ….(aquí la crítica puede ramificarse bastante).” El debate suele finalizar cuando argumento que, si la condición para cumplir nuestras responsabilidades tributarias fuese la perfección de nuestros representantes políticos o la afinidad ideológica, entonces nunca las cumpliríamos y el sistema colapsaría.

Segunda historia. En los últimos cuatro años he asistido a dos situaciones similares, con dos clientes diferentes. Las dos compartían un problema: debido a un inconveniente generado por la administración (situación frecuente cuando no se dispone de medios suficientes ni de una organización adecuada), ambas promotoras podían tener pérdidas millonarias, a pesar de haberse ajustado religiosamente al procedimiento y a los compromisos urbanísticos adquiridos. En la primera ocasión, se convocó una reunión de crisis con toda suerte de profesionales de gran prestigio asesorando a la promotora. Lo primero que dijo el responsable de la promoción fue que, si el Ayuntamiento no facilitaba la resolución del problema que había generado, pedirían responsabilidad patrimonial por una cantidad ingente de dinero. Es decir, que el Ayuntamiento (léase: todos nosotros con nuestros impuestos) tendría que indemnizar a la empresa por la situación a la que la había llevado, por un conflicto administrativo.

Años más tarde en una situación similar, con una promotora distinta, asistí a una reunión de crisis similar. Me sorprendió que nadie hablase de responsabilidad patrimonial, hasta que al cabo de un buen rato se puso sobre la mesa esta posibilidad. El propietario de la empresa dijo que sabía que tenía esa alternativa, pero que lo que más le preocupaba era la reputación. Para él sería un fracaso no poder entregar las viviendas a las familias que ya habían pagado la entrada, por lo que suponía de incumplimiento de un compromiso adquirido, y por la falta de credibilidad ante futuros compradores en otras promociones que acometiesen. La diferencia entre la primera promotora y la segunda, eran dos ceros. La primera gestionaba más de mil viviendas, mientras que la segunda apenas llegaba a diez. La primera era una promotora participada por un fondo de inversión internacional cuyo máximo responsable no sabe dónde está Málaga, y la segunda era una promotora local.

Ahora vamos a elaborarlo. En su indispensable libro “En el mismo barco”, Peter Sloterdijk escribe “cuando los hombres occidentales se definen hoy despreocupadamente como demócratas, no lo hacen, la mayor parte de las veces, porque tengan la pretensión de cargar con la cosa pública en las labores cotidianas, sino porque consideran, con razón, que la democracia es la forma de la sociedad que les permite no pensar en el Estado ni en el arte de la copertenencia mutua”. Votamos una vez cada cuatro años (si lo hacemos) y el resto del tiempo nos desentendemos de la gestión de lo común y si es posible, incluso de nuestras responsabilidades ciudadanas, justificándonos en la imperfección del sistema.

En su también imprescindible “Caos y orden”, Antonio Escohotado escribe “abandonar las certidumbres invitaría entonces a pasar de un mundo abstracto o solamente intelectual (valga decir subjetivo) a un mundo real, instalado sobre la diversidad objetiva”. No se trata de lo que en teoría, según el orden establecido de las cosas, debería ser. Se trata de lo que de facto, es. Aproximarse a esta realidad exige altas dosis de intuición y de valentía. Demandamos espacios de mayor libertad regulatoria, pero no estamos dispuestos a compensarla con un mayor compromiso de comprensión, negociación y tolerancia hacia lo diverso y diferente. Somos como los adolescentes que exigen mayor libertad de movimiento, pero sin asumir el compromiso de la corresponsabilidad.

En su famosa metáfora, Zygmunt Bauman contrapone el tiempo sólido donde la forma determina la realidad, al tiempo líquido contemporáneo en el que la forma se derrite antes de que dé tiempo a asumirla.

Aludiendo a la teoría de sistemas, podríamos decir que al sistema-administración como organismo que articula, ordena y gestiona los asuntos ciudadanos, le ocurre lo mismo que al sistema-familia en tanto que institución que hace lo propio en el ámbito doméstico. Todos tenemos recientes las celebraciones navideñas con la familia extensa. Creo que podemos acordar que en las últimas décadas, la familia muestra fisuras en su capacidad para gestionar las complejas necesidades de unos miembros cada vez más diversos, del mismo modo que la administración ha demostrado que no tiene la capacidad, ni las herramientas para proveernos de una suerte de atenciones y servicios, cada vez más amplios y complejos. Seguir exigiendo a la forma tradicional de la familia o de la administración, las mismas capacidades que cuando el tiempo era sólido, evita que se produzca la emancipación de los miembros que pueden ayudarlas a transformarse.

La colaboración público privada es una necesidad; la implementación de nuevas herramientas tecnológicas y jurídicas, un imperativo; la innovación social, la manera de irrumpir creativamente en una realidad en desequilibrio. En el caso de la gestión urbana, estas premisas son especialmente relevantes pues la experiencia humana está marcada por el entorno en el que vivimos. Problemas como la escasez de vivienda asequible, o los procesos de expulsión de los pobladores tradicionales de las ciudades más tensionadas por la globalización como Málaga, Madrid, Barcelona o Valencia, no tienen una solución que quepa en la forma inflexible de lo que ha sido hasta ahora el planeamiento, la gestión urbana o la regulación de vivienda. Por ello es imprescindible problematizar desde una perspectiva amplia, que deje de lado los sesgos políticos e ideológicos, para hacerlo desde esa omnipresente máxima del entorno empresarial avanzado, donde el objetivo es “win-win”. Se buscan ganadores alineados con intereses comunes, por lo que es urgente identificar objetivos y clasificar agentes, para lo que se requieren responsables políticos, gestores y líderes capaces de navegar en la complejidad.

Hace tiempo que las diferencias entre empleado y empleador, son menores que lo que separa a las empresas desterritorializadas y las empresas comprometidas con la población y la cultura local. Paradójicamente, se da la confluencia de objetivos entre asociaciones ecologistas y empresas trasnacionales que expolian los recursos naturales de los países del Sur Global en los que operan, pero con intereses económicos en la descarbonización. Los valores de asociaciones sociales locales pueden diferir mucho de los de algunas PYMEs con las que comparten espacio social, político y cultural, pero que, por falta de medios o compromiso de sus propietarios, no se alinean con la responsabilidad de lo común.

Una asociación de vecinos o de comerciantes ideológicamente alejada de un determinado gobierno municipal, puede ser,sin embargo, un gran aliado para identificar los problemas, establecer una jerarquía eficiente a la hora de acometerlos, y garantizar una efectiva participación pública que enriquezca las soluciones a considerar, con propuestas que a nadie se le habrían ocurrido.

Los propietarios de las empresas de mantenimiento que me arreglan la lavadora quejándose del precio de la vivienda y me ofrecen evadir el pago de impuestos, están más lejos de una ONG que ayuda a personas sin hogar, que SOCIMIs como “Hogar sí” o “Techo” que tienen ánimo de lucro, pero trabajan para paliar el sinhogarismo a través de inversiones de impacto. Del mismo modo, dos promotoras inmobiliarias pueden tener intereses muy diferentes a la hora de relacionarse con lo público, a pesar de compartir el objeto social.

El reconocimiento, aceptación e incorporación efectiva de todos los agentes, aumenta la sociodiversidad y la resiliencia del sistema, permitiendo que todos sus miembros participen en el mantenimiento y reajuste de éste. Por ello, es importante incorporar los laboratorios de participación que asumen el reto de la complejidad, desde el reconocimiento de la permeabilidad de su membrana y del aumento de los grados de libertad que ésta debe tener para que no colapse. Adaptarse o morir, es una afirmación tan evidente y propia de nuestra naturaleza, como amenazante si no se actúa dejando los prejuicios y la falta de responsabilidad, individual y corporativa, aparte.

Este sábado los Reyes Magos de Oriente repartieron juguetes entre los niños y niñas que esperaban con ilusión los regalos. Sin embargo, quienes asumen con responsabilidad la emancipación, saben que no hay nada gratis, que los Reyes son los padres y la Administración somos nosotros.