Hay un patrón. Para casi todo. Se puede ver, percibirlo o no. Se puede querer verlo o vivir al margen de esa suerte de pulsión que determina las conductas que afectan a las biografías individuales y colectivas. Porque, sí, me temo que, por mucho individualismo que nos metan en vena, el comportamiento individual tiene un claro eco en lo común, un comportamiento aislado -de celda, pantalla y pensamiento monolítico- sigue afectando a nuestro modelo de convivencia social.

Casi todo, en esta vida, termina por adquirir una dimensión decisiva. Iba a escribir, dimensión política, pero me temo que hace tiempo que esa dimensión mutó en estrictamente ideológica y nos tiene a todos sumidos en una emocionalidad hiperbólica, de bando, trinchera y patio de colegio. Hasta que, algún día, acabemos a hostias y el cuento será bien distinto. Como la jerarquía de las responsabilidades que cada una deba asumir llegado ese momento de hostias y panes.

Patrones, inercias, herencias. Son categorías de lo humano bien distintas, que recibimos, en ocasiones, con demasiada alegría y muy poco arrojo crítico. Son categorías en las que la propaganda es bastante bien recibida y el pensamiento de pancarta encuentra todo tipo de sombra para su cobijo y bolsillo.

Estas categorías comparten algunos elementos, pero lejos de ponerme antropológica, destacaré dos de ellos: con su preservación aseguramos muchas de las actuales asimetrías y en ellas habitan los cretináceos.

Hace unos años, los hubiéramos llamado, "Cuñados", término que derivó en un ismo que, nos ha dado grandes penas, pocas celebraciones -más allá del cachondeo entre amigos y conocidos-, alguna que otra sigla política y cenas familiares que ni con todo el alcohol de la mesa hemos sido capaces de borrar de nuestra memoria.

Sin embargo, estos cuñados, lejos de aproximarse a la extinción, han evolucionado en un algo mucho peor, un algo que les permite, a ellos y ellas, sentirse más poderosos en su cretinez, hacerse fuertes en lemas misóginos, racistas, homófobos y, lo que es mucho peor, estar orgulloso de todo ello y de ser unos auténticos cutres.

Los cretináceos son los mismos que no cuestionan esta abrupta transformación digital con la que seguramente están ganando sus buenos billetes a cambio de empobrecer, a todos los niveles, aparte del tejido poblacional.

Son los y las que desprecian el cine español, los que ridiculizan a creadores y creadoras porque deciden estar en el mundo de una manera distinta, deciden convertir parte de su tiempo propio en el tiempo de todos. Las mismas que venden en redes sociales sus cuerpos bajo la bandera de un falso feminismo que tiene todo de falso y nada de feminismo, pero, eso sí, no les hables de las condiciones laborales de las temporeras de Huelva porque eso no se puede comprar por Amazon.

Los mismos que desprecian a los niños y niñas porque hacen ruido. Las mismas que se comportan como cretináceos cuando llegan a puestos de poder. Los que niegan la violencia de género. Los que evaden impuestos y ponen banderas en sus jardines. Los que van a los conciertos y no paran de hablar y hacerse fotos con la lengua sacada. Los que están perpetuando a los Trump, Milei, Abascal y Bolsonaro. Los que desprecian la elegancia, el sosiego, la prudencia y la lealtad. Los que prefieren un mundo asfixiado por la pésima gestión de los recursos. Los que creen, con ferocidad, en el "Sálvese el que pueda". Los mismos que desprecian a quienes siguen pensando que la vida se puede vivir de manera justa, pequeña y honesta sin dañar a nadie.